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Elías Said-Hung: “La inmediatez y la falta de un control efectivo han provocado una tormenta perfecta de odio en las redes sociales”

Catedrático, sociólogo e investigador del ecosistema de la comunicación social, este docente de UNIR lidera Hatemedia junto al profesor Julio Montero, un proyecto que analiza los peores instintos que el ser humano vuelca en internet y los medios.

Elías Said-Hung, docente de UNIR y codirector del proyecto Hatemedia.

Compartir es vivir, pero en las redes sociales no siempre es así. A veces es morir un poco también. Porque el odio sigue creciendo en el mundo de la comunicación digital y no de una manera espontánea en muchos de los casos. Mensajes compartidos de forma inmediata, información, opiniones, comentarios, imágenes y vídeos en tiempo real o en diferido van y vienen por millones a cada momento en las omnipresentes redes sociales. Un multiverso comunicativo en el que Elías Said-Hung se mueve como pez en el agua.

Catedrático de Ciencias Sociales y doctor en Ciencias de la Información, Said-Hung preside la Asociación Ciencia, Tecnología y Sociedad (CITESOC) y es docente en la Facultad de Educación de UNIR, aunque su verdadera pasión es la investigación, que satisface como miembro del Grupo de Investigación Inclusión Socioeducativa e Intercultural, Sociedad y Medios (SIMI) de la universidad. También es director de la Revista Española de Pedagogía de UNIR, autor de multitud de trabajos y estudios publicados en revistas científicas y editor de una veintena de libros académicos.

Ha participado en más de una decena de proyectos de I+D+ i financiados en convocatorias competitivas para Administraciones o entidades públicas y privadas. Sus principales áreas de investigación se centran en el estudio de las tecnologías de la información y la comunicación aplicadas a la educación, las redes sociales y los medios digitales.

Máster Universitario en Educación Inclusiva e Intercultural

Junto a Julio Montero, exvicerrector de UNIR, es codirector de Hatemedia, un proyecto disruptivo en el panorama de la información en España, que cuenta con la financiación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, formado por un equipo multidisciplinar compuesto por expertos en lingüística, ingeniería informática, ciencias sociales y comunicación, que han creado una base de datos con más de 7.200 términos asociados a expresiones de odio en español.

Elías Said y Julio Montero acaban de presentar a los medios de comunicación, a los que dedican buena parte de su trabajo, los nuevos avances en las investigaciones de este proyecto centrado en el odio y la desinformación en las redes sociales y los medios. Said-Hung estuvo también el pasado martes en el programa LaNoche24h de RTVE, invitado para explicar esta realidad y los datos más relevantes de las últimas investigaciones llevadas a cabo desde Hatemedia.

hatemedia Elías Said, Julio Montero y Almudena Ruíz, investigadores del proyecto, durante la presentación a los medios de comunicación.

Hatemedia es la primera plataforma científica que mide la presencia de expresiones de odio en los medios informativos digitales en España. Sus investigadores han desarrollado el Monitor de Odio, una herramienta que identifica en el entorno de los medios informativos digitales, las expresiones de odio según su tipo de intensidad ya sean generadas por los usuarios de redes sociales como desde las webs de los medios.

El proyecto basa el estudio en los principales medios informativos de España (La Vanguardia, ABC, El País, El Mundo y 20Minutos), para analizar cómo se difunden las expresiones de odio en los entornos digitales asociados a este tipo de medios, y favorecer la detección y monitorización de este tipo de expresiones en estos contextos de comunicación digital.

Pregunta: Da la impresión de que el odio ha crecido de manera exponencial en las últimas décadas y que campa a sus anchas por todas partes. ¿Cómo podemos darle la vuelta a este cáncer social que parece imparable?

