Elena Gallardo Morillo
El desarrollo de las competencias emocionales —como la autoestima, el autocontrol y la autoconciencia— ayuda a los niños a conocer mejor sus propias emociones y a gestionarlas de manera más eficaz.
La educación emocional no es una moda, sino un valor seguro en el desarrollo de las personas. Durante décadas, las comunidades educativas han centrado todos sus esfuerzos en impulsar el desarrollo cognitivo, clave para combatir el analfabetismo. Ahora, en el S.XXI, podemos afirmar que vivimos en un escenario educativo bastante amable donde los niños potencian sus saberes en las diferentes áreas de conocimiento. Sin embargo, aún queda camino por recorrer en lo que se refiere a otras competencias imprescindibles en la vida: las competencias emocionales.
Desde hace algún tiempo, este creciente interés en desarrollar estas otras competencias ha sentado las bases de lo que conocemos como inteligencia emocional. La inteligencia emocional, también conocida como educación en emociones, ayuda a los niños a tomar conciencia de sus emociones y a aprender a identificarlas.
Una vez identificadas, la educación emocional consiste en entrenar y desarrollar algunas competencias que van a promover su adaptación y la gestión de diferentes situaciones en la vida. Entre estas competencias, destacamos la autoestima, el autocontrol y la autoconciencia.
Estos 3 conceptos son claves dentro de la dimensión intrapersonal referida al “cómo me siento yo” y “cómo me veo a mí mismo”. En función de esto, el niño proyectará su imagen hacia los demás, lo que modulará su relación con otros (dimensión interpersonal).
¿Cómo abordar la educación emocional en el aula?
Este razonamiento resulta casi un reto si la educación emocional en el aula o en los hogares no se afianza desde las etapas educativas más tempranas. ¿Cómo? A través de la exposición y experimentación con las emociones.
Veamos paso a paso la secuencia para desarrollar estas competencias emocionales:
1. Definir qué es una emoción
La emoción viene configurada como parte de nuestra biología humana. Hay quien la define como un software que viene ya instalado y que nos avisa cuando pasa algo. La alegría, la ira, la frustración, la sorpresa, el miedo, la tristeza. En las emociones residen lo mejor y lo peor de nuestras vidas.
Por el contrario, un sentimiento es una construcción. Tiene que ver con la forma que tenemos de interpretar la realidad, es decir, está relacionado con nuestros pensamientos y creencias. Y esto es algo que termina siendo capital subjetivo de cada persona.
Llegada una edad, cada niño tendrá una manera diferente de percibir su entorno en base a sus experiencias que, a su vez, moldearán sus pensamientos. Hablemos del amor, hablemos de la felicidad, entre otros. Cada niño construirá estos sentimientos en base a su experimentación con el entorno, sus pensamientos y creencias. Cada niño tendrá una manera diferente de percibir el amor y la felicidad.
2. Ampliar el lenguaje asociado a la emoción
Cuanto mayor sea el abanico de emociones asociado a su correspondiente vocabulario emocional –aprender a identificarlas y ponerles nombre–, mayor será la garantía de desarrollar en un futuro competencias emocionales y sociales.
Es bien sabido que desde muy pequeños sabemos lo que es el miedo, la rabia, la alegría. Sin embargo, cuando somos niños tenemos más dificultad para identificar otras emociones. Es por esta razón que el lenguaje juega un papel clave en el desarrollo de los niños y la ampliación de su vocabulario y riqueza léxica les va a permitir identificar otras nuevas emociones.
Es importante que en el aula y en las familias exista un uso adecuado de aquel lenguaje referido a emociones y sentimientos positivos, poniendo en valor la alegría, amor, compasión, armonía, equilibrio, paz interior, sosiego, gozo, felicidad, solidaridad, empatía. En la medida que utilicemos este vocabulario y lo pongamos en práctica, esto ya forma parte del entrenamiento emocional.
3. Asociar pensamiento-emoción-acción
Todas las emociones tienen un correlato neurofisiológico. Cuando un niño siente emoción, numerosos mecanismos fisiológicos se activan. En el caso de la ira, se activa la taquicardia, la hipertensión. Con el miedo, aparecen los temblores, las mariposas en el estómago. Es importante que el niño aprenda a asociar la emoción y su efecto, lo que contribuirá en su autoconocimiento.
Por otra parte, este asunto nos lleva a hablar también de autocontrol o autorregulación emocional. Aquí es muy importante que los padres y profesores les enseñemos a identificar la emoción y también los límites de sus acciones más impulsivas. Resulta frecuente que, en situaciones de rabia o ira, el niño tienda a morder, arañar o pegar. Una adecuada educación infantil basada en la inteligencia emocional permitirá prevenir rasgos de conductas a futuro como la violencia.
Consejos para trabajar la educación emocional con niños
Algunas recomendaciones son:
- Conversación directa con el niño para tratar de comprender cómo se siente y animarle a que exprese sus emociones con palabras. Siempre es conveniente ponerse a su altura y mirarle a los ojos.
- Con ayuda de un lápiz o una tiza, el niño puede dibujar la emoción negativa, por ejemplo, la rabia. A través de garabatos, el niño canalizará la emoción.
- La técnica de la tortuga consiste en explicar a los niños una breve historia de una tortuga pequeña que está muy enfadada a la que se le enseña a meterse dentro de su caparazón. Los niños aprenderán a autoanalizarse, a meterse dentro de ellos mismos para buscar ese momento de introspección y análisis. El espacio de la tortuga se puede crear en el aula o en casa.
- Uso de libros educativos que ilustren con imágenes y vocabulario diferentes emociones.
- El teatro como recurso de aprendizaje vivencial.
Una práctica consciente a favor de la educación emocional en las aulas permitirá un mejor uso y gestión de las emociones en los niños, promoviendo la adaptación a situaciones y circunstancias de diversa índole.
La sociedad actual se mueve a una velocidad galopante, poniendo en entredicho muchos valores humanos cuya pérdida vulnera el sentido de ciertas competencias en niños con escasos recursos de autogestión (autocontrol, autoestima y autoconciencia). Esto implica el esfuerzo de toda una comunidad educativa (y también de las familias) a favor de un movimiento para educar en emociones que jugará un papel determinante en el futuro bienestar psíquico y emocional del niño, necesario para afrontar las exigencias de una sociedad muy cambiante, sobre todo, si nos referimos a la educación.
Los nuevos retos educativos requieren de esfuerzos para comprender cómo funciona el cerebro de un niño. Emoción, atención, memoria, lenguaje, desarrollo motor o inteligencias múltiples son muchos de los contenidos que se abordan en el Máster en Neuroeducación online de UNIR.