Marc Sansó Mata
Los visionarios del metaverso prevén que sus usuarios trabajen, jueguen y se mantengan conectados. Hablamos, en definitiva, de un nuevo Internet: una nueva forma de relacionarnos, consumir, formarnos y trabajar.
Las tecnologías, ya lo sabemos, no siguen patrones de evolución lineales, sino que se ven influenciadas por diversos factores que provocan la existencia de ciclos. Clayton Christensen (Harvard, El Dilema del innovador) nos enseñó a finales del siglo XX que eso mismo puede aplicarse también a sectores y, por extensión, a las empresas que compiten en ellos. En los ciclos incrementales, optimizamos tecnologías y modelos producto/cliente ya existentes, mientras que en los disruptivos, asistimos a cambios profundos en el paradigma competitivo de sectores impulsados por una combinación de tecnologías nuevas o reconceptualizadas. Cuando esta disrupción afecta transversalmente a muchos (¿todos?) los sectores de la economía, hablamos de un ciclo superdisruptivo.
Las empresas grandes tienen un sistema de incentivos naturalmente enfocado a defender su posición competitiva, la relación con el cliente actual y a alargar el ciclo incremental, y eso es precisa (y paradójicamente) lo que, a largo plazo, más amenaza su supervivencia (Nokia). En el caso de las startups, el tema es algo más complicado: algunas de ellas se enfocan (y hacen muy bien) a una venta futura, y por tanto dimensionan su estrategia y enfoque tecnológico para convertirse en un buen complemento o una optimización del modelo de una gran empresa. Otras, en cambio, quieren convertirse en los nuevos players dominantes del entorno competitivo y para ello se enfocan a desarrollar una propuesta disruptiva que tenga la capacidad de cambiarlo todo. Estas últimas son las más recordadas y las que contribuyen a consolidar el hype de las startups, aunque, estadísticamente tenemos noventa y nueve startups incrementalmente exitosas por cada Netflix, Tesla o SpaceX (eso sin contar las que se quedan por el camino, por supuesto). Tenemos, evidentemente, excepciones a esta teoría natural. Las grandes empresas se esfuerzan por romper las dinámicas internas sobre las que Christensen prevenía y que provocan que raramente sean los impulsores del next big thing, de la nueva oleada de disrupción masiva de una industria determinada. De entre ellas, los grandes gigantes tecnológicos son un claro y obvio exponente.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Meta (ex Facebook) y su proyecto de impulso y consolidación del denominado Metaverso. El concepto no es nuevo (de hecho surge en 1992 en la novela de ciencia ficción Snow Crash), ni tampoco es un proyecto exclusivo de Meta, pero, sin ningún lugar a dudas, el impulso de grandes gigantes tecnológicos jugará un papel crucial en la aceleración de su desarrollo y consolidación global en los próximos años. Así pues, ¿de qué estamos hablando? Se trata de una combinación de múltiples elementos tecnológicos, como la realidad virtual, la realidad aumentada y el vídeo, en la que los usuarios viven dentro de un universo digital. Los visionarios del metaverso prevén que sus usuarios trabajen, jueguen y se mantengan conectados con sus amigos a través de todo tipo de actividades, desde conciertos y conferencias hasta viajes virtuales alrededor del mundo. Hablamos, en definitiva, de un nuevo Internet: una nueva forma de relacionarnos, consumir, formarnos y trabajar. Un nuevo ciclo superdisruptivo, en definitiva, del que aún nos faltan por conocer muchos agentes clave y grandes ganadores. No lo duden: mientras leen esto, se están gestando nuevos proyectos empresariales que tendrán la capacidad de reinventar muchas de las formas en las que ustedes llevan a cabo sus tareas más vitales y cotidianas.
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