Alberto Pascual García
Madrigal, maestra de vocación, destaca la importancia de comprender ciertos comportamientos de los niños para saber en qué área apoyarlos.
“Soy maestra de vocación. Hago lo que hago y soy lo que soy porque veía que mis estudiantes tenían problemas y no era capaz de saber lo que les pasaba. Quería ayudarles. Me formé en pedagogía y en dificultades de aprendizaje, pero sin dejar el aula, lo que me permitía trabajar con ellos terapias integrativas. Así analizaba qué le pasaba al niño y cómo podíamos abordar cada caso”.
Esta es la carta de presentación de Ana María Madrigal, coordinadora del Experto Universitario en Psicomotricidad y Neuromotricidad de UNIR. Lleva más de dos décadas analizando casos específicos de menores con dificultades de aprendizaje.
Donde muchos docentes o padres tiraron la toalla, ella quiso ir más allá y ha logrado entender cómo piensan estos niños, por qué reaccionan de una u otra manera, y cuál es la mejor manera de tratar cada caso.
Aprovechamos su participación en la openclass “Reflejos y su integración”, en la Universidad Politécnica Salesiana de Ecuador, para entender mejor cómo funciona y se desarrolla el cerebro, qué papel juegan los reflejos en este proceso y de qué manera afectan al aprendizaje humano.
¿Este niño es un desastre?
Lo que habitualmente vemos son las consecuencias de un mal comportamiento: un niño que no para quieto, otro que no para de chuparse la ropa, el que babea, la que come mal o no está sentada tranquila en su silla… Lo fácil es pensar que sufre hiperactividad, que sus padres no le han enseñado correctamente, que es un malcriado.
Pero Madrigal corrige este pensamiento: “Puede que sus reflejos no estén bien inhibidos, lo que no le permitiría estar quieto, tranquilo o atender… Es importante identificar las dificultades que sufre para saber actuar”.
Existen varias teorías cognitivas para entender cómo funciona el cerebro humano desde que nacemos hasta que somos adolescentes, pero Madrigal destaca una en concreto: el modelo triuno (tres en uno), desarrollado por el médico norteamericano y neurocientífico, Paul Mclean. Él consideraba que existen 3 estructuras o sistemas cerebrales:
- Cerebro reptiliano (propio de reptiles)
Regula el instinto de conservación, reproducción, así como las funciones de digestión, respiración, metabolismo, hambre, sueño, sed… El niño sobrevive gracias al instinto de supervivencia. Se desarrolla desde el embarazo hasta los 14 meses.
- Cerebro límbico o mamífero (propio de mamíferos)
Rige nuestras sensaciones, sentimientos y necesidades. Es vital para trabajar estas emociones, para el aprendizaje y la memoria. Se desarrolla a partir de los 14 meses hasta los cuatro años. Ayuda el proceso cortical y fomenta la eliminación de barreras gracias a la actividad corporal: “Trabajar el movimiento a través de actividades en el aula es algo fundamental, sobre todo si este va dirigido a moldear el cerebro”, destaca Madrigal.
- Cerebro cortical o racional (propio de humanos)
Aquí están el 80% de las neuronas que se encargan de procesar los pensamientos abstractos y creativos, el análisis crítico, la consciencia, la anticipación y la planificación, las operaciones matemáticas o la lógica. Se desarrolla entre los cuatro y los 11 años.
Cuando el cerebro del niño no alcanza la madurez suficiente para su edad en el ámbito físico, emocional, social e intelectual, pueden aparecer signos que manifiesten una carencia o barrera que impida el correcto aprendizaje. Es entonces cuando debemos identificar comportamientos que nos ayuden a describir el área en el que trabajar con el niño.
Por ejemplo, si un niño escribe mal un número en la pizarra, no lo hace mal a propósito. Quizá tenga un problema en los ojos que le impide hacerlo de manera adecuada. O si pronuncia mal una letra concreta, quizá es porque no acaba de procesar de manera correcta el sonido del fonema y, por ello, lo hace incorrectamente.
Por lo tanto, cuando un profesor insiste en que hay que obligar al niño a que repita una y otra vez un ejercicio hasta que lo haga correctamente, quizá no ve más allá de lo que ocurre.