Respuesta: El odio siempre ha estado presente desde que el hombre es hombre. La cuestión es que no podemos comparar épocas anteriores con el escenario actual de comunicación permanente e inmediata. En la generación de nuestros padres o nuestros abuelos los canales de comunicación eran muy limitados y estaban muy asociados al nivel socioeconómico.

Antiguamente, los espacios de diseminación de expresiones de odio estaban condicionados por el mismo ecosistema. Hoy, en cambio, contamos con una amplia diversidad de altavoces, especialmente las redes sociales, y un marco regulatorio que siempre ha estado por detrás del marco comercial o de los modelos de negocio.

En las redes sociales existe una menor proporción del odio tendente hacia el delito, ya sea a través de una amenaza velada o directa, pero sí tiene una mayor intensidad del odio orientado a un fin determinado, ya sea político, económico o de cualquier otro tipo. Un odio orquestado y que puede verse favorecido por un clima de hostilidad social que contribuye a un aumento de los prejuicios y los estereotipos.

En estos momentos, nos encontramos en un escenario en el que las redes sociales cada vez penetran más esferas de nuestra sociedad, y la pregunta que hay que hacerse es: ¿quién controla la opinión pública? ¿La controlan los medios de comunicación? ¿Las personas, los grupos o instituciones tradicionales que tienen un control sobre la información y, por lo tanto, poseen la capacidad de decidir qué se publica o emite, de qué forma y en qué cantidad (gatekeepers)? o ¿la opinión pública está condicionada por las redes sociales?

El ecosistema de la comunicación ha cambiado, como lo ha hecho la propia sociedad. Antes teníamos únicamente a los agentes públicos, a distintas personalidades reconocidas, a los medios de comunicación; existía una estructura relativamente clara. En cambio, hoy son las redes sociales, la viralización y la emotividad permanente, lo que genera, digamos, trending topics. Cada vez existen más noticias asociadas a vídeos y sucesos que ocurren y se distribuyen a través de las redes sociales. Contenidos que se viralizan porque han sido vistos, por ejemplo, por 28 millones personas. Se trata de un escenario en el que no existe un control de la información, al menos de forma regular, como pasa en los medios.

En este contexto, el marco jurídico está siempre desfasado y no se adecúa al cambio permanente. Nos encontramos en un escenario donde el propio ecosistema establece unas pautas y unas políticas que tampoco se están cumpliendo.

Un estudio realizado por la Unión Europea reveló que sólo un 6% de los mensajes de odio denunciados se acaban retirando de las redes sociales.

La Unión Europea llevó a cabo un experimento recientemente para ver hasta qué punto las redes sociales cumplían las políticas para evitar los mensajes de odio. Unos investigadores de la UE montaron con solo 58 euros un bot (programas automatizados que simulan interacción humana en las plataformas de redes sociales) en el que publicar mensajes de odio. Una vez publicados, esos mensajes de odio fueron denunciados por ellos mismos y esperaron tres meses para ver si eran eliminados de las distintas plataformas. La conclusión fue que sólo un 6% de ellos fueron retirados.

P: ¿Las grandes redes sociales no están estableciendo los filtros necesarios para evitar la propagación y el bloqueo de los mensajes de odio?

R: Las políticas de moderación de esos espacios van por detrás de la realidad. O son pasivas, o son reactivas. Dependen de la denuncia de un usuario o simplemente van por detrás de las estrategias de diseminación del odio por su propia complejidad interna. Puedes tener algoritmos que detectan el odio o que lo clasifican. Puedes contar con estrategias y herramientas de moderación. Pero la forma en cómo se transmite y oculta el odio en las redes es muy compleja, porque para crear un clima de odio no hace falta amenazar. No hace falta llegar al delito para fomentar el odio, únicamente basta con inocular en la opinión pública dudas plausibles.

P: ¿Quién está detrás de las estrategias de odio organizadas e interesadas?

