Sergio Castaño Riaño
El futuro de Siria es incierto. A gran parte de la población les une el deseo común de iniciar una nueva etapa. Sin embargo, el protagonismo ostentado por los grupos islamistas sitúan a esta opción política como la predominante para construir una nueva Siria.
La entrada de las fuerzas de Hayat Tahrir al-Sham (Organización para la Liberación del Levante – HTS) en Damasco pone fin a 54 años de gobiernos autoritarios en Siria, liderados por la familia al-Asad. Desde el estallido de la, mal llamada, Primavera Árabe en 2011, Bashar al-Asad se mantenía aferrado al poder gracias al apoyo de sus aliados internacionales: Rusia, Irán y Hezbollah, en el Líbano. Sin embargo, la situación geopolítica actual ha debilitado al gobierno sirio que nada ha podido hacer para frenar la ofensiva de las fuerzas lideradas por Abu Mohammad al-Golani.
El poder de la familia al-Asad
Hafez al Asad accedió al poder tras un golpe de Estado en 1970. Como líder del partido Baaz estableció un régimen autoritario en el que su figura se situó como único referente de poder. A pesar de pertenecer a una minoría étnica chíi, la represión y las alianzas internas forjadas por al Asad fueron determinantes para garantizar su permanencia en el poder durante treinta años.
A lo largo de su mandato, el dictador sirio preparó a su hijo Bassel para que lo sustituyera en el cargo. Sin embargo, un accidente de tráfico en 1994 acabó con la vida del heredero, y entregó la sucesión de la “república hereditaria” a su segundo hijo, Bashar, quien accedió a la presidencia tras la muerte de su padre en el año 2000. A pesar de las expectativas creadas tras su ascenso al poder, Bashar al-Asad gobernó con brazo de hierro, manteniéndose al frente del país hasta el 8 de diciembre de 2024.
Desde el estallido de la Primavera Árabe en 2011, Bashar al-Asad se mantenía aferrado al poder gracias al apoyo de Rusia e Irán.
La guerra civil en Siria
Coincidiendo con las revueltas populares que acabaron con los regímenes autoritarios en Túnez, Egipto y Libia en el año 2011, la población siria también se lanzó a las calles para exigir un cambio político. Sin embargo, y a diferencia de lo ocurrido en los países norteafricanos, la reacción del régimen sirio fue mucho más dura, haciendo que los enfrentamientos se extendieran y derivaran en una cruenta guerra civil.
Siria se caracteriza por ser un país multiétnico, en el que conviven diversas culturas y tradiciones. La gran mayoría de la población es musulmana sunní. No obstante, el régimen ha estado controlado por la minoría alauí a la que pertenecía la familia al Asad. Junto a ellos, drusos, cristianos, kurdos, turcomanos, yazidíes y armenios también forman parte de la compleja sociedad siria.
En este contexto, el desarrollo de la guerra favoreció la creación de varias facciones que actuaron en defensa de sus propios intereses. Así, dentro de los grupos opositores destacó el Ejército Libre Sirio, formado por aquellos militares que desertaron del ejército de al Asad y que representaban a las fuerzas seculares contrarias al régimen. La estructura de este ejército evolucionó hacia una organización de mayores dimensiones que tomaría el nombre de Ejército Nacional Sirio en el año 2017.
Por otro lado, los grupos yihadistas se fueron agrupando en torno a la figura de al Golani, que, en aquel momento, representaba los intereses de al Qaeda en Siria. El bastión de los grupos yihadistas se situó en las ciudades del norte del país, Hama, Alepo y Homs.
En el año 2014, las tensiones entre Abu Bark al Baghdadi y al Golani favorecieron la proclamación del Califato y la autoproclamación del Estado Islámico (ISIS), cuya presencia en Siria fue en aumento en los años sucesivos, situando su capital en Raqqa y llegando a controlar vastas extensiones de terreno. Cabe destacar, el importante papel jugado por los grupos kurdos en su lucha contra el ISIS y el reconocimiento internacional que alcanzaron gracias a ello.
