Román Rodríguez Curbelo
Los niños y niñas que presentan TDAH requieren de un diagnóstico claro y de unos ambientes positivos y de confianza. Los centros escolares cumplen un papel fundamental.
Por su naturaleza, no es recomendable que los niños permanezcan varias horas sentados en un espacio cerrado, como un aula, recibiendo información del docente. “Ni niños ni adultos aguantamos tanto tiempo”, reconoce la docente en el curso de Experto Universitario en Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) de UNIR, María Valladares. Y aunque la jornada lectiva no es modificable, sí lo es el modo de trabajo durante la misma, asegura.
Los profesores deben incorporar a su día a día diferentes estrategias metodológicas para potenciar la motivación o dejar que los estudiantes se muevan durante las clases. Son ideas que redundarán especialmente en los niños con TDAH: la motivación, por ejemplo, repercute significativamente en su disposición hacia la tarea.
“Es conveniente que se realice una formación más general sobre el trastorno para toda la comunidad educativa. Ofrecer distintas pautas para conocer signos de alarma, para saber cómo actuar ante determinadas situaciones o para comunicarse de manera correcta con ellos. Y una formación más especializada para trabajar en el aula para el personal docente”, añade María Valladares.
A los niños, y a los que tienen TDAH en particular, les benefician los ambientes estructurados, previsibles, que facilitan la organización, o el lenguaje positivo que evita las ofensas o los comentarios punitivos. Requieren de climas de confianza, afecto y cooperación, de soluciones pacíficas y de responsabilidad afectiva.
Las escuelas suelen ser los primeros entornos en los que se detecta el TDAH, más aún cuando un profesor ya ha ejercido con algún estudiante con esta patología.
Los signos del TDAH
¿Cuándo se sabe que un niño presenta TDAH? La docente de UNIR destaca algunos signos en torno al sueño o al lenguaje, así como en aspectos más sociales y curriculares. Las investigaciones detallan, además, que la media de edad de inicio del TDAH oscila entre los 4 y los 5 años, aunque la evaluación sea posterior. Generalmente, cuenta Valladares, es difícil encontrar un diagnóstico de TDAH antes de los 7 años.
El sueño se altera y, como consecuencia, el infante es más irritable durante el día. En el lenguaje pueden sufrir dificultades en la semántica y en la pragmática, que en ciertas ocasiones derivan en problemas de conducta. “Aunque el propio diagnóstico de TDAH puede tener comórbido un trastorno conductual, independientemente de la dificultad lingüística”, matiza la investigadora.
De estos dos síntomas pueden desprenderse problemas sociales. Otro signo de alarma es la inmadurez emocional, una capacidad que, aunque a estas edades todavía se está desarrollando, en estos casos concretos resulta muy escasa en situaciones cotidianas y normalmente sencillas y que finaliza, incluso, en conductas disruptivas.
Existirán así dificultades durante el aprendizaje de los contenidos curriculares estipulados en la etapa educativa. En este ámbito escolar, y también en el familiar, las dificultades de atención serán otro síntoma a tener en cuenta.
“Si bien es cierto que muchos de estos síntomas de manera aislada no repercuten posteriormente en un diagnóstico de TDAH, deben ser desproporcionados para lo esperable a su edad y ocurrir en todos los contextos donde se encuentra el estudiante”, explica María Valladares.
Qué es y qué no es TDAH
Se han establecido actualmente tres tipos de TDAH: inatento, hiperactivo o impulsivo, y combinado. El primero se caracteriza por dificultades de atención en determinadas situaciones. Extravío de cosas con facilidad, olvido de tareas cotidianas o evasión de instrucciones en ciertas actividades son algunos de sus rasgos característicos.
El hiperactivo o impulsivo se muestra mediante movimientos excesivos que no permiten al pequeño vivir normalmente: le cuesta permanecer sentado durante largos periodos, corretea en momentos inapropiados, interrumpe constantemente, no espera turnos… Y el combinado mezcla síntomas de ambos tipos.
No son personas simplemente nerviosas o despistadas. Estas patologías impiden el desarrollo “siguiendo los hitos evolutivos”, remarca la experta, y afectan a la vida académica y social.
El asunto no termina aquí. “Hay un infradiagnóstico en el género femenino por la diferencia en torno a los síntomas. Los estudios científicos detallan que los niños suelen presentar una sintomatología característica del perfil hiperactivo, mientras que las niñas tienen más tendencia al perfil inatento. Esto conlleva una mayor dificultad para su diagnóstico”, apunta Valladares.
En las niñas no aparecen de manera tan llamativa síntomas de alarma porque son, en general, más tranquilas que los chicos o, al menos, pasan más desapercibidas. Pero esto no significa que no existan perfiles femeninos del tipo hiperactivo.
Procedimientos conjuntos
El camino hacia un diagnóstico no es sencillo. Dentro del ámbito escolar, el encargado de evaluar al niño o a la niña es el orientador del centro educativo. Necesitará el consentimiento de la familia para ello, o para intercambiar información con otros profesionales que los traten.
La evaluación psicológica recogerá información de todos los contextos en los que se desenvuelve el alumno o alumna, tanto escolares (aula de referencia, actividades extraescolares, recreos…) como familiares.
“Posteriormente realizará las pruebas pertinentes para dicha evaluación y emitirá un informe con los resultados de estas, así como de las necesidades y apoyos que requiere el alumno o alumna para que la respuesta educativa sea ajustada”, agrega Valladares.
Los familiares deberán luego aportar una copia del informe a los servicios médicos. También se puede dar el caso inverso, cuando la familia acude por propia iniciativa al pediatra para una evaluación y, en caso de necesitarlo, se deriva al niño a la unidad de Salud Mental.
El pediatra, de hecho, podrá solicitar al centro escolar más datos sobre el desarrollo del alumno o alumna en el contexto escolar. Luego, en caso de que efectivamente se derive al niño, los psiquiatras y psicólogos se encargan del diagnóstico, a través de una exploración psiquiátrica del alumno o alumna, una entrevista familiar y una revisión de los informes proporcionados por parte de la familia.
Sucederá a esto un informe con la evaluación y el tratamiento recomendado y, si fuera necesario, la derivación a otras unidades especializadas para mejorar ciertos aspectos. En este caso, la familia debe aportar una copia al centro educativo.
Por lo tanto, lo ideal es que profesores, orientadores, médicos y familiares vayan siempre de la mano. El proceso será así multidisciplinar y diferente en función del contexto en el que se encuentre.
Es importante que la terapia educativa se desarrolle también en casa
La terapia educativa, además, no tendrá éxito si no hay una colaboración estrecha entre la familia y el centro escolar. “Es importantísimo que las pautas a seguir se desarrollen también en casa. La generalización de los aprendizajes permitirá que la persona con TDAH los adquiera adecuadamente”, afirma Valladares.
La literatura científica habla del mindfulness como estrategia a incorporar en el aula para mejorar la impulsividad, del trabajo en autoinstrucciones con vistas a impulsar la atención ante la tarea y de un modelo denominado MOSAICS que fomenta la competencia social”, detalla la investigadora.
Con el Experto Universitario de UNIR en TDAH, los estudiantes aprenderán a analizar la realidad de las personas con este trastorno, sus características conductuales, sociales y emocionales, así como la realidad educativa de estos alumnos. También integrarán distintas propuestas educativas de intervención, desde un enfoque multidisciplinar y práctico, con las que podrán ayudar a minimizar aquellas barreras del aprendizaje que se encuentran estos niños y niñas. Otra formación de interés puede ser también el Máster Universitario en Orientación Educativa Familiar.