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En economía, el riesgo de liquidez mide la capacidad de una empresa de afrontar sus deudas a corto plazo, lo que dependerá de los activos líquidos de los que disponga.
La liquidez es la capacidad que tiene un activo de transformarse de forma inmediata en dinero, sin producir una pérdida significativa de su valor. De ahí, surge el concepto de riesgo de liquidez, que evalúa la capacidad que tiene alguien para afrontar sus obligaciones en el corto plazo. El término se aplica fundamentalmente a empresas e instituciones, pero también puede atribuirse a las personas.
Por ejemplo, una empresa puede poseer mucho patrimonio y que este supere el valor de sus deudas, pero aún así puede encontrarse en una situación de alto riesgo de liquidez; es decir, cuenta con activos pero no puede convertirlos fácilmente en dinero con el que sufragar sus deudas más inmediatas. Esto sucede cuando la empresa carece de suficiente activo corriente o activo circulante, que son aquellos activos líquidos que pueden ser convertibles en dinero en el plazo de 12 meses. Activos corrientes son, entre otros, el dinero que existe en caja y bancos, las deudas de los clientes, las existencias o las inversiones financieras a corto plazo.
De riesgo de liquidez también se habla en el mundo de las finanzas para referirse al riesgo de que un activo tenga que venderse a un precio menor al de mercado por su escasa liquidez. Es un riesgo que afecta en particular a activos que no se negocian de manera frecuente, como un inmueble o un bono. Si en un momento dado necesitáramos vender de forma urgente ese activo poco líquido, al haber muy pocos compradores interesados, tendríamos que bajar el precio del activo para conseguir venderlo.
¿Cómo medir el riesgo de liquidez?
Existen varias fórmulas para medir el riesgo de liquidez de una empresa, esto es, la capacidad que tiene para hacer frente a sus obligaciones financieras a corto plazo.
Ratio de liquidez
La principal es la ratio de liquidez o relación entre el activo corriente (los recursos más líquidos de la empresa) y el pasivo corriente (las deudas a corto plazo). Esta ratio permite conocer en qué medida una compañía puede afrontar los próximos pagos de su deuda con la parte más líquida de sus activos, es decir, dinero en caja y bancos e inversiones financieras a corto plazo.
El valor óptimo de la ratio de liquidez está entre 1,5 y 2. Si el ratio es inferior a 1, la empresa no puede pagar sus deudas a corto plazo con sus activos corrientes y entra en riesgo de suspensión de pagos. Una ratio por debajo de 1,5 también indica escasez de liquidez, mientras que un resultado mayor a 2 mostraría exceso de liquidez.
Test ácido
Otra ratio que permite cuantificar el riesgo de liquidez es el test ácido, que se obtiene al dividir el activo corriente menos el inventario de existencias, entre el pasivo corriente. En esta fórmula se deducen del activo corriente las existencias por su escasa capacidad para convertirse en dinero a corto plazo. Si el resultado es mayor que 1 se entiende que hay buena capacidad para hacer frente a los pagos, mientras que si es inferior a 1 se indica que existen debilidades.
Ratio de caja
El tercer indicador para medir el riesgo de liquidez es la ratio de caja, que resulta de dividir lo que hay en caja más los activos financieros (es decir, el efectivo y equivalentes) entre el pasivo corriente. Si el resultado es igual a 1, la empresa tiene la misma cantidad de pasivo corriente que de efectivo y equivalentes; si es menor que 1, quiere decir que no hay suficientes fondos disponibles para cancelar la deuda a corto; y si el ratio es mayor a 1, entonces la empresa tiene suficiente efectivo para cubrir su deuda exigible.
Una buena gestión del riesgo de liquidez en las empresas ha de pasar por mantener suficiente efectivo en caja y ser capaz de acceder a préstamos y de convertir los activos en líquidos con rapidez. Se trata de un riesgo más que debe vigilar y saber afrontar un risk manager.
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