“Quizá, lo que necesita hacer el profesor es entrenar sus ojos o detectar por qué no oye adecuadamente. Hay veces que etiquetamos a los niños con un diagnóstico y el problema quizá sea otro distinto”, explica la experta.
Madrigal lo explica desde la experiencia: “Una vez traté a una niña que fue diagnosticada con TEA porque no se relacionaba con otros compañeros de clase y lo que le pasaba era que los ruidos de su entorno escolar eran los que le impedían comportarse con normalidad. Descubrimos que no era autismo, practicamos una reeducación auditiva y pudimos tratarla. Su problema era que no recibía bien la información. Si esta no fluye, no se produce el aprendizaje. Por ello, es importante saber cómo funciona el cerebro de estos niños y cómo trabajarlo para ayudarles mejor. Esto requiere que los docentes debamos estar en constante formación”.
Movimientos controlados y reflejos
El reflejo es un movimiento muscular instintivo, rápido, automático, no controlado ni planificado, que produce un cambio. Estos son esenciales para la supervivencia de un recién nacido mientras las conexiones con el cerebro superior se desarrollan, y también para reparar vías neurológicas dañadas.
“Desarrollan un círculo natural para una función específica. Estos se integran durante el primer año de vida y se inhiben una vez se ha probado suficientes veces. Estos no desaparecen, sino que quedan dormidos y pueden volver en caso de daño o trauma”, explica Madrigal.
Dentro del proceso de crecimiento y de adaptación del bebé a su nuevo mundo, después de haber pasado 9 meses en el útero de la madre, existen cinco importantes hitos que nos ayudan a comprender si su cerebro se está desarrollando adecuadamente:
- En los dos primeros meses: mamar, búsqueda y succión para alimentación y crianza.
- El tercer y cuarto mes: volverse y rodarse, para cablear los dos lados del cerebro.
- En el quinto y sexto mes: sentarse, desarrollar el equilibrio y la postura.
- Y ya, en ese medio año, gatear para comenzar a moverse con autonomía.
- Finalmente, ponerse en pie, desplazarse y caminar para elevar su talla, socializar y “graduarse” así en infancia.
¿Cómo sabemos que los reflejos no se han inhibido de forma adecuada?
Para que no surjan barreras que impidan avanzar a los niños, es importante que toda la secuencia que acabamos de plantear fluya en la misma dirección. Un simple fallo en dentro del proceso durante el crecimiento afectaría a cómo se logra conocimiento. Existen elementos que nos ayudan a identificarlo con tiempo y saber cómo actuar:
A nivel físico:
- Coordinación pobre, torpeza, bajo tono muscular.
- No diferencia la izquierda de la derecha.
- Problemas de equilibrio, mala coordinación ojo-mano y dificultades para cruzar la línea media.
- No tiene destrezas con la pelota, ni para cortar, escribir o completar tareas…
- Se queja de dolor de tripa a la hora de ir a la escuela.
A nivel emocional:
- Excesivamente emotivo y dependiente.
- Se come las uñas, se chupa el pulgar después de los 3 años, se muerde la ropa o el pelo, moja la cama después de los 5 años.
- Necesita que le animen a menudo.
- No acepta un no por respuesta.
A nivel social:
- No puede esperar ni es capaz de compartir.
- Le cuesta hacer amigos de su edad.
- Se burla de otros o es víctima de estos abusos.
- Tiene estallidos emocionales y rabietas: pobre autocontrol.
A nivel intelectual:
- Pobre desarrollo del lenguaje.
- Evita la escuela y el trabajo escolar.
- Problemas perceptivos, con el reconocimiento de las letras y su formación, con la lectura, la ortografía y las matemáticas.
- Problemas con la memoria, la concentración y la terminación de tareas.
Para poder trabajar con los niños, es esencial el movimiento, jugar con ellos: “Aprenden jugando, porque jugar es moverse y esto implica a su vez, la estimulación del cerebro. De esta forma, lo voluntario desactivará lo involuntario. El movimiento será el encargado de inhibir todos esos reflejos”, apunta Madrigal.
Si quieres aplicar este tipo de conocimientos con tus alumnos en clase, quizá te interese estudiar el Experto Universitario en Psicomotricidad y Neuromotricidad de UNIR. Da el paso, porque aprendiendo tú, ayudarás a tus pupilos.