Virginia Cabrera Nocito
Últimamente tenemos la Transformación Digital hasta en la sopa. No hay sector ni medio de comunicación que escape. No me extraña que así sea porque subirse a este tren no es baladí. Y en la sociedad más infoxicada de la historia, es fácil perder la visión de lo que de verdad importa.
Últimamente tenemos la Transformación Digital hasta en la sopa. No hay sector ni medio de comunicación que escape, porque la digitalización está en boca de todos. No me extraña que así sea, porque subirse a este tren no es baladí. Y en la sociedad más infoxicada de la historia, es fácil perder la visión de lo que de verdad importa. El día 10 de abril comienza el Programa en Transformación Digital de UNIR para profundizar de un modo profesional en esta revolución.
He visto a muchas empresas, grandes y pequeñas, holgadas de presupuesto y con el negocio más que ajustado, arrojarse en brazos de ese último grito en tecnología (siempre hay un último grito). Confían en que abrirá la espita de los ingresos, pero acaban pagando con desilusión, y con las cuentas en rojo, los platos rotos del desparrame en gastos.
¿Qué tenían en común todas esas empresas? Que se lanzaron a invertir en plataformas y abordaron cambios estructurales sin contar con sus empleados. Incorporaron sistemas de planificación y mejora de la productividad, de inteligencia de negocio o de comercio electrónico. Abrieron un blog y cuentas en las redes sociales, invirtieron dinero y recursos en acciones que no tuvieron impacto alguno en su negocio. Todas olvidaron a las personas.
Comenzar con buen pie es empezar por las personas que forman estas compañías: desde el primero de los directivos, hasta el último de los empleados. Porque la transformación no va sólo de cambios tecnológicos, por muy aparentes que sean algunos de ellos. En realidad, estamos ante un profundo cambio de relaciones y de valores que están trastocando casi todo.
Navegar en la era digital implica contar con personas mentalmente fuertes, proactivas, apasionadas y receptivas a lo que ocurre a su alrededor”
Navegar en la era digital implica contar con personas mentalmente fuertes, proactivas, apasionadas y receptivas a lo que ocurre a su alrededor. Pero desafortunadamente, no todos somos así. Y, si bien es cierto que las personas cambiamos con el ejemplo, lo hacemos muy lentamente. Hoy todo sucede demasiado rápido para casi todos. Y, desde luego, la solución no pasa por despedir a media empresa y contratar de nuevo. Como catalizador, no queda otra que formar a tus equipos en competencias digitales.
¿Cómo ‘construimos’ empleados con mentalidad digital?
El profesional digital se conoce. Tiene su DAFO (análisis de debilidades y fortalezas) bien construido y se focaliza en sus fortalezas para conseguir resultados. Ancla su actividad en tres aspectos: mentalidad abierta e innovadora que asume el error como algo intrínseco, confianza en la inteligencia colectiva que le lleva a formar redes de conocimiento a todos los niveles y capacidad de transmitir alto y claro, en cualquier foro, propuestas y conceptos.
Es cierto que para ser más digitales tendremos que desarrollar nuevas habilidades técnicas para el uso y, en ocasiones, también para el diseño de herramientas que permitan modernizar procesos y optimizar la relación con un cliente digital. Sin embargo, las competencias que marcan la “actitud digital” son las habilidades que entremezclan rasgos de personalidad, habilidades sociales y hábitos personales.
las competencias que marcan la “actitud digital” son las habilidades que entremezclan rasgos de personalidad, habilidades sociales y hábitos personales”
La buena noticia es que muchas de estas “actitudes digitales” ya existen agazapadas en las empresas, aunque tal vez no hayamos sabido encontrarlas. Por ello, urge identificar, retener y desarrollar el talento digital en quienes nos rodean, trabajando para ‘despertar’ en las personas capacidades como:
– La autonomía y autogestión de objetivos y prioridades, la proactividad y la pasión. Entendiendo el aprendizaje autodidacta y continuo como palanca para hacer de cada actividad una oportunidad win-win tanto para el profesional como para su organización.
– La colaboración y la relación, aprendiendo a cultivar la ‘empatía digital’ dentro y fuera de la organización y conjugándola con integridad, generosidad y transparencia en el networking.
– La creatividad y la innovación, desarrollando la escucha y la ‘extrapolación’, claves cuando la diferenciación es ventaja competitiva. Flexibilidad, osadía y personalidad tienen que salir a flote, desterrando el freno del miedo al error.
Una cuestión cultural que necesita un contexto para germinar
Está demostrado que las competencias digitales se inhiben sin una “cultura innovadora” que las promueva, aun sabiendo que hacerlo pueda friccionar a algunas personas. No basta con dar formación, las empresas deben demostrar también esa “actitud digital”, predicando con el ejemplo:
– Demostrando el valor de la creatividad al promover el desarrollo de nuevas ideas y de “escenarios piloto” que validen su impacto en el negocio. Con estructuras más planas que gestionen al empleado innovador, para canalizar su talento superando la desconfianza que algunos tendrán hacia aquellos que brillan con marca personal propia.
– Facilitando nuevos marcos de aprendizaje, que alimenten ese deseo “de aprender de todo y de todos” llamado learnability y que comienza a ser sinónimo de empleabilidad. Fomentando la formación continua donde las capacidades autodidactas mandan.
– Buscando sinergias, pero también motivación para la colaboración, con proyectos transversales que ofrezcan oportunidades de trabajar con todos. Apoyando el trabajo “en voz alta” que construye redes.
– Reconociendo los esfuerzos, porque cuando la gente siente sus capacidades aprovechadas, crece. Quien se siente comprendido y reconocido, no tiene reparos en ayudar a quienes pudieran estar más rezagados.
La Transformación Digital de las personas no llega de la noche a la mañana. Pero os animo a que vayamos a ella con toda la pasión que solo las personas somos capaces de imprimir en cada proyecto en el que de verdad creemos.