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La historia como cementerio de aristocracias y las élites

La dialéctica entre democracia, burocracia, oligarquía y el problema de la organización interna de los movimientos y los partidos tiene muchos puntos de contacto con el debate sobre las elites, un debate que posee una larga tradición. Las iniciales teorías elitistas tienen su punto de partida en G. Mosca, V. Pareto y R. Michels. Según estos autores, últimamente las restringidas aristocracias determinan el juego político e imponen su propia leadership en nombre de la mayoría.

La dialéctica entre democracia, burocracia, oligarquía y el problema de la organización interna de los movimientos y los partidos tiene muchos puntos de contacto con el debate sobre las élites, un debate que posee una larga tradición.

Las iniciales teorías elitistas tienen su punto de partida en G. Mosca, V. Pareto y R. Michels. Según estos autores, últimamente las restringidas aristocracias determinan el juego político e imponen su propia leadership en nombre de la mayoría.

En la elaboración de Pareto, la “teoría minoritaria” refleja una verdadera y propia concepción de la dinámica histórica según la afirmación de que “la historia es un cementerio de aristocracias”. De mayor utilidad analítica es su teoría de la “circulación de las élites” que afronta el fundamental problema del reclutamiento y del recambio de las “clases dirigentes”.

Con un significado bien diverso, el concepto de élites ha sido utilizado por C. Wright Mills, que denota una pura situación de hecho determinada no por cualidades naturales, sino por las oportunidades culturales y económicas conectadas a la estratificación social.

Al concepto de élite se liga el de clase política que, en la clásica elaboración de Mosca, indica el conjunto de individuos que ejercen el poder sin ser efectivamente controlados por parte de la mayoría. Esta condición privilegiada puede tener lugar en la medida en que una clase política está en situación de mantener el consenso de la mayoría mediante una ideología legitimadora ampliamente compartida, y en la medida en que sabe garantizar el propio recambio mediante el enrolamiento de las energías más frescas y representativas.

Fenómenos de este tipo son característicos de la clase dirigente en el interior de todo partido político. La estructura organizativa de los partidos se presenta esencialmente oligárquica, independientemente de la ideología profesada por el partido; con frecuencia los jefes son nominados y captados del núcleo duro, aunque la apariencia pueda indicar lo contrario. Tales procedimientos tienden necesariamente a formar una clase dirigente aislada de la base de los militantes y sustancialmente cerrada en sí misma; nace de esta forma el riesgo de la esclereotización y la necesidad de un drástico recambio como alternativa a la decadencia.

Un fenómeno similar también se ha observado para otros tipos de asociaciones voluntarias, por ejemplo los sindicatos, notando como una estructura oligárquica permite a aquellas organizaciones tramitar mejor su función de lucha con otros grupos en el ámbito del más amplio conflicto social. Cuanto mayor es el compromiso al que está llamada la organización, mayor es la tendencia de reforzamiento del consenso interno, independientemente de la estructura organizativa, en virtud de la inevitable radicalización de posiciones en que se toman las elecciones.

Según los defensores de las teorías minoritarias o elitistas, la existencia de oligarquías es inevitable a toda asociación política. Sin embargo esto no excluye, como subrayaba Tocqueville, la posibilidad de una sociedad democrática, que de hecho viene garantizada por la presencia de una pluralidad de asociaciones y de movimientos aunque estén organizados sobre bases oligárquicas. Estas formaciones sociales, en posición intermedia entre el individuo y el Estado, están en situación de estimular y canalizar contemporáneamente elementos de conflicto y de consenso, a fin de mantener un satisfactorio equilibrio en la convivencia civil.

A las tesis de los teóricos clásicos del “elitismo” y a las de los defensores del “modelo de élite dominante”, ambas basadas en la idea de la concentración del poder en manos de un grupo restringido y auto-consciente, se oponen numerosos estudios que han defendido el carácter disperso del poder, determinado y ostentado por una “pluralidad de élites” no unificadas y competidoras entre sí.

El contraste entre la orientación “elitista” y “pluralista” es evidente en el nivel de los estudios de comunidad; aunque, sin embargo, las tesis pluralistas atribuyen un rol central a las élites políticas y les reconocen una elevada autonomía de decisión en las confrontaciones de la sociedad en su conjunto. En este sentido es emblemática la difundida concepción procedimental de la democracia que, a partir de la tesis de Schumpeter, consistiría en un método de selección de las élites en competición entre sí para obtener el voto popular. Este método debería, por una parte, crear las condiciones de un gobierno fuerte. A la fase de la movilización para el consenso debería, por otra, suceder una amplia delegación a la clase política con una cierta despolitización de la sociedad civil.

A pesar de la diversidad de perspectivas, la idea de la independencia relativa de la política constituye una presuposición calificadora de todas estas teorías, de tal forma que el juicio sobre su grado de validez está ligado, preliminarmente, al juicio sobre el grado de confirmación que tal idea encuentra en la realidad.

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