Román Rodríguez Curbelo
Dos docentes de UNIR explican cómo la mejora de la enseñanza científica en niños y adolescentes es un reto asumible y necesario, porque la ciencia es también cultura y aporta una capacidad crítica fundamental para cambiar la sociedad.
La ciencia y la tecnología son constantes en la vida diaria de las personas. Casi cualquier cosa que nos rodea tiene que ver con la ciencia o se ha creado a partir de ella. Tiene sentido entonces que niños y adolescentes cuenten con una buena educación científica para comprender e incluso transformar el mundo.
Así piensan Virginia Pascual, directora académica del Máster Universitario en Didáctica de la Biología y la Geología en Educación Secundaria y Bachillerato de UNIR, y Alicia Palacios, quien desempeña el mismo puesto en el posgrado en Didáctica de la Física y la Química en Educación Secundaria y Bachillerato.
Una buena educación científica, coinciden ambas, permite a los ciudadanos ser críticos con la sociedad y entender el entorno. ¿Por qué el cielo es azul? ¿Cómo llega una voz de un teléfono a otro? ¿Por qué se llora al cortar una cebolla? Son interrogantes tras cuyas respuestas hay unos conocimientos que enriquecen, que permiten interpretar la realidad y construir argumentos válidos para tomar decisiones.
“La educación científica nos permite actuar de manera crítica como ciudadanos. Es decir, nos permite entender por qué debemos reciclar y cómo hacerlo, comprender las causas y consecuencias del cambio climático o evitar engaños ante los bulos que circulan por internet, como el terraplanismo o la fobia a las vacunas”, explica Alicia Palacios.
Desconocimientos de este estilo no solo pueden resultar perjudiciales a nivel individual, sino también a escala social y comunitaria. La injustificada aversión a las vacunas ante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, ha provocado que enfermedades erradicadas hayan resurgido y sean mortales para ciertos colectivos.
Por ello, la educación en ciencia de los niños y los adolescentes es una garantía para el presente y, sobre todo, para el futuro. Porque la ciencia es parte de la cultura, observa Pascual.
“Cuando hablamos de cultura siempre pensamos en saber admirar una obra de arte o una obra arquitectónica, pensamos en libros y demás cuestiones similares. Pero nunca se nos pasa por la cabeza pensar en los grandes hitos científicos que han mejorado nuestra vida”, añade la docente en Biología y Geología.
Alicia Palacios.
Niños y adolescentes que, además, se encuentran en un periodo de grandes cambios físicos y psíquicos en el que forjan su personalidad, regulan sus conductas y establecen criterios, gustos y preferencias.
En esa apertura al mundo no puede faltar, por lo tanto, una educación científica de calidad que los forme como figuras críticas con su entorno y capaces de argumentar con solidez desde el conocimiento.
El porqué de la desmotivación
Sin embargo, ambas docentes coinciden en que muchos estudios demuestran una desmotivación paulatina por las ciencias en la etapa secundaria. Esto supone un serio problema porque, en el fondo, la ciencia supone un interés genuino por el mundo, algo cercano, cotidiano y accesible que resulta útil y bonito.
Para Pascual, parece mentira que incluso después de una pandemia el interés social por la ciencia continúe en niveles muy bajos. Una causa, desde su punto de vista, radica en una programación educativa desfasada y descontextualizada, poco relacionada con el día a día o, al menos, con la realidad de este sector de la población.
“Profesora, ¿y esto para qué sirve?”, es un comentario muy común en las aulas de un instituto, asegura Palacios. Los adolescentes consideran estas asignaturas como complicadas y las abordan desde la memoria, sin realmente comprender el significado ni la utilidad de lo tratado, lo que crea un círculo vicioso de desinterés y apariencia de complejidad.
Palacios argumenta por todo ello que hay que acercar la ciencia a los estudiantes. Mostrarles su utilidad en la vida cotidiana y lo interesante que puede llegar a ser, e involucrarlos en un aprendizaje activo mediante proyectos o retos actuales.
“Si no conseguimos despertar su interés por la ciencia, difícilmente conseguiremos que aprendan”, advierte.
Las explicaciones a priori de muchas “buenas conductas”, según Virginia Pascual, se deben a la investigación científica. No se cuestionan porque están socialmente arraigadas. “Sabes que no debes bañarte en agua muy fría tras una comida copiosa”, ilustra la profesora. La educación científica, por lo tanto, puede reflejarse en el ámbito formal, pero también en el más informal y hasta cotidiano.
“Estudiar ciencias no es aprender de forma tácita una serie de leyes y teorías, no es acumular saber por el mero hecho de conocer datos. Es mucho más complejo y más interesante que todo eso”, reconoce.
Datos que reflejan un problema
Esta desmotivación ha contribuido a los malos resultados nacionales en las pruebas del informe PISA sobre estas materias. Según los últimos datos disponibles, correspondientes a 2018, España se sitúa en el nivel 2 de entre todos los países consultados. Junto a Grecia, Italia, Colombia, Uruguay, Chile o México, entre otros países, integra el grupo de aquellos que deben mejorar ostensiblemente.
Pascual y Palacios señalan como razón principal a esa forma obsoleta de impartir estas asignaturas, que antepone la acumulación de conocimientos a la aplicación práctica de estos y la enseñanza activa.
Virginia Pascual.
“Es decir, los alumnos deben saber ciencia, pero también deben saber hacer ciencia”, resume Virginia Pascual. PISA evalúa precisamente la capacidad de resolver problemas relacionados con la vida cotidiana, problemas que habrán de resolver mediante ciertas competencias.
Es imprescindible, añade Alicia Palacios, reformular la enseñanza de la ciencia, superar el enfoque tradicional de estos contenidos y adaptarlos a los intereses de niños y adolescentes.
Este problema alcanza a la educación superior. Las matrículas en carreras universitarias de ciencias caen poco a poco desde comienzos de siglo, confirman las expertas. Descartan la posibilidad de que este fenómeno se produzca por falta de salidas profesionales. Al contrario.
Cada vez hay más salidas para estas carreras y se han diseñado nuevos itinerarios profesionales. Alicia Palacios ahonda al respecto: “La necesidad de profesionales científicos es y será cada vez mayor, dado que estamos inmersos en la Revolución 4.0”.
La Comisión Europea, de hecho, estima que en los próximos años miles de empleos quedarán vacantes por la falta de perfiles STEAM (siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas).
Palacios suma una posible causa a esta reducción de científicos en las universidades: la relación esfuerzo – recompensa.
La necesidad de científicos es cada vez mayor.
“Son carreras complejas, que implican un esfuerzo adicional, y que, en muchos casos, no se ven recompensadas con un mejor salario o mejores condiciones laborales. Otro motivo es la menor predisposición de las mujeres hacia titulaciones STEAM, creando esto a su vez una brecha de género que es imprescindible evitar”, afirma.
Virginia Pascual coincide en que la falta de motivación profundiza en el sesgo de género: hay menos mujeres de las que debiera haber en estas carreras.
Dos titulaciones para plantear soluciones
Los dos posgrados de UNIR sobre las didácticas de la Biología y Geología y de la Física y Química buscan precisamente solventar estas carencias, reconvertir las clases de ciencias y adecuarlas a lo que se prevé en estas primeras décadas de este siglo.
Los posgrados ofrecen una visión actualizada de este tipo de enseñanza, particularmente de ambas ramas. Aportan una compilación de lo que Virginia Pascual denomina buenas prácticas, de proyectos de innovación, de metodologías activas centradas en los estudiantes o en recursos emergente dentro de un aula, entre otras herramientas.
Pretenden ser guías para todo profesor o profesional relacionado con ambos mundos que quiera estar actualizado y que ansíe mejorar sus clases y motivar desde la calidad y la competencia científica a sus estudiantes.
Palacios subraya que para ello se parte de contextos cotidianos motivadores para que los estudiantes del máster sean capaces de desarrollar una enseñanza activa. Ambas quieren que sus alumnos sean capaces de enseñar de forma diferente en función del contenido a aprender.
Contenidos que inviten a la reflexión y a la práctica y que, en última instancia, están al servicio de las nuevas generaciones.