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Identificar, reconocer y manipular los fonemas son requisitos previos a la lectoescritura. El profesional de la psicopedagogía es quien detecta problemas en esta conciencia fonológica para encontrarles solución.
La capacidad de escuchar, diferenciar y manipular sonidos es lo que se conoce como conciencia fonológica y, aunque es posible hallar infinidad de definiciones, todas ellas coinciden en que la toma de conciencia de que las palabras están formadas por sonidos es lo fundamental.
Cuando un niño aprende que el lenguaje está compuesto por frases, que a su vez están integradas por palabras, que se dividen en sílabas y son capaces de identificar los distintos fonemas, está poniendo en práctica su conciencia fonológica. Se trata, por lo tanto, de una habilidad que prepara a los más pequeños para conocer la manera en la que letras y sonidos van juntos en las palabras, facilitando así su aprendizaje tanto en la lectura como en la escritura.
Autores como Schueler y Boudreau definieron la concienciación fonológica a modo de una competencia metalingüística que les permite a los niños analizar la estructura de sonido del lenguaje, mientras que otros estudiosos como Schmitz consideran que debe relacionarse con el hecho de que el lenguaje oral se compone de diferentes unidades de sonido, como sílabas, rimas, sonidos iniciales y fonemas.
Es papel de los educadores desarrollar la conciencia fonológica en los más pequeños y detectar posibles problemas cuando la evolución no es la esperada. En este sentido, la detección temprana de anomalías como la dislexia resulta fundamental para abordarlas con éxito; es por ello que formaciones como el Máster en Psicopedagogía se hacen cada vez más necesarias.
Hoy en día prácticamente todos los centros educativos cuentan en su plantilla con un profesional de la psicopedagogía que, entre otras funciones, tiene la misión de poner en práctica la estimulación de la conciencia fonológica entre el alumnado. Algunas de las pautas que utilizan para activar la concienciación fonológica pasan por:
Jugar a rimar
Los niños pueden introducirse en el juego de rimar palabras a través de canciones o poemas, descubriendo las similitudes y las diferencias que existen entre los sonidos.
Silabear
Existen multitud de formas de hacer entretenido el ejercicio de separar las palabras en sílabas, pero quizás el más utilizado sea proponer que los niños den una palmada por cada sílaba diferente.
Emplear las adivinanzas
Este tipo de actividad sirve para practicar muchas de las habilidades fonológicas, ya que se pueden hacer propuestas para acertar palabras que comiencen por un sonido determinado, entrenando así los fonemas iniciales, pero también es posible plantear que el niño diga un vocablo que rime con una determinada proposición.
Formar palabras
En este caso, se trataría de exponer varias sílabas de manera oral para que el alumnado pueda construir la palabra que está compuesta por esos sonidos.
Identificar los fonemas
Para aprender las diferentes músicas del lenguaje existen multitud de fórmulas y ejercicios, pero uno que según los profesionales de la psicopedagogía funciona muy bien es el juego en el que el niño debe clasificar objetos según sus sonidos. Se le puede pedir que junte todos los elementos que comiencen por un determinado fonema o letra, por ejemplo.
Escuchar
El primer nivel de conocimiento fonológico se encuentra precisamente en la escucha, por eso, exponer a los niños a un entorno lingüístico dinámico y variado contribuirá a su progreso. Leer cuentos o cantar canciones a los más pequeños puede significar un aumento considerable de sus destrezas en conocimiento fonológico.
El hecho de realizar este tipo de actividades permite a los profesionales de la psicopedagogía evaluar la conciencia fonológica de sus alumnos y detectar posibles dificultades en el aprendizaje de la lectoescritura. La mayoría de los expertos concuerdan en que presentar dificultades relevantes en edades tempranas en actividades de conciencia fonológica podría representar un signo de alarma en cuanto a las capacidades lectoras del niño. Por lo tanto, la detección precoz de estos posibles problemas permitirá poner en práctica el tratamiento más adecuado lo antes posible, minimizando así posibles perjuicios futuros.