Mariano Rojas, profesor de la Facultad de Empresa y Comunicación, Doctor en Economía y experto en felicidad y bienestar ha liderado numerosas investigaciones en torno al tema.
El mundo asiste a situaciones complejas: los resabios de una pandemia brutal, una guerra en pleno siglo XXI que se prolonga en el tiempo, y las alargadas sombras de la inflación son algunos hechos que están marcando este 2022 a nivel global.
En ese entorno, hablar de ‘economía del bienestar’, o de la también denominada ‘de la felicidad’, puede resultar inocuo. Pero no es así… ni mucho menos. Mariano Rojas, es Doctor en Economía y experto en felicidad y bienestar. Ejerce la docencia en el Grado en Administración y Dirección de Empresas (ADE) de UNIR, y ha liderado numerosas investigaciones en torno a la ‘economía de la felicidad’. Tiene publicados varios libros y artículos al respecto.
Para empezar, pone en contexto el tema: “Tradicionalmente, la ‘economía del bienestar’ o de la felicidad siempre ha estado vinculada a los ingresos. Siempre se pensó que -a más elevado ingreso económico-, mayor era el bienestar de las personas. Y uno de los grandes objetivos de los trabajadores era aumentar esos ingresos”.
Los milagros económicos no siempre van de la mano de la felicidad colectiva
En su opinión, la economía se ha encargado de instalar la idea de que el mayor ingreso genera más bienestar. No obstante, “si realizamos una revisión histórica, nos daremos cuenta de que no es tan así”, dice Rojas. Para ello, pone como ejemplo reciente lo ocurrido en Chile, nación que durante las últimas décadas se asoció como ‘milagro económico’, por su crecimiento, expansión del PBI e ingresos per cápita robustecidos de la población.
“A pesar de ello, de ser un país que destacaba considerablemente en comparación con los vecinos de la región, su población se mostró muy descontenta, lo que desencadenó una grave crisis y protestas masivas en las calles. A pesar de mejorar sus ingresos, millones de chilenos se mostraron asfixiados por la angustia y la preocupación, lo que además repercutió directamente en el deterioro de las relaciones interpersonales”.
Desde su óptica, este es apenas un caso de muchas naciones donde el ingreso, si bien contribuye de manera clave para la satisfacción de vida, no representa un factor fundamental.
Desde esa premisa, Rojas y su equipo llevan tiempo investigando por qué hay gente que está insatisfecha con su vida, principalmente en países con mejores indicadores económicos que otros: “Es un problema típico de las economías desarrolladas”, afirma. En esta línea, lleva tiempo evaluando “qué otros factores son relevantes para la satisfacción, aunque a nivel económico y de bolsillo la situación parezca próspera”.
“Es un tema apasionante que también ha llevado a los grandes organismos internacionales a analizar la cuestión. La Comisión Europea ha creado un proyecto que se llama ‘Más allá del Producto Interior Bruto’. Y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico lanzó otro proyecto que se llamaba ‘Midiendo el progreso de las sociedades’”, manifiesta.
En este último trabajo, Rojas coordinó el apartado correspondiente a América Latina: “Nos dimos cuenta de que uno de los puntos más determinantes para alcanzar la satisfacción de las personas es el factor relacional: la calidez y alta calidad de las relaciones interpersonales generan más satisfacción de vida”, dice.
Escuelas para la felicidad: “Hay que educar a los niños para que sean felices”
El profesor comenta que “en los países desarrollados el ritmo de vida suele ser mucho más acelerado. Hay poco tiempo disponible, se trabaja mucho y existe mayor competitividad, lo que deteriora las relaciones personales. Entonces, por más que aumente al PBI, lo hace a costa de la satisfacción de vida de la población”.
Como gran objetivo para España y los países europeos, Rojas considera que hay que pugnar por consolidar “una economía que haga que las personas sean realmente felices y no solo que obtengan mayores ingresos. Hay gente que tiene ingresos considerables, pero no está a gusto con su vida. Hay una pérdida de felicidad y bienestar en muchos de los integrantes de las sociedades contemporáneas”.
Subraya que Europa tiene un gran reto por delante: “Debemos consolidar una red de escuelas para la felicidad. Hay que educar a los ciudadanos del futuro, con más investigación sobre escuelas felices y escuelas para la felicidad, incluidas las universidades. En esa misión, debemos buscar (principalmente en la etapa de la niñez y adolescencia) que -al margen de formar ciudadanos productivos, eficientes y competitivos, que ha sido el enfoque que ha dominado la educación en las últimas décadas (con una educación para el trabajo)- hay que educar para que la gente sea feliz”.
“A la mayoría de los niños que están hoy en las aulas, lo que va a marcarles el futuro es cómo se relacionan con los demás, con sus hijos, con sus colegas del trabajo, con su pareja… pero las escuelas no le dan la importancia que esto merece”.
De este modo, “hay que cambiar la mentalidad de la educación, que es lo que los economistas llaman capital humano (que la gente tenga habilidades y destrezas para ser productivos), sino que lo que queremos es una educación para que estas personas -pequeños- en el futuro tengan habilidades y destrezas para ser felices y generar felicidad en ellos y en los demás”.
Y aborda otro tema clave: “Europa tiene una población que envejece aceleradamente. Uno de los factores que más deteriora la felicidad del adulto mayor es la soledad. Y cada vez nos encontramos a más adultos mayores enfermos de soledad. Creemos que en los próximos 30 años ese problema se verá incrementado”.
“Sigue prevaleciendo una economía para el ingreso. El paradigma dominante ha sido el crecimiento económico. La preocupación central de los economistas ha sido aumentar la producción. Pero no hemos entendido todavía que este proceso no solo no es sostenible, porque el planeta no aguanta esas consecuencias. Ese paradigma choca además con aspectos básicos, como el tiempo para consolidar las relaciones humanas, etcétera”.
Como conclusión, Rojas advierte que “nos estamos moviendo de la visión que relacionaba el progreso solo con el crecimiento económico, hacia otro horizonte en pleno siglo XXI, en el que debe importarnos que la gente sea realmente feliz”.
Cómo ha sido el proceso para instalar el tema en el ámbito académico
Rojas recuerda que las primeras etapas “para introducir el tema de la economía de la felicidad en el ámbito académico no fueron fáciles, a fines del siglo XX. Esa fue la primera fase, que tuvo como objetivo incursionar en el ámbito académico con un tema nuevo. En un comienzo, los economistas eran muy renuentes a ello. Pero demostramos que la ciencia de la felicidad era posible”.
Después, cuenta que “medir la felicidad no fue tampoco sencillo, pero demostramos que esas mediciones pueden hacerse y son serias. Eso comenzamos a hacerlo con oficinas de estadísticas, en la primera década del siglo XXI. Hoy ya hay muchas oficinas que incorporan mediciones en términos de satisfacción de vida”.
En este momento, el experto subraya que “estamos más enfocados a la política pública para la felicidad. Son las tres etapas que hemos pasado: primero posicionando el tema, a fines del siglo pasado, que fue una etapa cuesta arriba: hablar de felicidad con economistas de esa época no era sencillo. El segundo reto fue insertar en las oficinas de estadística las mediciones de la felicidad, y ahora recorremos el camino para que la sociedad empiece a incorporar una visión de la felicidad en el diseño de políticas públicas”, concluye.