Román Rodríguez Curbelo
La sociedad nunca deja de evolucionar, pero ahora lo hace más rápido que nunca. Una complejidad añadida que supone un reto para las características de la intervención social como disciplina propia: ha de adaptarse a los cambios presentes y venideros para garantizar siempre una respuesta integral que no deje a nadie atrás.
Una intervención social es en esencia una acción programada sobre una persona o un colectivo para mejorar su situación presente, asegura Mar Rodríguez Brioso, coordinadora académica del Máster en Intervención Social de UNIR. Esta disciplina trata de generar un cambio social que contrarreste en la medida de lo posible las distintas desigualdades, y de desarrollar bajo una visión integral y holística el desarrollo óptimo de los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto.
Se intervenir en estos términos sobre las personas desde distintos enfoques. El arte, mediante su universal forma de trabajar y de comunicar desde lo particular, es una gran oportunidad, por ejemplo, para encontrar un punto de encuentro entre los distintos agentes sociales y económicos.
El teatro ha llegado a las residencias de mayores y a las mujeres víctimas de violencia machista; la música funciona desde hace décadas como aglutinador social entre los jóvenes; y zonas y barrios hasta hace poco marginados encuentran una nueva vida mediante la participación activa ciudadana, el deporte o el arte callejero, los famosos grafitis que han significado una segunda oportunidad para las zonas más deprimidas de ciudades como Detroit (Estados Unidos), entre muchas otras.
La intervención social, como disciplina, debe adaptar su respuesta a una sociedad que ya no puede ocultar su compleja y rica diversidad, y que afronta desafíos importantes ante los que debe estar preparada.
Organizaciones del Tercer Sector, el papel de la salud y de la educación, el ámbito de acción de la justicia, la delicada gestión de los centros penitenciarios, la humanidad necesaria hacia personas mayores o dependientes, una mayor atención a la discapacidad y también a las enfermedades crónicas, el fenómeno migratorio, los jóvenes con adicciones… Semejantes escenarios obligan a los especialistas en intervención social a detectar en tiempo y forma multitud de problemas o necesidades, y a conocer a fondo la realidad que han de tratar para desplegar soluciones.
“La intervención con mujeres víctimas de violencia de género no será la misma que la requerida para afrontar una correcta integración de inmigrantes, o una intervención para fomentar el envejecimiento activo de los mayores”, termina de ejemplificar Mar Rodríguez Brioso. Un último aspecto más importante de lo que parece.
Rodríguez Brioso hace hincapié en la evidencia a veces olvidada de que nuestra sociedad envejece año tras año, una tendencia que no remitirá ni a corto ni a medio plazo. La esperanza de vida ha aumentado mucho en las últimas décadas, pero también la calidad del tiempo ganado por la ciencia. Es decir, que no solo se ha de actuar sobre en las personas mayores que padecen enfermedades o que están bajo una situación de dependencia, aunando aspectos sociales y sanitarios en una intervención que ha ser personalizada.
También hay que tener en cuenta a aquellos que gozan de una salud óptima para mantenerlos activos o para facilitarles una realización personal que no desaparece a pesar de los años y a la que tienen derecho. Es necesario entonces un cambio en el marco conceptual de lo que entendemos por vejez que conlleve, por ejemplo, erradicar el despectivo término “viejo” o concebir la tercera o cuarta edad como etapas llenas de vida, susceptibles de seguir disfrutándose, y en las que jamás se deja de aprender.
Crisis
Ahora bien, hay momentos de enorme dificultad para aplicar con éxito estas técnicas. Las crisis evidencian carencias y derrumban prejuicios. Rodríguez Brioso explica, por ejemplo, cómo la crisis financiera de hace ya 15 años acabó con la idea preestablecida de que las clases medias no eran potencialmente usuarias de los servicios sociales. Esta concepción asistencialista de las ayudas, poco menos que de beneficencia, ha quedado muy atrás.
La experta va más allá: “La intervención social no se reduce a esta cobertura económica. Ciertos problemas sociales no dejan de sufrirse por tener un estatus social determinado”. La violencia de género, los problemas de salud mental, el ciberacoso, las potentes adicciones a las nuevas tecnologías o la soledad no deseada de las personas mayores son situaciones que no entienden de niveles económicos.
El florecimiento de zonas marginales, la creación de un sentimiento de comunidad en un pueblo rural al borde de la extinción o en un barrio marginal de una gran ciudad, o el diseño de un programa serio de actividades para jóvenes que residen en un entorno determinado son otras acciones que superan los términos financieros y conforman lo que se entiende globalmente por intervención social.
La pandemia de COVID-19 fue “otro jarro de agua fría”, reconoce Mar Rodríguez. No obstante, evidenció en cierto modo la importancia capital de los trabajadores sociales, de los educadores, del personal de centros de mayores y de, en general, todos profesionales de esta área. Junto al sector sanitario, fueron profesionales que debieron asumir un papel protagonista para controlar y erradicar en la medida de lo posible los estragos de una pandemia que pilló a contrapié a todo el mundo.
Una formación necesaria
“Sin embargo, todavía queda para una mayor visualización y un justo reconocimiento. Como todos, estos profesionales tuvieron que adaptarse también a trabajar con las nuevas tecnologías, un reto que superaron con creces. Debemos agradecerles y reconocer por fin su labor de entonces y de ahora”, reclama la doctora en Sociología.
Una labor tan profunda conlleva, además, más formación específica, actualización permanente y una mayor especialización de los profesionales que la ejercen. Rodríguez Brioso, coordinadora académica del Máster en Intervención Social de UNIR, asegura que este posgrado aúna los tres pilares básicos de una intervención plena: diagnóstico e investigación previas, diseño de la intervención y la evaluación posterior.
El cuerpo docente está formado por profesionales con gran experiencia profesional en diferentes ámbitos y con diversos colectivos. La titulación acoge además a estudiantes de distintas partes del mundo, lo que enriquece siempre la experiencia académica, y aparte de las asignaturas que cubren las cuestiones nucleares de la materia, el plan de estudios incluye un abanico de asignaturas optativas que especializan a quienes las estudian, centradas en la familia, la inmigración, el tercer sector, la violencia de género, la pobreza o el envejecimiento.
Una metodología innovadora sustentada en enseñanza participativa y aplicada que garantice la preparación para el mercado laboral, su condición de título oficial y la consolidación definitiva que explican sus 25 ediciones son otras características de un título indispensable para toda persona que quiera responder mejor a los nuevos retos que afronta la sociedad.
- Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades