Yonatan Díaz Santa María
La atención a la diversidad en la educación inicial es fundamental para el crecimiento de los niños. Este artículo examina los esfuerzos y dificultades en la adopción de enfoques inclusivos en la educación temprana.
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En la última década, hemos presenciado un avance significativo en la visibilización de la educación inclusiva, propulsado, entre otras muchas cuestiones, por la evolución de la política educativa. Este proceso ha estado estructurado por la necesidad de cumplir con las normativas nacionales e internacionales que apoyan los derechos humanos, como si fuera indispensable una exigencia normativa para priorizar o legitimar la diversidad del alumnado en las aulas, en lugar de asumir esta diversidad como una característica inherente al contexto educativo.
Este hecho pone en evidencia la necesidad imperiosa de que los docentes mantengan un proceso de formación permanente a lo largo de su carrera profesional, con el fin de dar una respuesta adecuada a los estudiantes. Esta adecuación debe ser entendida como la implementación de prácticas pedagógicas que promuevan la equidad como parte nuclear del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Este fenómeno podría ser equiparable al proceso de incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en el ámbito educativo. Sobre esta base, las TIC han irrumpido en las dinámicas de enseñanza y aprendizaje de manera irreversible, siendo su integración una condición indispensable para la práctica docente en la actualidad.
En este contexto, surge la interrogante de si el proceso de normalización de la educación inclusiva sigue una trayectoria similar: ¿se está implementando de manera efectiva? ¿Existe una voluntad institucional y pedagógica genuina para responder de manera adecuada y equitativa a la diversidad del alumnado que coexiste en los entornos escolares?
El rol de los docentes especializados
La respuesta a estas preguntas exige una reflexión crítica, comenzando por la importancia de un cambio de paradigma en el que la diversidad se valore como una fuente de riqueza, en lugar de ser vista como un problema que necesita ser gestionado. Sin embargo, ¿realmente sucede así? ¿Es cierto que la diversidad genera un enriquecimiento mutuo?
Lo que parece más evidente es que, en las aulas, muchos docentes se sienten abrumados, seguramente por la baja formación en materia de atención a la diversidad, una carencia que a menudo se intenta ocultar bajo la excusa de la falta de recursos, como si fuesen una solución mágica. No obstante, ¿no deberíamos enfocarnos en un cambio en el rumbo de los planes formativos?
Un ejemplo claro es que muchos profesores especializados en pedagogía terapéutica y audición y lenguaje siguen trabajando de manera aislada, como si su rol no fuera el de apoyar al equipo docente, sino como si ellos fueran los únicos responsables de los estudiantes con bajo desempeño funcional. Lo mismo ocurre con la Administración, aunque en las últimas dos décadas ha promulgado normativas que promueven la inclusión, para que estas realmente transformen el currículo escolar. Los docentes deben cuestionar y analizar las diferencias entre educación especial, integración escolar y educación inclusiva.
La atención temprana y la diversidad
A medida que avanzan en este proceso, es probable que lleguen a la conclusión de que la educación especial y la integración escolar deben ser dejadas atrás para dar paso a una verdadera y deseada educación inclusiva y de calidad. Porque como ya señalaron el Alto Comisionado de Naciones Unidas (2013) y el Comité de Derechos de la ONU (2017), solo la educación inclusiva es realmente una educación de calidad, ya que solo desde ella se respetan plenamente los derechos humanos.
Y como no podría ser de otra manera, lo mismo se está evidenciando en el ámbito de la atención temprana. No podemos olvidar que es esencial que todos los niños sean valorados por su potencial y capacidades únicas, ya que solo así se puede fortalecer realmente sus habilidades. De la misma forma, las familias deben ser reconocidas como pilares fundamentales en el desarrollo infantil, y los servicios de atención temprana deben ser lo suficientemente sensibles para atender sus necesidades culturales, sociales y contextuales. Es responsabilidad de los docentes y especialistas en estas edades entender que cada niño crece y aprende de manera diferente, y por ello la respuesta educativa debe ser ajustada, flexible y personalizada.
Desafíos reales
Desde este recorrido nos aproximamos al concepto de atención a la diversidad, constructo que en el ámbito de la atención temprana es también relativamente reciente. Aunque las universidades españolas llevan más de tres décadas formando a futuros maestros y especialistas para que desarrollen herramientas que permitan a los niños alcanzar su máximo potencial, la realidad en el campo es muy distinta.
Los profesionales de atención temprana, al comenzar su práctica, frecuentemente reclaman una formación que no han recibido durante su formación inicial. Esto evidencia la urgente necesidad de revisar y actualizar los planes de estudio universitarios, para que se alineen mejor con las demandas reales que enfrentan los centros de atención temprana y con la legislación vigente en inclusión y diversidad.
En conclusión, la atención temprana enfrenta tres grandes desafíos: el dominio que los profesionales demuestren en las técnicas innovadoras para que se adapten a las necesidades de cada niño, la coordinación entre los servicios de atención temprana y la educación posterior, asegurando una transición agradable a la escuela y, consecuentemente, parece del todo justo enfocar este asunto (el del fracaso de la inclusión) a la responsabilidad legislativa que no hace por generar los mecanismos de observancia de la ley, llevando a la extenuación de los educadores que sobreviven con ratios elevadísimas y excesos de burocracia.
(*) Yonatan Díaz Santa María es profesor en la Universidad Internacional de la Rioja, de la Universidad Camilo José Cela y de la Universidad de Murcia, Premio Extraordinario Final de Grado en Educación Social y Premio Nacional Final de Carrera, así como también recibió en 2024 el Primer Premio Extraordinario de Doctorado. Desarrolla su labor investigadora dentro del Grupo de Investigación Diversidad Funcional y Derechos Humanos (DIDE) de la Universidad de Murcia.
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