Ingrid Mosquera Gende
Olga Cañizares nos introduce en el fascinante mundo de conocer, interpretar y gestionar los sentimientos y las emociones con la inteligencia emocional (IE). Nos descubre también los beneficios personales, sociales y profesionales que trae consigo.
Los seres humanos contamos con cuatro dimensiones básicas: la espiritual, desarrollada en gran parte por las religiones, la mental, desarrollada por la educación, la corporal, mantenida por el cuidado de nuestro físico y nuestra nutrición, y la dimensión emocional, que ha sido menos tenida en cuenta. Sin embargo, a las personas hay que entenderlas de forma holística, con las cuatro dimensiones interactuando entre ellas.
Howard Gardner y otros autores hablaron de inteligencias múltiples; la interpersonal y la intrapersonal son las que forman la inteligencia emocional (IE), mediante la cual podemos ser activos en nuestras decisiones y en la forma de gestionar la realidad en la que vivimos. Posteriormente la psicología humanista expuso ideas que se sumaron a las anteriores: experimentamos de manera subjetiva; somos valiosos por nosotros mismos; somos capaces de elegir libremente; podemos y queremos desarrollar nuestro potencial; nuestra motivación máxima es la autorrealización; buscamos un sistema de valores y creencias; nuestra vida emocional influye en nuestras decisiones. Salovey y Mayer, finalmente, influyeron en la publicación de Inteligencia Emocional, el famoso libro de Goleman que sirvió como punto de partida para la popularización del concepto.
A partir de esa breve pincelada diacrónica, la profesora Olga Cañizares introduce las cinco competencias clave que sirven para desarrollar la inteligencia emocional: el autoconocimiento, la autorregulación, la automotivación, las habilidades sociales y la conciencia social. Las tres primeras entrarían dentro de la inteligencia intrapersonal y las dos últimas dentro de la interpersonal. La profesora recomienda, para mejorar nuestra salud emocional, que cambiemos el “tengo que” por el “quiero”; que cambiemos el “tengo que levantarme, tengo que ir al trabajo, tengo que comer, tengo que …” por el “quiero levantarme, quiero ir al trabajo etc.”. El lenguaje influye poderosamente en nuestra actitud.
Sobre las claves para el desarrollo de la inteligencia emocional: en primer lugar destaca la observación, como capacidad de examinar con atención para detectar y asimilar la realidad. Mediante la observación, podremos elegir las conductas que nos sirvan para alcanzar nuestros objetivos. Para ello es necesario distinguir entre emociones y sentimientos, así como ser capaces de observar pensamientos, comportamientos y nuestras creencias. Después, la participación, que debe ser activa, tomando decisiones sobre cómo queremos que sea nuestra vida. Debemos ser proactivos. Otra clave está en la disciplina: debemos ser constantes y comprometidos con nuestras decisiones. El compromiso es la voluntad de cumplir lo que hemos prometido; influye en otros campos como la honestidad, la responsabilidad, la confianza y la coherencia. También se deberá promover una escucha activa, empatía, asertividad, creatividad, optimismo, humor y resiliencia. Todo ello acompañado de ecología, una actitud de interacción basada en el respeto y la observación de las necesidades de los demás.
Las emociones producen cambios fisiológicos en nosotros, por lo que tenemos que ser conscientes de nuestras emociones y compartirlas, para así construir relaciones saludables.
En el plano personal, la IE aporta autoconocimiento, salud, autorregulación, relaciones saludables y automotivación. En las organizaciones, en un plano profesional, cada vez son más comunes las intervenciones en empresas para desarrollar competencias emocionales en el liderazgo. Se fomenta de este modo bienestar corporativo, desarrollo de liderazgo, mejora del servicio a los clientes, aumento de recursos para la gestión del cambio, mejora de la gestión del tiempo, clima de confianza, comunicaciones productivas, establecimiento realista y objetivo de metas, desarrollo de competencias para las negociaciones, mejora de las relaciones personales, fortalecimiento del trabajo en equipo, aumento de la productividad y aumento de la vinculación a la organización. En el plano social, la IE mejora áreas de la política, la educación, la sanidad y las familias.
La inteligencia emocional implica un giro radical en el modo de entender las relaciones profesionales y personales, además de un cambio sustancial en la forma de conocer nuestro propio ser. Sin duda, poseer inteligencia emocional, saber reconocer nuestros sentimientos, emociones o necesidades y saber compartirlos, comunicarlos y gestionarlos puede suponer un paso fundamental hacia unas relaciones más estables y saludables, con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos.
La sesión completa online se puede ver pinchando en el enlace de arriba, sobre la foto.
- Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria