María Teresa Muñoz Alarcón
Vivimos en una sociedad cada vez más diversa y plural, donde la riqueza de nuestras diferencias culturales, étnicas y de género nos enriquece. Esta diversidad, reflejada en las aulas, plantea desafíos y oportunidades para la convivencia y el aprendizaje inclusivo.
Vivimos en una sociedad cada vez más diversa y plural, formada por personas de diferentes culturas, tradiciones, creencias, etnias, géneros y estilos de vida. Podríamos afirmar que la diversidad se refiere a todo lo que nos distingue unos de otros y nos hace únicos, haciendo de la diferencia el eje central. Sin embargo, es precisamente esta variedad lo que enriquece a la sociedad. Esta variedad no sólo resalta lo que nos hace distintos, sino también cómo esas diferencias pueden complementarse, permitiendo una mayor comprensión y aceptación mutua puesto que todos somos diferentes.
Cada cultura es distinta, y esa pluralidad refleja la esencia del ser humano. Esta diferencia, como símbolo de libertad y riqueza, nos permite entender y valorar a los demás, promoviendo una diversidad cultural sin jerarquías, basada en el respeto mutuo. (Kaplan, 1993).
Un mundo plural es un mundo más rico y preparado para comprender el futuro, pero también más complejo y difícil de gestionar. Esto se hace evidente en las aulas puesto que la comunidad educativa es diversa y multicultural, algo que se refleja en la vida diaria de la escuela. Sin embargo, muchas de estas diferencias no se ajustan a las normas escolares, por lo que a veces se perciben como fuente de conflictos más que como riqueza. Reconocer esta realidad es clave para avanzar hacia la inclusión (Galeano Tabares, 2020).
Si convenimos en que los centros educativos son un reflejo de la pluralidad social, son ellos quienes pueden y deben jugar un papel protagonista en la tarea de formar ciudadanos críticos, comprometidos y respetuosos. Por tanto, hemos de insistir desde la enseñanza en aprovechar la riqueza de la diversidad, para crear nuevos ciudadanos que afronten desde los valores democráticos los nuevos retos sociales. Se trata de destacar “la vital importancia de aquellos valores que no se pueden pesar y medir con instrumentos ajustados para evaluar la quantitas y no la qualitas” (Ordine, 2013, p. 15).
Diversidad y conflicto
Partimos del hecho de que el conflicto es una constante en la vida humana, es inherente a la relación interpersonal, aunque no todos lo comprendamos ni lo enfrentemos de la misma manera. Debemos entender, sobre todo, que el conflicto, aunque normalmente va precedido de connotaciones negativas, no es negativo ni positivo per se, sino que va a depender del modo de entenderlo, afrontarlo, gestionarlo o resolverlo. Es decir, el conflicto puede ser una opción para el cambio y crecimiento personal, para el fortalecimiento o restablecimiento de relaciones, para el conocimiento y reconocimiento del otro; en definitiva, una oportunidad de aprendizaje.
Los centros educativos, como lugar de confluencia e interacción constante de personas, no están libres de conflictos, ya que en ellos tienen lugar un sin fin de relaciones e interacciones entre personas diversas que, además, ocupan un rol distinto, lugar o posición. Es en este espacio, en la escuela, en sus aulas, donde los menores comienzan a relacionarse y a convivir con otros, por lo que es aquí en donde tienen que enfrentar nuevos conflictos interpersonales. Por tanto, el aula debe ser un espacio seguro donde los menores aprendan a resolver conflictos de manera constructiva y a desarrollar habilidades que les permitan convivir de manera positiva y armoniosa.
Es necesario, pues, encaminarnos hacia un nuevo concepto de enseñanza. No se trata de desplazar o despreciar la enseñanza y las asignaturas tradicionales, pero es necesario ir más allá. Debemos desarrollar la educación emocional, creativa y social. Si pretendemos que nuestros estudiantes e hijos se eduquen de una manera integral y plena, no se puede separar la educación cognitiva de la emocional (Muñoz Alarcón, 2021).
En definitiva, tal y como dicta el informe Delors, para llevar a cabo una buena educación debemos tener como premisa los cuatro pilares de esta: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, aprender a vivir juntos (Delors, 1996 p. 34). Justamente, este aprender a vivir juntos, apunta a la convivencia como la manera de vivir pacíficamente con los demás, comprendiendo, colaborando y respetando la diversidad. Los centros educativos, sus aulas, son lugares idóneos y privilegiados para formar y preparar a las personas para que sean ciudadanos activos, responsables y autónomos, que sepan vivir en sociedad con respeto y solidaridad.
La mediación como herramienta para la convivencia
Los marcos legislativos de diversos países como España, Colombia, México o Ecuador incluyen y regulan aspectos que tienen que ver con el fomento de la cultura de paz, el respeto y conocimiento de la pluralidad social y la solución no violenta de conflictos. Por ello, los centros educativos deben incluir en su proyecto educativo medidas para fomentar la igualdad, combatir la violencia de género, respetar la diversidad de identidades y culturas, y promover la participación activa y la convivencia pacífica en pro de la igualdad.
Desde esta perspectiva, la convivencia debe enfocarse de forma positiva, conectándola con los principios básicos de la educación, y no sólo como prevención de problemas o de una convivencia violenta (Del Rey, Ortega y Feria, 2009). Contamos, entonces, con la mediación como recurso útil y necesario para la prevención y resolución de conflictos. Consecuentemente, ella debe ser un puente para facilitar las relaciones, fomentar la comunicación y promover la integración de todas las personas o grupos que conforman la comunidad educativa, contribuyendo así a la mejora de la convivencia en los entornos educativos.
Fortalecer habilidades sociales
Las personas tendemos a una mayor predisposición a solicitar ayuda a nuestros pares en lugar de recurrir a personas que percibimos con un estatus superior, como puede ser un docente (Pulido et al., 2013). Por ello, no es una idea baladí formar a los estudiantes para que sean ellos mismos los que medien ante los conflictos o dificultades que surjan en los entornos educativos. La cultura de mediación en contextos educativos favorece que los menores busquen la solución a sus desavenencias y desacuerdos de una manera constructiva. Esta capacidad, toda vez que se adquiere, se aplica y se manifiesta en diferentes aspectos y ámbitos de la vida también en la etapa adulta. Así Silva y Torrego (2016) constataron que estos procesos de aprendizaje fortalecen notablemente habilidades sociales y personales de los más jóvenes.
Villanueva et al. (2013) indican que la medición resultaba muy útil como acción preventiva ante el acoso escolar ya que, por un lado, se lograba una mejora en las actitudes hacia la víctima y, por otro, se disminuía la escalada que suele ocurrir en este tipo de situaciones negativas. Por otra parte, otros autores confirman que el alumno mediador, mejora las relaciones interpersonales y el aprendizaje en valores cívicos, las competencias emocionales y sociales, aumentaba su liderazgo positivo y la tendencia a ayudar a los demás (García-Raga et al., 2018; Villanueva et al. 2013).
Puesto que la diversidad es un hecho y la idea de convivencia positiva se ha extendido en todos los entornos educativos, que la mediación y la formación de estudiantes como mediadores pueden contribuir a que la vida comunitaria que sucede en todos los escenarios educativos, así como la red de relaciones que en ellos se producen (profesorado/alumnado, relaciones entre los estudiantes, y relaciones familia/centro educativo), transcurran con modelos de respeto y de solidaridad de los unos para con los otros por el bien común compartido (Ortega, Del Rey , Córdoba y Romera, 2008).
Desde el Máster en Prevención y Mediación de Conflictos en Entornos Educativos de UNIR se busca formar a los distintos profesionales, aprovechando el potencial transformador de la mediación, tanto en la resolución de conflictos como en la mejora de las relaciones humanas, para que se postulen como impulsores de cambio positivo en sus entornos educativos, como guías en procesos de mediación y también como formadores de futuros mediadores.
(*) Mª Teresa Muñoz Alarcón, Doctora en Educación, área familia, escuela y sociedad. Docente y apoyo en la coordinación académica del Máster en Prevención y Mediación de Conflictos en Entornos Educativos en la Universidad Internacional de la Rioja. Experta en Mediación. Miembro colaborador del equipo de investigación en Intervención Socio-Educativa de la Universidad de Murcia (UMU).
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