Román Rodríguez Curbelo
Tíscar vino al mundo tras solo seis meses de gestación. Su nacimiento prematuro le produjo una discapacidad intelectual y otros problemas de salud que arrastra desde entonces (es decir, desde siempre). Pero su gran fuerza interior le ha llevado a cumplir sus objetivos personales, como estudiar el Grado en Magisterio de Educación Infantil de UNIR.
Entró a la Universidad Internacional de La Rioja mediante el examen de acceso para mayores de 25 años. La recibió de primeras Pilar Rodríguez, del Servicio de Atención a las Necesidades Especiales. Tíscar se ha mostrado siempre muy agradecida por el trato de todo el personal de UNIR y de sus profesores, hasta el punto de que los menciona como su “familia UNIR”.
Una familia compuesta por miembros que son “un verdadero encanto” y que, según Tíscar, primero le abrieron las puertas, luego los brazos y, finalmente, el corazón. “Y eso no lo hacen en cualquier lugar”, añade con sinceridad.
Muchas personas acabaron encantadas con la labor de Tíscar durante sus prácticas del Grado en Maestro en Educación Infantil.
Ana María Trigueros, tutora de Seguimiento Presencial del Programa de Acompañamiento en Centros Educativos, visitó el pasado abril el Centro de Educación Infantil Piccolo en Torrevieja (Alicante), un colegio pequeño y bonito, con huertos, y en el que se aplican métodos educativos como el Montessori.
Fue ahí donde Trigueros descubrió a Tíscar Ferrández del Río, una estudiante en prácticas cuyos tutores, muy contentos con su rendimiento, calificaron de trabajadora y atenta. Trigueros describe a Tíscar como menudita y de voz tenue.
La estudiante ayudaba en todo momento, acompañaba a los niños al baño, les limpiaba la nariz o se acercaba a aquellos que lloraban para preguntarles si necesitaban un abrazo. Sus responsables coinciden en que ciertas estudiantes quizá más aventajadas nunca mostraron semejante delicadeza en el trato con los niños, y subrayan su entrega por encima de la media.
Preguntar antes de abrazar
Su día a día en el Centro Piccolo fue de mucho aprendizaje, una experiencia “maravillosa y muy enriquecedora”. Cumplió las funciones ordinarias de cualquier maestra. Pasaba lista con el silabeo rítmico, contó cuentos, repasó las rimas del agua y de la primavera, evaluó a veces y, sobre todo, observó.
Le encantó especialmente durante sus prácticas descubrir los mundos maravillosos que esconden los niños. Aprendió que cada uno de ellos son personas ya hechas, con sentimientos que se han de respetar, y que devuelven mucho más amor del que se les puede dar.
“Digo esto porque muchas veces los adultos tratamos a nuestros niños como peluches a los que abrazar solo cuando nosotros queremos. Y algunas veces querrán un abrazo, por supuesto; pero otras, no”, señala.
Por eso ella pregunta antes de abrazar. Tíscar estima, de hecho, que los niños han podido aprender muy bien de ella asuntos de besos y abrazos: a darlos con verdadero amor, a evitar las peleas. Conocimientos que tiene grabados a fuego tras una vida repleta de escollos.
Discapacidad que no es identidad
Su actual realidad cotidiana es como la de cualquier otra persona. Trabaja duro por sus sueños, y sus metas son concretas y próximas, como convertirse en esa maestra que ella por desgracia nunca disfrutó en etapas educativas anteriores a la universidad.
Tíscar ha volcado parte de sus vivencias en la literatura.
Tíscar se ve en un futuro como maestra, haciendo lo que realmente anhela, pero reconoce que no depende solo de ella, sino de otros aspectos como su salud o cualquier sorpresa que pueda depararle el futuro.
Siente en ocasiones que todo gira en torno a su discapacidad. Ciertas personas tienen la mente tan cerrada que creen que ella es en sí misma una discapacidad. Discapacidad que, además, no se percibe a simple vista.
La sociedad, lamenta Tíscar, carece en general de valores y principios, anda demasiado desorientada por prejuicios que ella considera absurdos, y que evidencian la necesidad de una concienciación real en torno a una cuestión fundamental: reconocer que cualquiera puede tener una discapacidad, y que eso no anula a quien la tiene.
En cierto modo, superar esos estigmas no es asunto de Tíscar, sino de la sociedad. Ve urgente visibilizar casos como el suyo, informar y educar para desarrollar la capacidad empática. Ella saca fuerzas para este cometido de su familia, la piedra angular en la historia de su vida, un apoyo incondicional que siempre ha creído en ella, en especial cuando ni ella misma lo hacía.
Del acoso a la literatura
Tíscar ha sufrido acoso en distintas etapas, como la escolar o la laboral. La despreciaban reiteradamente cuando era niña, y durante su primer trabajo la acosaron y estresaron hasta el punto de que desarrolló las primeras crisis de la enfermedad de Crohn, cuyos efectos todavía padece.
“Pienso que me hizo más fuerte. Me enseñó el tipo de persona quiero ser, pero también el tipo que no quiero ser. Hoy puedo decir que lo llevo bien, que lo he superado, y que lo cuento como algo que forma parte de lo que soy, de mi historia personal”, explica.
Porque lo cuenta. Esta dureza le inspiró y rompió a escribir cuentos y poemas. Ahora está embarcada en su proyecto literario más difícil: su autobiografía. Más allá de estas penurias, cuenta con detalle muchas otras cosas de su vida. Pretende publicarla algún día para ayudar a gente que haya estado o esté en su misma situación.
La vida me ha enseñado el tipo de persona que quiero ser, pero también el tipo que no quiero ser
Ha aprendido a buscar siempre el aspecto positivo de cualquier vivencia a todas luces negativa. Ha conseguido convertir aquella experiencia en capacidad de superación y en ganas de aprender, una especie de optimismo natural que le ha ayudado a desprenderse de una culpa demasiado pesada.
Recomienda a personas es su misma tesitura que busquen ese alivio redentor que les exime del primer error en el que siempre se cae: culpabilizarse uno a sí mismo. Tampoco se trata de desear el mal a nadie, ni de guardar rencor, porque no merece la pena y son sentimientos que también causan dolor.
Tíscar aconseja probar otras vías, rodearse de gente que de verdad los quiera, dejarse influir por el teatro, el cine o la música, por cualquier forma de arte, expresiones puramente humanas que nos acaban por salvar a todos. “El arte y la cultura me han salvado la vida”, confiesa.
La maestra no pierde en ningún momento el sentido de su realidad. Admite que la vida no se lo ha puesto fácil, que muchas de las personas que se han cruzado en su camino la han golpeado muy duro, pero tampoco se deja vencer: “Si yo he salido adelante y he superado todo esto, otros también podrán. Aunque cueste y resulte complicado”, concluye.