Francisco Oleo
Estudiante del Grado de Educación Infantil de UNIR, está a punto de reinventarse y alcanzar su sueño. Nació para ser maestra y está dispuesta a cambiar vidas, las de los más pequeños del colegio. La suya es una historia de superación, sacrificio y éxito que deja huella, como la de esos profesores que todos recordamos para siempre.
Se bajó del siempre codiciado mundo de la ingeniería para ser maestra. “Hubo un momento en el que me dije: voy a dar un cambio radical a mi vida y a luchar por mis sueños”.
Francisca Yago, Paqui, ya cumplidos los 40, con un niño de siete años y otro de cuatro, y un marido atónito ante la noticia, decidió tomar otro rumbo en su vida, coger los libros y ponerse a estudiar de nuevo. Era un 3 de marzo de 2020 y recuerda perfectamente como, a última hora del día, le dijo que estaba a un clic de formalizar la matrícula en el Grado de Magisterio Infantil. “Nada ni nadie me va a frenar, voy a ir a por todas”, le soltó, y él, a esas horas, todavía estupefacto solo alcanzó a decir: “Bueno, pues nada, adelante”.
Paqui tiene una personalidad forjada con fragmentos de Agustina de Aragón y la madre Teresa de Calcuta. Decisión, afabilidad, sacrificio, entusiasmo, creatividad, amor, esfuerzo… son palabras que conforman su universo vital. Ser maestra siempre fue su vocación desde pequeñita, pero debido a las circunstancias y a que a finales de los años noventa la enseñanza en España estaba bastante parada y había muchos maestros sin trabajo, decidió hacerse Ingeniero Técnico Agrícola y luego Ingeniero Agrónomo.
Hoy está a punto de completar los cuatro años del Grado de Educación Infantil en UNIR y acabar el tercer ciclo de prácticas (Practicum III). Su TFG se centra en la lectoescritura, la capacidad de leer y escribir bien, porque “a muchos niños es un aprendizaje que se les hace un mundo”. Ella lo vivió con uno de sus hijos y no tuvo las herramientas adecuadas para acompañarlo correctamente en ese proceso. Quizás por eso ahora está volcada con los niños, los suyos y los de los demás.
“Elegí UNIR sin dudarlo. Ni siquiera hice comparaciones porque tenía buenas referencias de amigas que ya habían estudiado en la universidad con buenos resultados. Las veía contentas y me decían que se sentían muy cómodas”, afirma.
Casi a punto de terminar, de la experiencia en UNIR se queda con muchas cosas, pero sobre todo con la flexibilidad a la hora de compaginar su vida familiar y laboral con los estudios. También destaca la apuesta de la universidad por calidad de la enseñanza. “He tenido muy buenos profesores, algunos fantásticos para mí, sobre todo por la calidez humana que transmitían por encima de cualquier temario. Se notaba que lo vivían, que disfrutaban dando clase, contagiando su pasión y su motivación a sus alumnos, con sus ganas de enseñar y aprender más, de hilar esto de aquí y eso otro allá. Porque se puede ser muy inteligente, saber muchísimo, tener muchos estudios y títulos, pero si uno no mira a los ojos de la otra persona dándole el valor que se merece, la educación no vale lo mismo”, asegura.
Una forma de entender la enseñanza que es la que ella misma aplica en todo momento con los más pequeños del colegio en el que está haciendo sus prácticas y con los que vendrán en el futuro cuando empiece a trabajar definitivamente en lo que más le gusta. “Es importante ponerse a la altura de los niños. Hoy vamos todos muy deprisa, corriendo siempre, pero yo prefiero agacharme, sentarme a su lado, ponerme a su altura, mirarlos a la cara y hacerles ver lo mucho que tienen de bueno, reforzar su parte positiva más allá de las habituales etiquetas: ‘el nervioso’, ‘el travieso’, ‘el que no trabaja’…”, dice mientras se emociona al recordar a uno de sus pequeños durante estas prácticas.
Francisca Yago, estudiante de último curso del Grado de Educación Infantil en UNIR.
