Óscar Fernández León
La formación es necesaria y fundamental para los abogados, bien sean los más jóvenes, necesitados de una formación que les permita adquirir las habilidades para su desarrollo profesional, como para los más experimentados, que demandan una actualización permanente de sus conocimientos ante un sector competitivo.
La formación es necesaria y fundamental para los abogados, bien sean los más jóvenes, necesitados de unas competencias que les permitan adquirir las habilidades para su desarrollo profesional, como para los más experimentados, que demandan una actualización permanente de sus conocimientos ante un sector cada vez más competitivo. Como consecuencia, es fundamental que la formación se proporcione por el despacho durante todas las etapas de crecimiento del abogado, o lo que es lo mismo, durante su carrera profesional.
Nadie cuestiona que la formación constituye un elemento clave para el buen funcionamiento de los despachos de abogados. A través de la misma se logra el objetivo de proveer al mismo de un equipo de profesionales dotados de nuevas y mejores competencias que permitirán a la organización alcanzar sus objetivos colectivos e individuales. La formación, sea cual sea el tamaño del despacho, tiene que convertirse en una auténtica prioridad como verdadera opción estratégica que deberá ser implementada con el fin de lograr que su resultado represente una ventaja competitiva respecto a sus competidores.
Es fundamental que la formación se proporcione por el despacho durante todas las etapas de crecimiento del abogado, o lo que es lo mismo, durante su carrera profesional
No obstante, cuando hablamos de formación de abogados no podemos olvidar que el modelo de ejercicio profesional ha cambiado en los últimos años. Nos encontramos ante un nuevo escenario en el que la apuesta formativa continuada es fundamental, si bien esta deberá contemplar necesidades diferentes a las tradicionales.
Podemos distinguir cuatro áreas formativas:
– Ejercicio de la abogacía como función social: se tratan los conocimientos vinculados al ejercicio profesional de la abogacía, en cuando a su función social (ética, deontología, etc.).
– Gestión profesional del despacho: toda materia relacionada con la gestión de los despachos, o lo que es lo mismo, el aprendizaje de habilidades de management en sus distintas áreas (estrategia, recursos humanos, proyectos, calidad de prestación de servicios al cliente, etc.) con el fin de garantizar que los abogados puedan dirigir y gestionar sus despachos como empresas de servicios.
– Formación Jurídica: actualización de conocimientos jurídicos (que ha venido siendo la formación tradicional), con especial atención a la formación procesal del abogado.
– La formación que demanda el mercado internacional fruto de la globalización. Destaca el aprendizaje de idiomas y aspectos culturales de países que disponen de una formación diferente a la nuestra.
Por lo tanto, la formación, es una exigencia para el eficaz ejercicio de nuestras funciones de consejo y defensa de nuestros clientes. Lo contrario sería un fraude inaceptable, pues confiar la defensa del patrimonio, libertad, honor, etc, a quien no esté preparado para defenderlo, pero que presume de estarlo, iría contra las más elementales normas éticas sin perjuicio de su sanción corporativa e incluso judicial (civil o penal).
Confiar la defensa a quien no esté preparado para defenderlo iría contra las más elementales normas éticas sin perjuicio de su sanción corporativa e incluso judicial
Y ello hemos de recalcarlo, pues es una realidad que los conocimientos que disponen los abogados para resolver los asuntos encomendados no siempre se encuentran completamente actualizados. Esto puede provocar situaciones complejas que van desde un sobreesfuerzo en la preparación del caso (confiados en nuestra experiencia y capacidad de respuesta) a la posible comisión de una negligencia profesional. El común denominador de estos casos es el riesgo de perjudicar los intereses del cliente.
Finalmente, y derivado de lo anterior, la formación se antoja como una necesidad. Si tenemos en consideración, no solo el vertiginoso proceso de creación legislativa y judicial que vivimos (y que exige al abogado una actualización continua de conocimientos), sino también la necesidad que tiene de adquirir y desarrollar unas habilidades de gestión empresarial y personal, cuya exigencia era impensable hace décadas, lo cierto es que todo abogado debe acceder a una formación permanente.