Benjamín Suárez Menéndez
Algunas de las tácticas que emplean los militares en las guerras podrían aplicarse para ganar nuestras batallas diarias, o como mínimo, aprender a encontrar soluciones a nuestros problemas.
Los marines norteamericanos publicaron en 2013 ‘The U.S Army / Marine Corps Counterinsugerncy Field Manual’, un guía que pretende explicar cuál es la manera más exitosa de acabar con el enemigo en una contienda en país extranjero, basándose en sus experiencias en las guerras de Iraq y Afganistán. Los marines saben que para enfrentarse a un enemigo deben conocerlo, por eso el primer paso para resolver un problema es entender su naturaleza.
Entender el problema
Es frecuente confundir ambos términos, incluso pensar que la planificación es lo único que importa y olvidar que lo realmente prioritario, y lo primero que debemos hacer si queremos resolver una cuestión con éxito es entenderla en toda su profundidad. Esa es la función del diseño, establecer el problema, cuál es su naturaleza y dónde se enmarca, para más tarde poder planificar cómo lo resolvemos.
Lo ilustraremos con un ejemplo muy simple y nada bélico: imagina que te encuentras triste y cansado y que ese estado de ánimo influye en tu trabajo, en tu vida familiar y en tu armonía personal. Uno puede quedarse solo en el síntoma y decidir que es también el problema, así que acude a la farmacia a comprarse unas vitaminas y como no le funcionan, se pasa a los ansiolíticos y más tarde a los antidepresivos.
No obstante, lo que teóricamente haría un marine sería desbrozar la situación y convertirla en preguntas que deberá responder: ¿cuándo empecé a sentirme mal? ¿Fue producto de una situación familiar u ocurrió en el trabajo? ¿Hay momento en los que me encuentro peor que otros? ¿Relaciono a alguna persona con este problema, una hora del día, un día en la semana? Poco a poco, el militar iría diseñando su objetivo, dándole forma… Porque es imposible ganar una batalla en la que no conoces al enemigo.
Adaptarse a las circunstancias
No hay dos guerras iguales ni una misma solución para todos los problemas. Conocer el territorio en que nos movemos es la única posibilidad de éxito.
Tras este paso fundamental, llegaría la planificación, definida como la creación de una serie de procedimientos para solventar el problema. Y aquí el manual de contrainsurgencia nos dice: para solventar un problema debemos valorar todas sus facetas, por lo que es de utilidad hablar con otros que hayan encarado la misma situación de diferentes formas, y tal vez puedan aportar la solución, o al menos ayudarte a evitar un nuevo problema. Así que no encerrarse en uno mismo puede ser una de las claves del éxito una vez sabes qué preguntarles.
La obra de 200 páginas desarrollada por el general David Petraeus incluye otras muchas tácticas y también aporta una reflexión importante sobre la adaptabilidad –la moderna resiliencia–, ya que cada guerra es diferente; así, si el primer manual de contrainsurgencia fue publicado poco después de la guerra de Vietnam, tras las dos grandes contiendas en las que el ejército norteamericano se vio inmerso fue consciente de que es imposible adoptar soluciones generales:
“Estamos aprendiendo a no aplicar falsas analogías y tratar cada escenario de acuerdo a las diferencias físicas, políticas, sociales y económicas”, sostiene el director ejecutivo del Center for Advanced Defense Studies, en Washington, David Johnson en declaraciones a ‘Star and Stripes’.
Hacer la cama todas las mañanas
En 2014 el oficial de la Marina norteamericana William H. McRaven, que estuvo en Afganistán e Iraq y era militar desde hacía 36 años, realizó una emotiva conferencia para los alumnos de la Universidad de Texas, en Austin. En su discurso, McRaven dio algunas lecciones de vida que aprendió de su durísimo entrenamiento en la escuela militar y que le sirvieron para el resto de su vida:
1. Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacerte la cama
Cada mañana, explica el marine, los instructores, que habían sido veteranos de Vietnam, entraban en las habitaciones e inspeccionaban las camas, que debían estar perfectas: “Puede parecer ridículo que dieran tanta importancia a este hecho mundano, cuando éramos aspirantes a soldados, pero había una moraleja detrás de este simple hecho: si no puedes hacer bien una pequeña cosa, nunca harás bien las grandes”.
2. Para que un bote avance, no debe remar uno solo
Durante el aprendizaje, los cadetes salen a navegar en bote cada día, se apartan de la costa y reman algunos kilómetros mar adentro guiados por un timonel. En invierno es particularmente complicado hacer este recorrido, cuenta, por lo que todos los miembros del equipo deben remar de forma sincronizada, si uno solo de ellos dejase de hacerlo, sería muy difícil avanzar: “No puedes cambiar el mundo solo, para llegar a tu destino necesitarás la ayuda de colegas, amigos, la buena voluntad de los extraños y un buen timonel que os guíe”.
3. Acepta las cosas como vienen
Los marines dan mucha importancia al uniforme y cuando este no estaba perfecto, cuenta Williams, los instructores obligaban a los aspirantes a desnudarse, lanzarse al agua y revolcarse por la arena de la playa como si fuesen una croqueta. Y casi nunca, dice, estaban conformes, por lo que los alumnos acababan pasando días enteros cubiertos de arena. Algunos renunciaron pero los demás entendimos la lección: olvida que pareces una croqueta y sigue hacia adelante. A veces la vida simplemente es así.
4. Empieza a cantar cuando estés hasta el cuello de barro
La novena semana de preparación era conocida como “la semana del infierno” porque los aspirantes a marines debían pasar seis días sin dormir y en constante estado de alerta mental y física. El peor día es el de “Mud Flats”, una área cenagosa entre San Diego y Tijuana donde los cadetes eran lanzados a un lodazal durante 15 horas y debían sobrevivir: “Una voz empezó a cantar en mitad de la noche. La canción tenía entusiasmo y se comenzaron a unir más voces. Entonces entendimos que si un hombre lograba alzarse sobre su miseria, otros también lo harían”.