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La posverdad, conocida también como mentira emotiva, implica la distorsión de la realidad primando las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos.
El término posverdad es un neologismo que se refiere a la distorsión deliberada de una realidad, manipulando creencias y emociones con el objetivo de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales, tal y como lo define la Real Academia Española de la Lengua (RAE).
El concepto de posverdad, también conocido como mentira emotiva, implica que los hechos objetivos tienen menos impacto que los argumentos emocionales y las creencias personales de la persona que construye un discurso con la finalidad de crear y modelar la opinión de las personas que le escuchan e influir en su conducta.
El origen de este neologismo se remonta a principios de los años 90, cuando el dramaturgo y novelista serbio Steve Tesich utilizó la palabra post-truth en un artículo publicado en el diario The Nation. Desde entonces se ha utilizado para describir la conducta política de presidentes, como los estadounidenses Ronald Reagan, George W. Bush y, sobre todo, Donald Trump, pero también para referirse al impacto del discurso que se impuso en Reino Unido en la antesala de la votación del referéndum para su abandono de la Unión Europea.
El impacto de este término en el discurso político e intelectual y en la conciencia social colectiva en los últimos años llevó a que el prestigioso diccionario inglés de Oxford lo escogiera en 2016 como palabra del año. La definición que dan los académicos de Oxford de posverdad es muy similar a la de la RAE: “El fenómeno relativo o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”.
Implicaciones de la posverdad en la política
La popularización del término ha ido ligada al discurso político de determinados líderes en los últimos años, llevando a definir lo que medios y expertos consideran “política de la posverdad”. Esta manera de construir el discurso político y relacionarse con los ciudadanos se basa en la capacidad de generar confianza con unas afirmaciones y argumentos que parecen verdaderos, pero que en realidad ni lo son ni tienen base para serlo.
El ritmo y el volumen de información diaria al que está expuesto cada ciudadano hace que con frecuencia estas afirmaciones no se verifiquen y, cuando se hace y se muestra su falsedad, en realidad no tiene una consecuencia o repercusión para los responsables, manteniendo su estatus y legitimidad de cara a la mayoría de los ciudadanos.
En política se utilizan estos discursos paralelos para construir una realidad afín a una ideología política determinada. Y va dirigido, sobre todo, a los ciudadanos indecisos para hacer que se decanten por una ideología concreta.
La construcción del discurso político de la posverdad ha ido de la mano con otro fenómeno creciente en los últimos años: las noticias falsas (fake news). La mentira en política no es algo novedoso. Sin embargo, en el esfuerzo de conectar emocionalmente con los ciudadanos y convencerles con su discurso para condicionar sus decisiones, los líderes políticos, sus portavoces y sus grupos de influencia han mostrado que la verdad ya no compite con la mentira, sino con otras ‘verdades’. Ese sesgo o manipulación consciente de unos datos para inclinar el discurso hacia el lado que mejor case con las intenciones del orador, sin importar que horas o días después se demuestre que sus palabras no eran ciertas.
Un ejemplo de posverdad: el caso del Brexit
Para los politólogos y otros analistas, un ejemplo paradigmático de posverdad se produjo durante la campaña para el referéndum del Brexit. Uno de los argumentos centrales de los brexiters, los interesados en que Reino Unido abandonara la Unión Europea, fue que Reino Unido inyectaba 350 millones de libras semanales por pertenecer a la Unión Europea, cifra que con la salida del bloque podría destinarse al Sistema Nacional de Salud. Esa cifra, sin embargo, no era real. Varias instituciones británicas calificaron la cifra como engañosa y ofrecieron el dato real, pero el argumento tenía una pátina de veracidad que lograba que los partidarios del Brexit confiaran ciegamente en ella, siendo de las pocas que a posteriori los votantes aún recuerdan. Ese dato, sin embargo, era la aportación británica a la UE sin descontar el dinero que recibía de Bruselas a través de otro tipo de transferencias, como reconocieron los propios líderes brexiters tras el referéndum.
La posverdad se ha convertido en una amenaza para la democracia y sus instituciones, como defienden los expertos, al exponer las flaquezas del sistema político y su capacidad para alimentar discursos populistas —movidos por la emoción y menos interesados en conocer los datos o hechos que contrarrestarían esos argumentos políticos falaces que en confirmar sus propios sesgos—, al tiempo que otra parte de la sociedad se siente totalmente desafectada de la política al considerar que no hay honestidad ni interés en la protección del interés colectivo.
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