Internacionalización del conflicto
Antes del inicio de la guerra, el gobierno sirio era observado por Estados Unidos y por las potencias europeas como un régimen hostil. Por ello, se apostó por armar a los grupos opositores con el objetivo de avanzar hacia un cambio de régimen que permitiera la celebración de elecciones libres.
Por su parte, Rusia, tras haber desafiado a Occidente con la anexión de Crimea, decidió implicarse en la guerra de Siria y defender las posiciones de Bashar al Asad. La presencia rusa, sumada al apoyo de Irán y de Hezbollah fue determinante para que el régimen pudiera recuperar el control de la mayor parte del país.
Una vez que Rusia entró en el conflicto, los Estados miembros de la OTAN centraron en su ofensiva en acabar con el ISIS. Para ello, tomaron a las milicias kurdas como principal aliado y, ante la deriva que estaban tomado los acontecimientos, comenzaron a ver a al Asad como un mal menor. La ofensiva internacional consiguió en 2019 frenar al ISIS hasta convertirlo en una fuerza irrelevante en el conflicto.
La geopolítica en torno a Siria tendrá un papel fundamental en los próximos meses.
En este escenario, Turquía también quiso hacer valer su papel como potencia regional. El gobierno islamista de Recep Tayyip Erdoğan quería acabar con un gobierno sirio incómodo para sus intereses, y, a la vez, aprovechar la situación para debilitar a los kurdos que habitaban en la frontera con Turquía. Para ello, desde Ankara se instó a la oposición a unir fuerzas y a conformar el Ejército Nacional Sirio.
Por su parte, los islamistas de al Golani fueron suavizando su discurso y adoptando una posición más pragmática que los llevó a distanciarse de al Qaeda y a formar Hayat Tahrir al-Sham, cuyas acciones fueron encontrando la complicidad de otros grupos opositores en su ambición conjunta por acabar con el régimen.
En los últimos años, la guerra había permanecido en un punto muerto que permitió al gobierno de al-Asad reintegrarse en la Liga Árabe y recuperar cierto reconocimiento internacional. Sin embargo, la situación del país seguía siendo insostenible, y las milicias opositoras continuaban esperando el momento oportuno para lanzar una ofensiva definitiva.
La guerra de Ucrania, y los conflictos abiertos por Israel con Irán y con Hezbollah, provocaron un debilitamiento de los apoyos externos con los que había contado al Asad. De este modo, se propició la situación idónea para que los grupos opositores, liderados por Hayat Tahrir al-Sham, retomaran las hostilidades y, en tan solo once días, pudieran hacerse con el control de las principales ciudades del país hasta derrocar al régimen en Damasco.
¿Cuál es el futuro de Siria?
El futuro de Siria es incierto. A gran parte de la población les une el deseo común de iniciar una nueva etapa. Sin embargo, el protagonismo ostentado por los grupos islamistas, y su papel como vencedores de la guerra, sitúan a esta opción política como la predominante para construir una nueva Siria.
Las experiencias pasadas en Egipto, Irak o Afganistán, ya han demostrado que el anhelo occidental de avanzar hacia un sistema inspirado en principios democráticos constituye una utopía. Incluso, en el caso de que se celebraran elecciones libres, lo más probable es que estas sean ganadas por las fuerzas islamistas, y, en concreto, por la fuerza política que represente al HTS, que, hoy en día, sigue siendo considerada una organización terrorista por parte de Estados Unidos.
Cabe confiar en las primeras declaraciones de al Golani en las que ha afirmado que no va a actuar contra las minorías y que HTS pueda actuar como un actor político que respete la diversidad siria. No obstante, ese pragmatismo no va a impedir que Siria avance hacia la conformación de una República Islámica inspirada en los principios de la Sharía.
En cuanto a la acción internacional, la llegada de Bashar al Asad a Moscú supone una derrota para los intereses rusos en su ambición de actuar como potencia militar hegemónica en el actual contexto internacional.
- Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
- Facultad de Derecho