Carles M. Canals
La mayoría de los empleados, incluidos los directivos, están condicionados por decisiones que dependen de otros. Es frecuente salir tarde o a llevarnos trabajo a casa. Sigue estos pasos para alcanzar un equilibrio.
No pocos trabajadores (ellos y ellas) tienen tal ambición de progreso profesional que supeditan a él las demás facetas de su vida; es previsible que no leerán un artículo sobre cómo conciliar vida profesional y familiar. Quizá triunfen en su trabajo; es más dudoso que sean felices en su matrimonio, si es que llegan a formar una familia.
La mayoría de los empleados (ellos y ellas) quieren realizar lo mejor posible sus tareas tanto en casa como en el trabajo. Pero los trabajadores, incluidos los directivos, están condicionados por decisiones que dependen de otros. Es demasiado frecuente que nos obliguen a salir tarde o a llevarnos trabajo a casa y que en el hogar se nos retrasen tareas.
Imprevistos o situaciones inesperadas
A la vez, en el hogar surgen muchos imprevistos, sobre todo cuando hay niños pequeños, un enfermo crónico o un anciano. Además, hay temporadas en que uno se encuentra más cómodo en la relativa tranquilidad de la oficina que en el hogar, donde quizá nos esperan tareas que no nos apetece realizar, imprevistos o situaciones desagradables. A veces esa es la auténtica razón –cuesta reconocerla– de que uno retrase la marcha a casa.
Es misión imposible conciliar al 100% la vida profesional y familiar
Es misión imposible conciliar al 100% la vida profesional y familiar. A poco realista y humilde que uno sea, ha de admitir que nunca alcanzará un resultado ideal. Asumir la realidad de que Superman o Superwoman sólo existen en las películas evitará unas sensaciones de impotencia y culpabilidad muy nocivas para la eficacia (en casa y en el trabajo) y el equilibrio emocional, en perjuicio de la propia autoestima e incluso de la salud mental.
Concienciarnos de que no pasa nada si, durante unos días, se acumula el polvo sobre los muebles: lo auténticamente importante es ser una familia feliz.
A lo que debemos aspirar, y es lo que esperan nuestros familiares próximos e incluso nuestro jefe (si es un líder y no un tirano), es a tener una disposición estable de intentar la conciliación profesional y familiar un día tras otro.
Establecer criterios generales
Muchos autores recomiendan fijar prioridades y adecuar a ella los objetivos. Es un buen consejo, a aplicar según el modo de ser de cada uno (perfeccionista/despreocupado, ordenado/caótico). Más que marcar unas reglas fijas, quizá es mejor establecer con claridad unos criterios generales que permitan flexibilidad para adaptarse a los imprevistos que se vayan presentando. En los criterios hay que incluir a quién pedir ayuda en caso necesario: abuelos, amigos, vecinos…
Más que reglas fijas, es mejor establecer unos criterios de carácter general, que permitan flexibilidad para adaptarse a los imprevistos
Es aconsejable consensuar con el cónyuge esos criterios de actuación. Así, cuando a cualquiera de los dos se le presente un imprevisto que dé al traste con los planes previamente establecidos, haber sido copartícipes del pacto facilitará la comprensión mutua y encontrar una solución al problema de hoy.
El contenido y alcance de esos criterios depende de cada familia y dentro de ella de cada persona. Hay cónyuges que toman la decisión de priorizar la carrera profesional de uno de los dos: el otro pone limitaciones a esa faceta de su vida. Casi todos los matrimonios en los que ambos trabajan se reparten las tareas.
En el hogar: cocina, limpieza, lavado y planchado de ropa, etc. Con los hijos: atención por la mañana o por la tarde, llevarles al colegio, ayudarles con los deberes…. En base a esos criterios, cada día se hará una lista de tareas a efectuar. Distinguir entre lo urgente y lo importante.
Aprender a decir ‘no’
Muchos empleados de nivel medio y directivos tienen horario de entrada pero no de salida. En el trabajo hay que aprender a decir que ‘no’. Si podemos, negarnos a participar en reuniones que comienzan en el límite del fin de la jornada laboral. No es imprescindible responder cada día todos los e-mails que recibimos. En principio, no cenar con colegas, sino con la familia. Hay que intentar cada día llegar a casa a una hora razonable.
Si se ve oportuno, sin ingenuidades, hacer partícipe al jefe de lo mucho que valoramos la familia y nos esforzamos por conciliar ese ámbito con el laboral. Así, le parecerá natural que un día le avisemos que dentro de tres semanas nos tomaremos la tarde libre para asistir al recital musical u obra de teatro en la que actúa uno de nuestros hijos, o tenemos tutoría, por ejemplo. (Habrá que recordárselo unos días antes).
También hemos de decir que ‘no’ en casa. Salvo excepciones, no responder los mensajes profesionales recibidos por e-mail o teléfono
También hemos de decir que ‘no’ en casa. Salvo excepciones, no responder los mensajes profesionales recibidos por e-mail o teléfono. Los ratos de vida en familia han de ser de calidad: disfrutar juntos, estar pendientes unos de otros al 100%. Difícilmente puede calificarse de convivencia unas horas en que padres e hijos están cada uno pendiente de su móvil o tablet y con la tele encendida.
Debemos educar a nuestros parientes para que respeten nuestro trabajo. Esto es especialmente difícil para las madres. Enseñar, en la práctica, que sólo se puede telefonear durante el trabajo por cuestiones realmente importantes.
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