R: Sí existen estrategias de odio orquestadas, es algo registrado y estudiado. Yo, por ejemplo, llevo seis años analizando el tema de la desinformación, un problema que en estos momentos está muy a flor de piel, por ejemplo, con las famosas fake news. Aunque no todo son fake news, también hay contenido desinformativo. Es decir, puedo coger la opinión de un experto, sacarla de contexto, mezclarla con otras opiniones y teorías conspirativas, y el resultado no es una fake, sino un contenido desinformativo. En las elecciones norteamericanas y con la guerra de Ucrania se ha utilizado mucho.

Las estrategias de inoculación o de saturación de las redes sociales se han convertido en recursos de un poder suave. Es decir, no aplico la fuerza, sino estrategias que sirvan para la creación de opinión pública que me favorezca a través de contenidos informativos, pero también inoculando otro desinformativo.

Cuando se publica que los menas vienen aquí a robar, estamos haciendo un uso inapropiado de este acrónimo, porque un menor no acompañado puede ser tanto español como extranjero, pero se da por hecho que siempre es de fuera.

Por ejemplo, cuando se publica un mensaje que dice que los menas vienen aquí a robar, estamos haciendo un uso inapropiado de este acrónimo, porque un menor no acompañado, un mena, puede ser tanto español como extranjero, pero se da por hecho que siempre es de fuera. Se desvirtúa un término jurídico con unos fines que buscan asentar posiciones ideológicas, fijar unos estereotipos y extender unos prejuicios que terminan calando en la sociedad.

Nuestro siguiente paso en este proyecto de investigación es ahondar en la comprensión de las estrategias de diseminación del odio. En el proyecto Hatamedia hemos detectado que seis de cada diez mensajes analizados en las redes sociales incluyen algún tipo de odio. Hemos tomado muestras, sobre todo de X y Facebook, pero también de las webs de los principales medios de comunicación, porque también hay odio en los debates que se generan alrededor de las noticias que publican.

Durante el mes de enero de 2021, seleccionamos una muestra de mil usuarios que nos llamaron la atención relacionados con mensajes de odio y analizamos todo el histórico de cada uno. Son usuarios que comunican en tiempos similares, que tienen patrones de escritura muy parecidos, especializados según los soportes y no según el medio.

En el proyecto Hatamedia hemos detectado que seis de cada diez mensajes analizados en las redes sociales incluyen algún tipo de odio. En un estudio que hicimos sobre un debate político que hubo en el verano de 2020 en España, vimos que aproximadamente 500.000 mensajes llegaban en español desde Filipinas.

Vimos que eran usuarios especializados: el que odia en Facebook no suele hacer el trasvase de ese odio a una web o a otra red social. Unos perfiles que están en la línea de estudios hechos en la Universidad de Cambridge. Existen informes que hablan de que hay granjas de trolls (personas que publican mensajes instigadores en vehículos de comunicación de internet) y de odiadores que estarían en Filipinas, Venezuela o México.

El primer punto de entrenamiento de estas granjas son las webs de los medios informativos y después se van instalando y tomando posiciones con rangos de especialización. Hemos detectado estrategias de diseminación del odio en tiempos y horas similares, patrones de escritura similares por soporte. Y son usuarios que se parecen más a ti o a mí que a un opinador o que a un influencer con 10 millones de seguidores. La mayoría no eran bots, sino granjas de esos países.

Hatemedia Datos del estudio de Hatemedia referentes a las expresiones de odio analizadas en algunas redes sociales.

En un caso de estudio que hicimos sobre un debate político que hubo en el verano de 2020 en España, vimos que aproximadamente 500.000 mensajes llegaban en español desde Filipinas. Es algo muy raro que detectamos desde Hatemedia y a partir la toma muy exploratoria de esos mil usuarios a nivel histórico. Suelen utilizar estrategias de diseminación del odio muy parecidas al astroturfing (campañas de relaciones públicas en el ámbito de la propaganda electoral y las relaciones comerciales que pretende dar la apariencia de naturalidad y que hay detrás un apoyo social). Es una estrategia antigua, que la crean lo aliados contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Se caracteriza por tener usuarios alfa y beta. Los primeros son los líderes, los que diseminan, los que comentan o lanzan la idea y los mensajes con las temáticas centrales. Los usuarios beta son los que entran en distintos momentos y van fortaleciendo ese mensaje con comentarios, con retuiteo, con likes e inundan el ecosistema, lo saturan y después desaparecen.