“Es un niño que es muy inteligente; siempre está investigándolo todo, pero luego hay momentos en los que estalla y se agobia por nada o la lía con sus compañeros”, comenta con la voz entrecortada. Los viernes, durante sus prácticas, Paqui cuenta cuentos a sus niños y luego les pide que dibujen sobre lo que les ha parecido el cuento. Ahí descubrió como dibujaba él con solo cinco añitos: “Es increíble su capacidad para quedarse con lo que ve y el nivel de detalle al que llega, muy por encima de muchos adultos”.
Entonces Paqui se agachó y se puso a su altura. Le dijo que era un artista y que estaba desando que llegasen los viernes para ver sus creaciones. “El día de mañana vas a lograr ser quien tú quieras. Serás un verdadero artista como sigas así, pero no debes frustrarte de ese modo. Tienes que tranquilizarte y hacer lo que más te gusta, le decía justo cuando llegó la maestra de clase. Al verla, se paró y muy serio y con unos ojos brillantes que no olvidaré nunca le dijo: ‘Merce, me acaba de decir Paqui que soy un artista y que voy a conseguir ser lo que yo quiera’. Y luego se da la vuelta y me dice: ‘Pero Paqui, ¿cómo vamos a cumplir nuestros sueños si los tenemos en la cabeza? ¿cómo los sacamos de ahí?’”. Paqui le explicó que es muy fácil y le puso su propio ejemplo: siendo mayor y siendo mamá, estaba estudiando para ser maestra. “Si una persona sueña con algo debe esforzarse para conseguirlo”.
Está claro que Paqui recibe mucho más de sus niños de lo que ella les da, que es muchísimo. Disfruta mientras saca lo mejor de cada uno y se siente en el mejor de los mundos posibles cuando alguna madre la para por la calle y le da las gracias porque su hija ha cambiado para bien. “A esa edad, un maestro es clave para el futuro. Son niños y tenemos que adaptarnos a su proceso de aprendizaje porque su cerebro está madurando. No podemos pretender que piensen o hagan cosas como si fuesen adultos. Se trata de acompañarlos y darles un amor incondicional”.
En este momento recuerda la frase inspiradora de John Whitmore: “Somos similares a una bellota, que contiene en su interior todo el potencial para convertirse en un majestuoso roble. Necesitamos alimento, estímulo y luz para crecer, pero el roble ya se encentra en su interior”.
Y a punto de acabar su formación se atreve a profundizar en su vocación: “Ser maestro es un reto diario, es imprescindible poner siempre cariño, dedicación y ser empático. No puede ser un trabajo lineal de cumplir con un horario, terminar y ya está. Siempre hay que estar buscando alternativas. Es importante formarse continuamente e investigar, y también trabajar la diversidad y la integración en clase”, destaca.
Paqui tiene sus propias herramientas para dinamizar sus clases, cohesionar y sacar lo mejor de sus alumnos, pero entre todas, su teatro negro cuentacuentos es la estrella. Inspirado en el conocido teatro negro de Praga, un tipo de representación escénica muda que se caracteriza por llevarse a cabo en un escenario negro y a oscuras, con una iluminación estratégica que da lugar a un fantástico juego de luz y de sombra.
Ella monta su propio show fundido en negro, pero cantado y hablado, con muñecos fluorescentes de su propia creación. Empapela en negro, por ejemplo, una parte del comedor del colegio; se viste de negro junto a su compañera Rebeca para ‘desaparecer’ del escenario; utiliza un foco de luz ultravioleta que compró para hacer posible la magia; y va hilando con canciones un cuento en el que los personajes de estas historias dejan boquiabiertos a los pequeños: el monstruo rosa o el azul, el pájaro amarillo, la rana de tres ojos…
Y entre col y col, y a oscuras, va metiendo lechugas en forma de mensajes positivos y motivadores que hablan, como poco, de portarse bien, del respeto a los compañeros, a los profesores y a la familia.
Precisamente, Paqui se siente en deuda con la suya, con sus hijos y su marido. “Me ayudan y me apoyan siempre. Y yo siempre les digo a mis hijos que gracias a ellos estoy luchando por mis sueños. Todo lo que estoy haciendo se lo dedico a ellos”. ¡Qué suerte van a tener esos niños y niñas (y sus padres) cuando la ingeniera Paqui se transforme definitivamente en maestra y empiece a dar clase!