María Cristina Romo, alumna del Grado de Primaria, realiza prácticas en el colegio Severo Ochoa de Móstoles donde ha ayudado a crear "El rincón del diálogo" para que los niños resuelvan sus problemas hablando
La vocación de ayuda de María Cristina Romo Arenas se hizo notar ya desde muy jovencita, cuando se dedicó a cuidar a enfermos terminales y crónicos. El sufrimiento que veía a diario la impulsó a cambiar de área laboral y decantarse por el comercio. 17 años de su vida los ha invertido como vendedora en una compañía multinacional donde diseñaba planos de cocinas y armarios de interior de hogar además de gestionar la mercancía y la instalación de la obra. Pero tenía una “espinita” clavada y en 2014 decidió retomar su auténtica pasión: la enseñanza.
Para esta madre de dos niños que vive en Móstoles, UNIR resultó la mejor opción a la hora de permitirle compaginar su crianza con el cuidado de la casa, el trabajo y los estudios. Así que, con la decisión tomada, no se lo pensó dos veces y se matriculó en el Grado en Maestro en Educación Primaria. Cuatro años después, con el título casi conseguido y a falta de finalizar el Trabajo de Fin de Grado (TFG) y de cursar una Mención en Pedagogía Terapéutica, María Cristina está entusiasmada con sus prácticas en el CEIP Severo Ochoa de Móstoles.
“Escogí el centro por la proximidad a mi domicilio y porque es un colegio muy trabajador y motivador con los alumnos con lo que, sumado a mis ganas de aprender, sueños e ilusiones, es el que mejor se adaptaba a mis necesidades”, reconoce. “La docencia es lo que más ansío y anhelo en mi vida, es lo que quiero vivir y hacer; el primer día que entré por la puerta sentí que era lo mío”, añade.
Ese primer día fue, y sigue siendo, en un aula con 27 alumnos de 1º de Primaria donde siete de esos pequeños tienen algún problema de conducta, Asperger leve, TDAH o déficit de atención. Y son ellos los que, a menudo, requieren de una mayor atención. “Escribo y leo con ellos en bajito cuando no pueden seguir el ritmo o paseamos para tranquilizarles y que expliquen sus sentimientos y el porqué de su comportamiento sin que se sientan atacados, sino que sientan que alguien les quiere escuchar, que es lo que necesitan”, relata.
Una labor diaria que requiere de “mucha psicología, empatía, cariño y corazón para captar la atención de esos niños y que los demás no se vean afectados”. Personalmente, reconoce que “ayudar a los niños, estar con ellos y que se desarrollen para vivir en esta sociedad supone una gran satisfacción”.
Y es precisamente en esa capacidad de escucha donde esta alumna de UNIR se ha volcado. Junto a su tutora de prácticas han creado el ‘rincón del diálogo’ dentro del aula. Un espacio donde los niños pueden comunicarse de manera pacífica y resolver sus problemas hablando. “Surgió de un conflicto entre dos compañeros, todos los días era la misma canción y los sentamos en una silla para que primero hablase uno mientras el otro lo escuchaba y luego viceversa”, rememora. Visto el éxito alcanzado, la tutora “trajo una oreja gigante plastificada de papel y una boca, las colocamos en las sillas, una en cada una, y nos sirve para solucionar conflictos o cuando alguien quiere comunicar algo”.
Una estrategia creativa para esas edades en que la empatía está en desarrollo y que esta futura profesora confía en poder seguir desarrollando en su futuro próximo. “Voy a luchar por trabajar como docente, es difícil porque ya no soy una niña pero miraré en colegios y gabinetes pedagógicos y, en cuanto apruebe la Mención y el TFG, me prepararé oposiciones a tope”, se plantea.
Mientras tanto, María Cristina continúa volcada en sus prácticas y sus estudios en UNIR, en un Grado que considera “bastante completo” y del que destaca sus profesores “que han mostrado gran profesionalidad y quedarán en mi memoria” y sus tutoras “por su constancia y habilidad para tenernos activos y unidos con la universidad, son personas muy implicadas, con capacidad de trabajo y motivación”.