Es una estrategia de desinformación y odio que hemos venido observando en los últimos seis años. Son usuarios minoritarios, unos pocos dentro del debate que surge, pero generan mucho ruido y actúan de forma coordinada la mayoría de las veces contra los políticos, los medios o los periodistas.

P: ¿Son estrategias que van más allá de las conocidas estrategias de los Estados en defensa de sus intereses políticos y comerciales?

R: Ahí están determinados Estados, como Rusia y Venezuela, y las importantes relaciones e intereses que mantienen entre ellos y con otros países. Pero hay más. Un estudio de la revista Science llevado a cabo por el investigador Kai Kupferschmidt, publicado recientemente y que aborda los principales retos frente a la desinformación y el odio, revelaba que menos del 1% de los usuarios de Twitter publicaron el 80% de las noticias falsas sobre las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020.

Existe una clara asociación entre el odio y la desinformación que detectamos en las redes sociales con los movimientos ideológicos que están en los extremos, pero la relación es hoy de 5 a 1 a favor de la extrema derecha frente a la extrema izquierda.

Kupferschmidt apuntaba cosas que nosotros también hemos detectado en nuestro proyecto Hatemedia. Primero, que existe una gran presencia de odio político en los medios y las redes sociales sobre el que es muy importante seguir avanzando en su estudio. Y en segundo lugar, la clara asociación que tiene el odio y la desinformación con movimientos ideológicos que están en los extremos. Este investigador explica que existe un odio ideológico de extrema izquierda, pero que la presencia del odio y la desinformación en las redes sociales viene más de la extrema derecha. La relación sería de 5 a 1.

P: Los grupos ultras y radicales se valen de herramientas como los móviles (todos tenemos uno) y las redes sociales porque facilitan la inmediatez, la viralización y la retroalimentación de los contenidos. ¿Se está produciendo un repunte del odio en la sociedad, en buena parte debido a la extensión y uso masivo de la tecnología?

R: Sí, es una tormenta perfecta debido, por una parte, a la inmediatez que facilita la tecnología y al auge de las redes sociales, y por la otra, a la conciencia que tienen los grupos extremistas sobre el poder de las redes sociales para dinamitar los valores democráticos desde el propio sistema.

Un factor clave es la ausencia de políticas efectivas promovidas desde las propias plataformas y desde los actores públicos. El escenario social que estamos vislumbrando es aún peor, porque hoy existe una confusión entorno a la libertad de expresión y los derechos y deberes que están asociados a ella. Además, hay que tener en cuenta el factor generacional, con la irrupción de los jóvenes nativos digitales.

Somos una sociedad que, a pesar de tener un mayor acceso a la comunicación respecto a nuestros padres y abuelos, con la ventaja que ello supone, no somos más competentes desde un punto de vista ciudadano. La razón se debe a que estamos siendo bombardeados constantemente por unas redes sociales que no fomentan la crítica. Se lo explicaba el otro día a mi hijo adolescente: los algoritmos te dan lo que buscas. Uno no accede a las redes sociales para buscar diferencias, para debatir sobre lo que nos hace distintos, sino para reafirmar prejuicios, para compartir las mismas emociones, para reafirmar elementos comunes. Nos metemos en medios de comunicación y en espacios que sentimos ideológicamente afines.

Además, el 80% de los jóvenes no acceden hoy a los medios de comunicación tradicionales, sino que construyen su propia realidad a través de determinadas redes sociales, que ahora mismo son cada vez más proclives a diseminar esos contenidos de desinformación y odio.

