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El libro al laboratorio

Una innovadora práctica educativa fomenta el interés lector en ciencias biológicas, uniendo la literatura y la ciencia en un enfoque transversal y apasionante.

La literatura y la ciencia son totalmente compatibles.

Las Ciencias Biológicas son un área del saber apasionante, posiblemente la ciencia básica que genera más nombres anualmente. De hecho, una de las grandes revoluciones se deriva de aplicar la clasificación (taxonomía) y nombrar (nomenclatura) a todo ser vivo que se mueve, o no. Sentimos una auténtica veneración por don Carlos Linneo. Él nos indicó el camino para hacerlo con corrección gracias a su sistema naturae (1735), supongo que escuchando a Bach. Comparto su idea cuando dice “si se desconoce el nombre de las cosas su conocimiento también se pierde”. Consecuentemente, generar palabras es necesario en ciencia, y conservarlas aún más.

La única forma fiable de no perder las palabras es fijarlas. Eso lo tienen claro los que fijan, limpian y dan esplendor, y estos son mayoritariamente de letras. Los soportes físicos para fijar fueron durante mucho tiempo, y en exclusiva, los libros, epístolas y ensayos. Sí, los científicos y filósofos naturales eran escritores. Un paradigma son “Los Diálogos sobre los sistemas del Mundo de Galileo”. Los filósofos naturales, antes de la aparición de las revistas especializadas científicas, tenían que ser buenos literatos. Marcaban su canon oculto (Sánchez Ron, 2024).

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Ya en el siglo XX el asunto disminuyó en volumen y cantidad de palabras por texto. Nos volcamos en hacer artículos. Ahora un par de caras, o dos A4, pueden valer un premio Nobel. Se valora “lo bueno, si breve dos veces bueno”. En todo caso, escribir bien, pero con inmediatez y rapidez. Las cosas de los siglos XX y XXI.

La importancia de fijar las palabras

Consecuentemente, leer y escribir en ciencia es fundamental. ¿Puede haber algo más transversal? Las ciencias y las letras unidas por las palabras, por los nombres. Sin embargo, como ya señaló Kuhn (1969), los planes de estudio de las ciencias no exigen a los alumnos leer los textos originales. Los libros y apuntes académicos sustituyen a los “viejos soportes” contenedores de palabras. A mí, como docente, me preocupa y mucho, así que decidí hacer algo diferente, digamos innovador; algo nuevo que viene para quedarse: realicé una práctica de laboratorio de libros. Sí, de libros.

En vez de llenar el laboratorio de probetas, placas Petri, microscopios y riñoncitos de oveja para disección, puse encima de la mesa del laboratorio otro tipo de muestras: libros. Los libros seleccionados deben ser adecuados a la edad de los estudiantes. No es lo mismo un adolescente de 3º de ESO que un jovencito de 2º de Bachillerato. En el caso de 1º y 2º de Bachillerato pongo, por ejemplo, en este 2024, las siguientes muestras para examinar y por este orden (pueden ser otros):

  1. Investigación de los animales (Aristóteles).
  2. Micrografía (Hooke).
  3. Épocas de la Naturaleza (Buffon). El tomo I. Me parece interesante; es que son 37.
  4. Cosmos (Humboldt). Cualquiera de sus cuatro tomos.
  5. El origen de las especies (Darwin).

Es cierto, la práctica la tengo muy elaborada y poseo versiones de 1930, 1847 o 1900. Siempre fui un friki de coleccionar libros, pero funciona. Los alumnos tocan los “viejos” fijadores de palabras. Allí están los contenidos paradigmáticos que se desarrollan en sus Chrome, libros de texto, y/o apuntes. Los tocan con curiosidad, con mimo, con asombro. No dan crédito cuando ven la frase de Aristóteles sobre la generación espontánea, el dibujo de la pulga de Hooke, las parrafadas de Buffon sobre los elefantes y rinocerontes de América, Siberia y Europa: la fauna se había movido y el clima había cambiado. Redescubren lo que estos gigantes nos enseñaron.

Cada año propongo unos cinco libros diferentes (normalmente, los que he releído). Quiero tener más presente aquello que mi estado anímico me propuso. Puede ser Plinio, Pasteur o Cajal. Pueden ser cinco o diez libros. Pueden ser ediciones de solera o de 2024. Da igual, el secreto es mostrarles que todos esos saberes estaban antes de los ordenadores. Bueno, y una enorme dosis de pasión y amor cuando se enseñan esas muestras tan raras de laboratorio. Amor al libro.

Literatura y ciencia

La práctica siguiente es mostrarles libros de literatura que reflejan los “cánones ocultos” del día anterior. Puedes hacerlo en la misma sesión. Sí, se trata de mostrar a un Julio Verne y sus viajes; a un Rudyard Kipling y sus selvas; a Mary W. Shelly y Frankenstein. Hablar entonces de los fondos oceánicos y Wegener; de ecología, etología y Mowgli; o de bioética y volcanes que generan años sin verano.

La idea es llevar los libros y la literatura al laboratorio. Mostrar que son perfectamente compatibles. Como diría Cassany (2018), confeccionar un “laboratorio lector”. En este caso, no para entender la lectura, sino para entender la ciencia y su historia.

(*) Antonio de la Peña comparte labor como profesor de didáctica de la lectura y director de TFM en el Máster de Educación Infantil y Primaria con el de Biología y Geología en Educación Secundaria y Bachillerato. Ha participado en la gestión de la formación de empresas.

  • Facultad de Educación

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