Guillermo Tena Planas
Las organizaciones globales están abordando las nuevas demandas sociales expresadas por sus grupos de interés con acciones que van más allá de sus propios intereses económicos.
Las organizaciones de hoy en día, en particular las grandes multinacionales, se enfrentan a una presión creciente por parte de los clientes y los grupos de interés internos y externos, para mostrar cómo están respondiendo a los desafíos de negocio de una manera sostenible y socialmente responsable. La cada vez mayor internacionalización de las empresas y la expansión de sus actividades comerciales a otros países han despertado un mayor interés por su faceta social en los últimos años. Los ciudadanos de todo el mundo están cada vez mejor informados; sus valores han sufrido una transformación, aumentando su conciencia ecológica y social y reforzando lo que esperan de las empresas.
Además, parece claro que las empresas se enfrentan a esta creciente presión en un ecosistema de hipercomunicación, de hiperinformación y de hipervisualización. Este ecosistema está causado por el crecimiento exponencial de las nuevas tecnologías, que exponen a las empresas a que su información pública pueda ser utilizada como canal de denuncia público (en contraposición a los canales de denuncia internos o whistleblowing) y en consecuencia, con las repercusiones en términos reputacionales y de negocio para las empresas que incumplan sus compromisos éticos.
Son múltiples los ejemplos en nuestro entorno más cercano, donde hemos visto empresas involucradas en escándalos mediáticos y en procesos judiciales al ser públicamente cuestionadas algunas de sus actuaciones. Más allá de multas o sanciones que se puedan producir, la pérdida de oportunidades de negocio, las dificultades para obtener financiación externa, la pérdida de talento o la incapacidad para atraerlo, son algunas de las consecuencias más importantes a afrontar ante una crisis con impacto reputacional.
Para hacer frente a todo este conjunto de desafíos empresariales va a ser crucial el establecimiento de medidas organizativas y procesos internos que minimicen la posibilidad de que se lleguen a producir conductas indeseadas, ilegales o bien faltas de ética. Y en el caso de que sucedan, se puedan detectar y corregir lo antes posible, minimizando el daño reputacional potencial antes referido.
Poner una extrema atención en el establecimiento de medidas que prevengan este tipo de crisis, acaba siendo una ventaja competitiva clara para las organizaciones empresariales ya que favorecen una imagen de valor significativo para las administraciones públicas, entidades financieras, empleados y para los potenciales inversores. El reto por lo tanto, pasa por desarrollar en la empresa una cultura de trabajo, a todos los niveles, absolutamente comprometida con el valor de la ética corporativa y sus propios códigos de buenas prácticas empresariales.
Artículo escrito por Guillermo Tena Planas, director del Instituto Cuatrecasas de Estrategia Legal en Recursos Humanos.
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