El peligro es que tenemos una generación potencialmente muy informada, pero poco alfabetizada. “¿Por qué yo tengo que creer a las fuentes oficiales y a los medios de comunicación cuando ellos no tienen casi seguidores mientras ese o este influencer cuenta con 10 millones de visitas?”, me dice mi hijo. Y yo le contesto que no se puede decir cualquier cosa, lo que a uno le dé la gana en un medio abierto y público. Es necesario distinguir entre lo que puede decir una persona formada, un verificador de noticias (fact cheker) profesional, frente a otra que basa sus conocimientos y su aprendizaje en esos contextos o un opinador que no tiene la formación necesaria pero sí un impacto en otra gente que no tiene la competencia necesaria.

P: ¿Qué funciona mal cuando muchísimos jóvenes y no tan jóvenes casi no leen y se forman e informan en TikTok u otras redes sociales? ¿Cómo hemos llegado a esta situación y, sobre todo, qué podemos hacer para cambiarla?

R: El inicio de las redes sociales fue quizás muy naif, muy inocente, en relación con las posibilidades que brindaban, y de esos polvos vienen estos lodos. Es lo mismo que pasa ahora con la inteligencia artificial y el debate actual sobre si dejamos que siga creciendo de forma natural o le ponemos coto. Yo sí creo que es necesario ponerle unos parámetros sociales al uso de la IA, porque si no le podemos dar demasiado poder para la capacidad de razonamiento que puede llegar a tener.

La dificultad añadida que tienen las redes sociales es su constante flujo de información, que impide que podamos medirlo todo. No puedo ser un monitor de odio de todo lo que sucede en X, por ejemplo, una empresa con muchos miles de millones de euros destinados al almacenamiento y procesamiento de datos. Como investigador no tengo capacidad. ¿Entonces, qué acciones se pueden emprender? Pienso que los proyectos de fact checking son útiles, pero recientemente Rusia anunció la creación de una red global de fact checking de orientación ideológica afín a su país. Para mí es una forma de generar ruido y deslegitimar los proyectos de fact checking que son muy serios desde el punto de vista profesional. Maldita o Neutral o Verificando en México o cualquier otro proyecto serio, con metodologías muy transparentes y con una buena base de expertos.

Debemos avanzar en proyectos mucho más estables, que incluyan la formación docente, la formación ciudadana y, sobre todo, la formación dirigida a los jóvenes desde los mismos planes de estudio. Desde nuestro equipo de investigación de UNIR estamos impulsando la formación en profesores de Secundaria, por ejemplo, en temas de desinformación y odio.

P: Pero da la impresión de que los adultos tiramos la toalla en muchos de los problemas que generamos y lo fiamos todo a cambiar la mentalidad de los niños y niñas en las aulas para que sean ellos los que lo arreglen cuando sean adultos. ¿No es una forma de reconocer nuestra impotencia, de decir que no tenemos una solución?

R: Sí creo que hay solución, pero no es única, es la suma de muchas vías. La estrategia no puede ser uniforme porque las soluciones son poliédricas ya que tienen que ver con distintos ámbitos. Los medios de comunicación, por ejemplo, deberían asumir su responsabilidad implementando verdaderos canales efectivos de moderación. Los datos que nosotros manejamos demuestran que las estrategias de moderación de los medios no están siendo efectivas.

P: ¿Qué papel puede tener en esa solución el Monitor del Odio que habéis creado en el Grupo de Investigación de UNIR?

R: Es importante cambiar la lógica de acción, porque no es mismo ser reactivo que proactivo. El Monitor del Odio tiene utilidad para los medios informativos y las instituciones públicas para que puedan llevar a cabo acciones preventivas. Es un termómetro que te ayuda a medir el odio, un sistema de alerta temprana para que puedas ajustar tus estrategias de moderación.

