La docente de UNIR, Mercedes Pérez Agustín, reúne en un libro una decena de relatos, propios de la tradición oral de diversas tribus, y con un marcado carácter didáctico, realista y aleccionador
Una serpiente kilométrica que sobrevuela el horizonte convertida en Arco Iris, un pájaro cuya cola porta un fuego que solo concede a aquellos que se lo han merecido o un coyote embaucador y engañoso a la par que sabio y astuto símbolo del antihéroe. Tan peculiares protagonistas nada tienen que ver con las ensoñaciones de princesas, príncipes y castillos en el aire que, quien más quien menos, ha escuchado o leído en su más tierna infancia.
En este caso, no es necesario ser un niño para entretenerse y, sobre todo aprender, con las historias milenarias que, de generación en generación y por vía oral, se han transmitido de abuelos a hijos y nietos los nativos americanos. Cuentos que, de forma realista, didáctica y aleccionadora servían para explicar el origen del mundo, a la par que se ayudaba a los más pequeños a desenvolverse en plena naturaleza.
Es el caso de los diez relatos que conforman el libro ‘El origen del mundo y otros cuentos de los indios de Canadá’, de Mercedes Pérez Agustín. La coordinadora en el área bilingüe de los Grados de Maestro de Educación Infantil y Primaria de UNIR ha plasmado en este volumen -que cuenta con ilustraciones de Sylvia Vivanco- sus narraciones favoritas, fruto de más de una década de trabajo.
Entre ellas se hallan cuentos de los Shosone o de los Abenaki y el extraño origen del maíz; también hablan sobre la razón de ser de la danza del búfalo que cuentan los Blackfoot o la visión que del coyote tienen los Hopi. Tribus que actualmente viven en las provincias canadienses de Ontario y Quebec. Al igual que los Micmac, a uno de cuyos jefes la docente de UNIR tuvo la oportunidad de conocer en persona hace años. “Me abrió un espectro nuevo sobre cómo contaban los cuentos, cómo realizaban las ceremonias… me permitió acercarme a ellos en primera persona”, revela Pérez Agustín.
No obstante, su amor por Canadá le viene de antaño. “Mi padre estudió y trabajó allí y desde pequeña he crecido escuchando hablar sobre este país, al que ahora le rindo un tributo con este libro por cómo le acogieron”, explica. La pasión por las narraciones indígenas llegaría después, durante los cursos de Doctorado. “Leí un cuento de los indios navajos, de Nuevo México, y fue revelador, me pareció maravilloso por su lenguaje naif y su profundidad temática, así que me convertí en una amante de estos cuentos”, añade.
Tras decidir estudiar la cultura, costumbre, historia y tradición de los nativos americanos con mayor profundidad, se centró, por razones obvias, en Canadá. “Al tener familia allí, solía viajar todos los veranos”, razona. Las estancias de ocio se transformaron en otras de recopilación de libros y artículos sobre estas tribus canadienses, además de entrevistas personales que le permitieron comprender la mitología de cada tribu para entender los más de 400 cuentos que reunió. De todos ellos, esta Doctora en Literatura Norteamericana realizó análisis semióticos para a continuación versionar sus favoritos y publicarlos.
“Quiero darlos a conocer al público europeo pero siempre desde el respeto máximo porque ellos son poco partidarios de trasladar un cuento a formato escrito. Los ancianos, quienes preservan las costumbres, prefieren la tradición oral, porque permite memorizar y aprender y mantiene a la familia unida”, explica la experta. Es por eso que dichas narraciones representan un momento de reunión. “Las historias cosmogónicas, sobre la creación del mundo, se contaban en momentos especiales, con todos juntos alrededor del fuego, y el narrador era la persona más anciana o venerada de la tribu”, añade.
El lenguaje conciso, preciso y vivaz propio de estos relatos no tenía como fin único el del entretenimiento. Otra de las funciones de los cuentos era la de dar a conocer a los más pequeños los hábitos de los animales o la mejor orientación en un bosque frondoso puesto que, al vivir a la intemperie, se hallaban expuestos a muchos peligros. “Tienen un mensaje claro para que los niños aprendan, no están edulcorados como los de Walt Disney, aquí todo es realidad para proteger de las cosas peligrosas de forma didáctica”, alaba Pérez Agustín.
La docente no oculta su admiración por la forma de entender la vida de estos pueblos y su relación con la Naturaleza. “Son más conscientes de que esta siempre vuelve a su origen y de que su poder es mucho más infinito que el nuestro”, constata. Por ello, confía en que este libro sirva a los lectores de todas las edades “aunque incluso más para los adultos, por sus mensajes subliminales” para acercarse a la cultura nativa americana, “más allá de las películas del Oeste o de aquellas que los muestran solo como regentes de casinos”.