Mateo Aguado Caso
Si no queremos sobrepasar en los próximos años umbrales críticos y sin retorno, necesitamos crear un nuevo paradigma económico y cultural que sea capaz de proporcionar simultáneamente sostenibilidad ecológica y prosperidad social.
Cada vez ocupan más espacio en nuestras vidas las noticias relacionadas con cómo las actividades humanas están desajustando el clima de nuestro planeta. Temperaturas récord, inundaciones nunca vistas, olas de calor insoportables, sequías históricas, tormentas cada vez más violentas… Sin embargo, aunque el grueso de la atención mediática en materia ambiental esté centrada en el cambio climático, lo cierto es que éste no representa, ni mucho menos, la totalidad del inmenso problema que tenemos hoy ante nosotros.
El cambio climático no viene solo. La contaminación del aire, la deforestación de los bosques tropicales, el avance de las especies exóticas invasoras, la contaminación de ríos, mares y humedales, la alteración de los ciclos del fósforo y del nitrógeno, el aumento de las zonas muertas oceánicas, la liberación de contaminantes orgánicos persistentes, la acidificación marina o el declive generalizado de la biodiversidad son, todos ellos, problemas ambientales de origen antrópico que amenazan cada día con más virulencia la sostenibilidad ecológica de nuestro planeta.
Ya no hay margen para la duda. Los trabajos científicos de las últimas décadas han aportado evidencias inequívocas de que los seres humanos estamos alterando de forma profunda la mayor parte de los procesos esenciales que determinan el funcionamiento global del Sistema Tierra.
Al conjunto de todos estos cambios ambientales inducidos por las actividades humanas se le ha denominado cambio global o cambio ambiental global, y dentro de él se incluyen todas aquellas acciones antrópicas que, aunque puedan ser realizadas localmente, tienen consecuencias a escala planetaria.
La concentración de CO2 en la atmósfera ha superado ya las 420 partes por millón, haciendo cada vez más probable que el aumento de la temperatura media del planeta supere durante el presente siglo los 3 °C. Han sido encontrados microplásticos en la sangre, la leche materna, la placenta y los testículos humanos. Se estima que en torno a 10,2 millones de personas mueren cada año en el mundo a causa de la contaminación del aire. Y la pérdida de biodiversidad avanza sin pausa hacia lo que muchos expertos han venido a denominar ya la sexta gran extinción masiva de especies de toda la historia de la Tierra.
Es innegable que la situación que atraviesa nuestro planeta por culpa de nuestras acciones está alcanzando cotas gravísimas. Los problemas ambientales que constituyen el cambio global son enormemente complejos y están cada vez más interconectados. Pero que algo sea complejo no significa que sea inabordable, y más nos valdría reaccionar a tiempo si no queremos sobrepasar en los próximos años umbrales críticos de cambio que puedan llevarnos, abruptamente y sin retorno, a situaciones indeseadas.
Un huracán causa daños en la costa del Golfo de Luisiana, en Estados Unidos.
Ahora bien, cualquier reflexión propositiva que a día de hoy pretenda proporcionar soluciones a la encrucijada de insostenibilidad en la que se encuentra nuestro planeta ha de comenzar por realizar un diagnóstico riguroso y honesto sobre las causas reales que están detrás del cambio global. Y estas causas, pese a ser diversas, tienen un denominador común claro: unas acciones antrópicas que, promovidas por un modo de vida cada vez más consumista y despilfarrador, demandan a la biosfera cantidades ingentes y crecientes de materiales y energía.
El grueso de la comunidad científica reconoce ya que el crecimiento económico ilimitado es el principal impulsor de la vigente crisis ecológica y climática.
El grueso de la comunidad científica reconoce ya que el crecimiento económico ilimitado es el principal impulsor de la vigente crisis ecológica y climática. Por tanto, una reducción ordenada y planificada de la esfera económica mundial podría mejorar muchos de los actuales problemas ambientales ligados al cambio global.
Debemos comenzar a pensar seriamente en la posibilidad de ponerle tope al metabolismo socioeconómico global. Continuar con una propuesta civilizatoria que aspira a crecer indefinidamente sobre un planeta que es finito no parece buena idea a largo plazo. Tenemos que ser capaces de confeccionar un nuevo paradigma económico y cultural que sea capaz de proporcionar simultáneamente sostenibilidad ecológica y prosperidad social, pues nunca podremos tener lo segundo durante mucho tiempo si no garantizamos antes lo primero.
No cabe duda de que este es un debate muy incómodo en un mundo que se ha vuelto adicto al crecimiento y al consumo. Pero es un debate ineludible. Y si no lo iniciamos ya nuestros nietos jamás nos lo perdonarán.
Como decía Víctor Hugo, nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento.
(*) Mateo Aguado Caso es docente de UNIR e investigador postdoctoral del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la UAM.