Mi gran preocupación es no ser un mero forense, sino un preventor. Por eso nuestro Monitor del Odio puede servir de termómetro y de alerta temprana para las instituciones y los medios, con técnicos experimentados que ayuden a interpretar la situación en cada momento y a establecer estrategias de moderación.

Mi gran preocupación es no ser un mero forense del odio, sino un preventor. Por eso nuestro Monitor del Odio puede servir de termómetro, pero también de herramienta para que esas instituciones y medios cuenten con técnicos experimentados que ayuden a interpretar los datos asertivamente con el fin de implementar, adecuar y ajustar sus estrategias de moderación en cada momento. Porque las estrategias no son estáticas, son orgánicas y se van modificando.

En nuestro grupo de investigación ahora queremos ir más allá y pasar de analizar el odio a estudiar al odiador, porque si comprendo al odiador, descubro cómo disemina el odio y desde dónde lo emite, puedo establecer estrategias, metodologías, técnicas, tácticas y procedimientos para adelantarme y prevenirlo. Este es el camino que ha tomado la Unión Europea para avanzar en la lucha contra la desinformación. Europa ha puesto el foco en cómo Rusia ha venido gestionando la desinformación a partir de la invasión de Ucrania. El objetivo es llegar a diseñar una matriz de estrategias de ataque y defensa contra esas expresiones de odio, algo parecido a lo que ya se hace en ciberseguridad.

P: Las leyes, la educación y el mercado suelen ir casi siempre por detrás de la realidad. ¿Cuáles son las claves de la prevención en el caso del odio?

R: Tenemos una sensibilidad frente a la amenaza, pero no hacia lo incívico y lo malintencionado. Y lo que dinamiza las redes sociales es la emoción, la emoción total.

Todas las redes sociales, ya sea TikTok, Facebook o Instagram, se mueven en base a emociones, a lo sentimental. Se necesita un cierto marco de conflicto, de debate para generar negocio. Debemos plantear un marco jurídico más actualizado y desarrollar acciones que permitan afrontar un escenario tan complejo. Hemos sido testigos en las últimas elecciones europeas de varios casos de influencers que no tenían ni programa electoral y han triunfado a base de teorías conspirativas y de lanzar mensajes incendiarios. Estamos en una sociedad cada vez más visceral, cada vez más sentimentalizada de acuerdo con los parámetros de las redes sociales.

P: ¿Las redes sociales son la gasolina que incendia los debates sociales y políticos?

R: Pienso que sí. Las redes sociales han sido básicamente el medio. Lo que ocurre es que han condicionado la forma en la que nos comunicamos, la forma en que construimos nuestro mundo, sobre todo cuando más del 80% de los jóvenes y también de los adultos hacen un uso continuado de las redes sociales para reafirmar ideologías, para afianzar posiciones.

Vivimos en una sociedad cada vez menos crítica en cuanto a las capacidades, habilidades y competencias. Nos movemos en base a la emotividad. Lo fiamos todo a la apuesta más pirotécnica porque estamos frustrados con la sociedad, con la democracia y con los medios de comunicación. Y nos estamos haciendo un flaco favor, nos estamos pegando un tiro en el pie. Por eso es muy importante mejorar las competencias y el pensamiento crítico de todos.

P: ¿Qué datos destacarías como más relevantes del proyecto Hatemedia que lidera UNIR?

R: Más allá de la diferencia del soporte, estamos observando que seis de cada diez mensajes de las redes sociales contienen odio. Las redes sociales son los espacios donde más odio puede haber. La red social X es en la que detectamos más odio. Antes de las elecciones de Estados Unidos, el 61% de los mensajes contenían odio. Facebook quedaba en el segundo lugar, con el 56%. Y en los portales de los medios de comunicación, la zona de comentarios de los lectores registrados llegaba al 54%.

X es la red social en la que detectamos más odio, seguida de Facebook. Un 35% del odio es de carácter político o ideológico; otro 30% es odio en general; y el 35% restante tiene que ver con cuestiones sexuales, misóginas y xenófobas, dependiendo de la plataforma que sea.

Un 35% del odio que hemos detectado es de carácter político o ideológico. Otro 30% es odio en general, un odio indefinido que apunta a todo y a nada en especial. Y el 35% del odio restante tiene que ver en mayor o menor medida con cuestiones sexuales, misóginas y xenófobas, dependiendo de la plataforma que sea. El odio en las webs de los medios es, por este orden, político, general y xenófobo, sexual y misógino. En X y Facebook es diferente: general, político, xenófobo y misógino a partes iguales, y sexual después.

Elías Said explica a los medios de información el proceso de limpieza de los mensajes de odio.

En términos generales, el 63% del odio que hemos detectado es tendente a una intensidad baja dentro de los cuatro niveles que manejamos. El nivel uno es el cívico, el dos es malintencionado, el tres son los insultos y el cuatro responde a amenazas veladas o explícitas. Según los estudios que hemos llevado a cabo, la mayor cantidad de odio que hemos detectado se concentra en los dos niveles más bajos. En los medios informativos, el odio es más tendente a la hostilidad que a la violencia mediática, es decir, a la promoción de sentimientos de ira, resentimiento y oposición, con actitudes antagónicas u opuestas hacia una determinada persona o grupo. Pero, cuidado, resulta que la hostilidad es la precursora de la violencia, el paso previo.

La conclusión es que el odio existe en la sociedad, cada vez es mayor y genera un marco idóneo de hostilidad. En la segunda parte del proyecto Hatemedia que vamos a acometer vamos a profundizar en el perfil del odiador, con el fin también de estudiar la polarización social.

Seis claves en torno a las redes sociales y la información

  1. Liberad de expresión. Es un derecho que nos hemos ganado, pero asumiendo unos compromisos y unas obligaciones para poder preservarla. No se trata de decir lo que uno quiera, sino hacerlo adecuadamente en base a lo que considero según los marcos legales, sociales y educativos.
  1. Pensamiento crítico. Las redes sociales son espacios fundamentalmente emocionales y de reafirmación ideológica. No son el mejor lugar para la formación de un pensamiento crítico, por eso, para participar en ellas, es necesario fortalecer mis competencias ciudadanas a través del acceso a otras fuentes.
  1. Verificación. No todo lo que brilla en las redes sociales es oro, ni todo lo que publican los medios es necesariamente cierto. Como existen las fake news y las estrategias interesadas de desinformación, es importante poner siempre en duda todo lo que nos llega por las redes sociales y hacer una labor de verificación ciudadana, que no es lo mismo que el fact checking que hace un profesional.
  1. Proactividad. Para luchar contra el odio es clave no quedarse como un actor pasivo. Deberíamos ser mucho más críticos y activos dentro de las redes sociales, a sabiendas de lo que nos va a venir. Hay diferentes líneas de acción contra el odio y la desinformación; además de la confrontación directa, está la denuncia.
  1. Prevención y valores. Exigir a las plataformas, a los medios de comunicación, a las instituciones públicas y a los principales actores de las redes sociales que cumplan con sus deberes legales y tengan una actitud más preventiva y menos forense. Como usuarios, debemos dar la batalla de los valores ciudadanos.
  1. Conocimiento. Deberíamos saber qué es lo que nos dan y lo que nos quitan las redes sociales; ser muy conscientes de los riesgos y posibilidades que tienen, de lo que supone aceptar los términos y condiciones de acceso. Hace unos años hice un proyecto sobre las redes sociales y me tocó leerme todas las políticas de acceso y casi que me da un paro cardíaco, porque salvo el alma casi lo entregas todo. Todo lo que publicas es de ellos y lo pueden utilizar en sus bases de datos.
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