Alicia León Gómez
Actualmente el debate educativo gira entorno a las metodologías implementadas en el aula para favorecer el proceso de aprendizaje de los alumnos. Sin embargo, las Ciencias Sociales quedan arrinconadas en este debate ya que su visión en el imaginario colectivo sigue anclada en una imagen decimonónica de nuestra metodología de enseñanza. Por tanto, los profesores de Geografía e Historia debemos mantener una constante reivindicación del papel estratégico de nuestra disciplina en la formación holística de sus hijos.
Cíclicamente, cuando a cada generación le llega el momento de tomar las riendas de la sociedad en la que se ha criado, se repite el mismo debate sobre la educación y se llega a la misma conclusión: que no enseñen a nuestros hijos como nos han enseñado a nosotros, y de ello se concluye que es imprescindible llevar a cabo un cambio profundo en la forma de enseñar.
A renglón seguido llegan las leyes precedidas de sus libros blancos, consultas y propuestas. Así han ido llegando la LGE, LOGSE, LODE, LOE, LOMCE, con sus correspondientes reglamentos, currículos y prescripciones. Removiéndolo todo para que todo acabe siendo igual, dejando la enseñanza -el trabajo del aula, que es la enseñanza de verdad, a pie de obra- tal como estaba.
Porque en eso -en lo sustancial, en el tú a tú con el alumno- poco han cambiado las cosas desde Sócrates, probablemente el primer pedagogo.
Y es que la tarea del maestro sigue siendo la misma que en su día se impuso a sí mismo el filósofo: la “mayéutica”, ayudar a que aflore el conocimiento en nuestros alumnos.
Ahora bien, ¿cómo se enseña en la actualidad?, ¿cómo aprenden nuestros alumnos en la escuela?, ¿realmente se aplica en las aulas?
Sobre el aprendizaje y la enseñanza
Siendo bienintencionados podríamos hacer el esfuerzo de contestar positivamente a las preguntas anteriores.
El maestro quiere enseñar bien y el alumno quiere aprender lo que le enseña el maestro. Pero eso no sería más que un acto de buena voluntad por nuestra parte y también una muestra de ingenuidad.
Porque si hiciésemos una encuesta a pie de aula –a los padres, a los alumnos- sobre cómo se aprenden las Ciencias Sociales, la inmensa mayoría nos respondería: “estudiando, memorizando”, “solo deben aprenderse batallas, fechas, reyes, ríos, …”. Y si les sugiriésemos que los profesores de Ciencias Sociales tenemos en nuestras manos la posibilidad de formar a personas estratégicas, ciudadanos con pensamiento crítico y reflexivo, la mayoría se reiría.
Empiezan a escucharse voces que defienden la necesidad de un aprendizaje no memorístico de las Ciencias Sociales.
Y si a esto le añadimos que las Ciencias Sociales no tienen que aprenderse de memoria sino todo lo contrario, nos llamarían locos y, por supuesto, tendríamos muchos problemas con los padres de nuestros alumnos.
No obstante, parte de la sociedad empieza a escuchar a esas voces que defienden la necesidad de un aprendizaje no memorístico de las Ciencias Sociales y que abogan por un aprendizaje significativo, reflexivo, crítico… Aunque la inquietud sigue presente: ¿es posible llevar a cabo ese tipo de aprendizaje? Y si fuese posible ¿cómo se podría conseguir?
La respuesta a estas preguntas está en la imperiosa necesidad de que los docentes aprendan a enseñar y que esa enseñanza conlleve de forma intrínseca al aprendizaje de sus alumnos.
Para ello es necesario formarse, fundamentar los propios conocimientos en los estudios y aportaciones de los expertos en educación, y adquirir la pericia suficiente para materializarlos en las aulas. En eso consiste la formación de un verdadero docente. Y eso es lo que trabajamos continuamente en nuestro departamento “teoría + práctica= formación completa”.
La nueva realidad educativa
La sociedad del conocimiento exige cambios en los paradigmas educativos que superen las ofertas curriculares basadas en conocimientos enciclopédicos y eruditos centrados en la transmisión de conocimientos.
Hasta hace poco el uso didáctico de la realidad digital se ha centrado principalmente en su utilización como recurso complementario -ilustrar ideas o apoyar explicaciones o complementarlas- en las clases, más que como medio para que el alumnado trabaje el desarrollo de sus capacidades, procedimientos, actitudes y quizá, sobre todo, sus competencias. No obstante, ya se ha comenzado a trabajar en esta nueva perspectiva, pero todavía queda mucho por hacer.
El diseño de nuevas estrategias y formas de aprendizaje de la historia ha recibido un buen impulso en los últimos años.
Propuestas como las representaciones escénicas de momentos históricos, entrevistas a personas que vivieron algún acontecimiento importante, juegos de rol, observación de monumentos, analizar, comparación de hechos, elaboraciones biografías de personajes importantes de la historia, etc., son actividades que ayudan a que los estudiantes entiendan mejor la historia, pero la adquisición de la competencia histórica aún queda más allá.
No podemos educar a otros mirándonos a nosotros mismos. Nuestro espejo debería ser el propio alumno.
Una reflexión seria sobre la finalidad de la enseñanza de la historia, apunta más allá, incluso a la necesidad de que el alumno aprenda a simular la labor del historiador y con ello que se familiarice a formular hipótesis, aprender a clasificar y analizar fuentes históricas, el aprendizaje de la causalidad y a iniciarse en la explicación histórica.
Ahora bien, para que todo confluya en una formación adecuada se debe partir de la siguiente convicción: “soy profesor de Ciencias Sociales porque me gusta la docencia y porque soy docente”. Y solo un consejo práctico al respecto: saber a qué espejo hemos de mirar cuando educamos: ni podemos educar mirando al retrovisor, dirigiéndonos a quienes educamos con la mirada puesta en lo que ha sido –o ha hecho- hasta hoy. Ni podemos educar a otros mirándonos a nosotros mismos. Nuestro espejo debería ser el propio alumno y sus potencialidades.
Autores: Alicia León Gómez y Enrique Gudín de la Lama
- Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria