Alfredo A. Rodríguez Gómez
Nos jugamos el futuro en este conflicto que implica un nuevo orden mundial; la segunda agresión directa de Putin a Ucrania ha puesto una amenaza que antes era posible y ahora es real, terminando así con la Guerra Fría para dar paso a una confrontación directa e híbrida.
El futuro del orden mundial es incierto. Hace poco más de un año, Vladimir Putin agredió por segunda vez a un país postsoviético, soberano y con tendencia a europeizarse, llamado Ucrania. Con ello, la Rusia de este autócrata no solo atacó de nuevo, tras ocho años de la invasión de Crimea, a este país en lo que Putin llamó “una operación militar especial”, sino a la civilización occidental, esa despreciada por el autarca y por una parte de la sociedad rusa por considerarla carente de valores.
Las supuestas razones de la agresión
Ese es, precisamente uno de los pretextos que se esgrimen en la sociedad rusa para despreciar a Occidente; otro de ellos, que sirvió a Putin para declarar la guerra a Ucrania, es salvar a los rusoparlantes ucranianos del fascismo en este país y acabar con la sociedad fascista que se acerca cada vez más a la Unión Europea.
Sin embargo, la razón va más allá; lo cierto es que Putin se ve a sí mismo como el gran zar de todas las Rusias en tiempos contemporáneos y anhela devolver al imperio el territorio de la extinta Unión Soviética qué el añora –según sus propias palabras– no por ideología ya que Putin es putinista, sino por megalomanía y por el deseo de devolver a Rusia el espacio que ocupó fugazmente en el orden mundial cuanto era la URSS.
Putin se ve a sí mismo como el gran zar de todas las Rusias en tiempos contemporáneos.
La Guerra Fría siguió
Así las cosas, la Guerra Fría no acabó tras el desmantelamiento de la URSS; lo que realmente sucedió es que en esos momentos alcanzó un punto de congelación que dio paso a un desencuentro, pero en otros términos.
Era la guerra en campos de batalla distintos. Si la primera parte de la Guerra Fría, la oficialmente llamada así, fue una escalada armamentística y una lucha de espías y diplomáticos, además de una carrera por el espacio y un conflicto nuclear en potencia entre las civilizaciones occidental y comunista, la segunda parte –ese supuesto fin de la historia de Fukuyama– no fue otra cosa que un conflicto congelado entre el Occidente confiado y una Rusia que peleaba por no dejar atrás sus señas de identidad y por recuperar el orgullo perdido tras la caída del imperio soviético, algo que muchos eslavos no perdonan a Gorbachov.
Y ahora…
Entrando de lleno en el momento actual, un año después de la agresión de Rusia a un país soberano como Ucrania, podemos mirar hacia ese inmenso país encerrado en más de 60.000 kilómetros de frontera y sacar algunas conclusiones; pero sobre todo una muy concreta: el poder militar neosoviético deja mucho que desear; si no fuera así, la mal llamada “operación militar especial” de Putin sobre Ucrania no hubiese durado más de unas pocas semanas. El autócrata ruso ha mostrado al mundo las carencias en material, personal, logística y mando y control de sus ejércitos. Y ha confirmado la ya conocida crudeza de la doctrina militar del imperio ruso: gana, si lo hace, por aplastamiento del enemigo a base de cadáveres propios. El ser humano no importa, lo que importa es la raza y, por supuesto, el poder –su poder en este caso–.
También ha mostrado la cara psicopática de este zar postsoviético. Los delitos de lesa humanidad cometidos por la jerarquía rusa sobre el pueblo ucraniano merecen un Núremberg.
Pero la guerra sigue, con cierto estancamiento, pero sigue. Continúa provocando estragos en Ucrania y empobreciendo al mundo y a su propio país. Sin visos de avanzar o de retroceder, en un enquistamiento que no deja ver el futuro de la guerra, es decir, la luz al final del largo túnel de la agresión.
El presidente chino Xi Jinping da la mano al entonces vicepresidente estadounidense Joe Biden en su visita a China en 2013. Eran otros tiempos.
Lo que sí podemos decir es que ahora sí ha acabado la Guerra Fría; Rusia ha terminado con ella para volver al enfrentamiento directo con Occidente, ese enemigo al que teme y al que odia. También podemos estar seguros de que hay otros actores, de los que el principal es China, que aprovecha cualquier ocasión de desgastar a Occidente y, en especial, a los EE. UU. Un actor mundial que ayuda de forma solapada a Putin pero que tiene su propia guerra: Taiwán. No sería extraño que aprovechase la coyuntura para invadir la isla, lo que sería el enfrentamiento militar directo con Estados Unidos.
Qué nos depara el futuro
Ante este panorama, la reflexión es que nos enfrentamos a un futuro problemático en este orden mundial. El panorama no se presenta nada claro. ¿A qué nos enfrentamos? ¿Regresará el Telón de Acero, esta vez formado por dos potencias como Rusia y China? ¿Entraremos en un orden mundial que implicará una guerra híbrida entre potencias como con Estados Unidos y Europa a un lado, y China y Rusia al otro?
Lo que es seguro es que la geopolítica y la geoestrategia han cambiado y probablemente de una forma definitiva, si empleamos esta palabra entre comillas. Lo estudiamos así en el Máster Universitario en Estudios de Seguridad Internacional.