Manuel Jiménez López
Manuel Jiménez, docente e investigador de UNIR, y componente del cuerpo técnico de Carolina Marín, desvela los múltiples beneficios del juego para el desarrollo integral infantil.
Jugar no solo es un derecho fundamental de la infancia, también es una necesidad para su desarrollo físico y psicológico (Jiménez, 2018). En los primeros estadios de desarrollo el niño es movimiento, sobre esto caben muy pocas dudas. Las neuronas sensoriales están en estrecha comunicación con las motoras y éstas, a su vez, con las neuronas cognitivas.
En ese mismo orden se mielinizan los axones que conectan las estructuras cerebrales. La neurociencia señala que el juego es una actividad que transciende lo meramente lúdico, impulsando el desarrollo cognitivo, emocional y social del niño (Panksepp, 2004).
El conocimiento científico actual sugiere que el impacto del juego sobre la conducta no es exclusivamente humano; estudios de laboratorio con ratones han confirmado que el juego tiene un impacto notable sobre los circuitos neuropsicológicos de la motivación (Aguilar, 2010). Cuando se ha introducido el juego en etapas tempranas se han observado reducción en las conductas agresivas y mayor probabilidad de extender el juego a la edad adulta.
El desarrollo neuromotor
A lo largo de la primera y segunda infancia, el cerebro infantil pasa por varias etapas críticas. A edades tempranas el cerebro es especialmente sensible a ciertos estímulos y la plasticidad neuronal se encuentra en plena efervescencia. El desarrollo cognitivo y motor y juega un papel esencial en la maduración del cerebro. Son juegos neuromotores aquellos que desarrollan las habilidades motoras; como correr, saltar, mantener el equilibrio o, muy especialmente durante el estadio sensoriomotor, la manipulación de los objetos.
Durante estas etapas, el juego no solo consolida las conexiones neuronales, básicas en la planificación y ejecución del movimiento, sino que presenta un enorme potencial para excitar la corteza cerebral relacionada con el aprendizaje del gesto grafomotor, las relaciones sociales y la adquisición del lenguaje (Diamond, 2000).
El desarrollo motor es un proceso basado en la actividad física, no existe otra manera de reorganizar las habilidades motrices que la práctica deliberada. El niño, de manera intencional, se centra en la mejora de sus habilidades a través del juego repitiendo, retroalimentando y reajustando el aprendizaje motor de forma progresiva y consciente.
El juego y las emociones básicas
Desde la perspectiva de la neurociencia afectiva el juego proporciona un entorno seguro donde los niños pueden explorar, expresar emociones y aprender a regularlas (Panksepp, 2004). El juego fomenta la empatía, las conductas prosociales y la comprensión de las emociones propias y ajenas, corrige la capacidad para resolver conflictos psicosociales y mejora la capacidad para hacer frente a desafíos de mayor envergadura. Los juegos de rol y los juegos cooperativos son muy importante durante la etapa infantil porque fomentan la expresión emocional y la cooperación.
Existen toda una circuitería neuronal vinculada a la capacidad para regular las respuestas emocionales y las conductas disruptivas a través del juego (Davidson & Begley, 2012). El juego es un potente reforzador endógeno a través del sistema límbico de nuestro cerebro, resultando extremadamente placentero y motivador para el niño, impulsando la necesidad de responder con más frecuencia a los mensajes verbales y estados emocionales del grupo de pares.
El juego en el aprendizaje cognitivo
Durante el juego libre (i.e. con un objetivo lúdico, espontáneo, carente de reglas predefinidas) o estructurado (i.e. guiado por un adulto, con reglas claras y previamente definidas), los niños experimentan diferentes roles y aceptan algunas reglas generales, desarrollan su capacidad de atención y concentración, aprenden a pensar de manera flexible. Según Vygotsky (1978), a través del juego adquirimos normas sociales y culturales. Esta “sociomotricidad” (i.e. interacción social a través de las actividades motrices) juega un papel fundamental para que los niños comprendan de manera crítica el mundo que los rodea (Parlebas, 1999).
La práctica física del juego infantil, como elemento vehicular, permite experimentar el mundo a través de los sentidos. Durante el juego simbólico, el niño experimenta situaciones menos tangibles, conceptos más etéreos, que le permiten desarrollar su imaginación y pensamiento lógico. El juego de rol (e.g. cuando juegan a ser médicos, policías o profesores), los niños imitan personas o personajes “poniéndose en el lugar del otro”. Es una vía directa a comprender los estados afectivos que subyacen a las conductas que componen su universo más cercano.
El juego en niños con necesidades educativas personales
En personas con diversidad funcional cognitiva, los beneficios del deben ser evaluados aún con mayor rigor. Es tentador especular que una intervención lúdica temprana se relacionará con una mejora de la calidad de vida, autonomía personal, integración social y mejora de los procesos cognitivos complejos. Sin embargo, hasta la fecha, disponemos de muy pocos estudios de calidad que nos permitan confirmarlo. Todos los indicios sugieren que los niños con necesidades educativas personales podrían ser la población más beneficiada con la práctica del juego motor a edades tempranas.
La adquisición de habilidades motoras gruesas y finas son más complejas en personas con diversidad funcional cognitiva al compararlos con niños en desarrollo típico. Esto señala la necesidad de desarrollar programas escolares de intervención específica para esta población, con el fin de mejorar la salud física, impulsar los procesos cognitivos complejos y promover su desarrollo neuromotor e integración psicosocial.
Conclusiones
En resumen, el juego está relacionado con el desarrollo neuromotor, emocional y cognitivo del niño. Cuando juegan, los niños contribuyen a mejorar sus habilidades motrices, competencias sociales, desarrollo emocional y capacidad de aprendizaje.
La ausencia de juego, por tanto, empobrecería al niño en todas sus dimensiones: volitivas, sociales, afectivas, intelectivas, físicas… limitando su capacidad de adaptación, aumentando el riesgo de sufrir problemas de salud física o mental, aumentando la ansiedad y el estrés en las interacciones sociales, limitando el aprendizaje autónomo y la correcta comprensión del entorno que lo rodea.
Referencias bibliográficas
- Aguilar, R. (2010). Infantile experience and play motivation. Social neuroscience, 5(5-6), 422-440.
- Davidson, R. J., & Begley, S. (2012). The emotional life of your brain: How its unique patterns affect the way you think, feel, and live—and how you can change them. Penguin Books.
- Diamond, A. (2000). Close interrelation of motor development and cognitive development and of the cerebellum and prefrontal cortex. Child Development, 71(1), 44-56.
- Jiménez, M. (2018) Fundamentos del Juego Motor como Instrumento Educativo. En Arias, I. R. (Ed.). (2019). Didáctica de la educación física en educación infantil y primaria. UNIR.
- Panksepp, J. (2004). Affective neuroscience: The foundations of human and animal emotions. Oxford University Press.
- LeDoux, J. E. (2000). Emotion circuits in the brain. Annual review of neuroscience, 23(1), 155-184.
- Parlebas, P. (1999). Elementos de sociología del deporte. Paidotribo.
- Schultz, W. (2000). Multiple reward signals in the brain.Nature Reviews Neuroscience, 1(3), 199-207.
- Vygotsky, L. (1978). Mind in society: The development of higher psychological processes. Harvard University Press.
(*) Manuel Jiménez López. Docente e investigador de UNIR. Doctor en Fisiología Humana y de la Actividad Física y el Deporte. Máster en Investigación e Innovación en Actividad Física y Deporte por la Universidad de Málaga. Conferenciante sobre hormonas y conducta competitiva humana.
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