John Müller
En sus últimos días, noviembre de 1915, el ‘Endurance’ lloraba como un animal herido. O como un prisionero agonizante, a punto de ser devorado por el hielo.
El explorador Ernest Shackleton (1874-1922) y su tripulación, que habían abandonado el barco el 27 de octubre, diez meses después de quedar atrapados en la banquisa («nos hemos visto obligados a abandonar el barco, que está aplastado más allá de toda esperanza de ser enderezado», anotó en la bitácora), vieron cómo su hogar desaparecía hacia las profundidades. El 21 de noviembre zozobró. Desde ese momento, los expedicionarios eran náufragos a la intemperie, en un lugar donde nunca había puesto sus pies un ser humano, donde en el invierno austral (en julio) el termómetro había marcado 34 grados bajo cero. El hundimiento pudo ser un símbolo de fracaso y desesperación. Entonces no lo sabían, pero con el paso del tiempo la odisea de los 28 del ‘Endurance’ iba a ser sobre todo un símbolo universal de lo que ahora llamamos resiliencia. Entereza ante la adversidad.
Shackleton y el ‘Endurance’
Más de un siglo después, el 9 de marzo de 2023, el ‘Endurance’ ha sido localizado por minisubmarinos de una expedición organizada por el Fideicomiso del Patrimonio Marítimo de las Malvinas a 3.008 metros de profundidad en el Mar de Weddell. El maltrecho bergantín descansa bastante bien conservado gracias al frío, la oscuridad y la falta de oxígeno del agua.
Pero la historia de Shackleton y sus hombres permanecerá para siempre en nuestra memoria.
Shackleton se había hecho un nombre en aquel tiempo en el que las sociedades geográficas iluminaban un nuevo mundo. Era la edad heroica de la exploración de la Antártida, con muchas expediciones importantes. Entre ellas, dos en las que participó este joven audaz. En la Discovery (1901-1904) estuvo a las órdenes del capitán Scott, que lo envió a casa por motivos de salud; en la Nimrod (1903-1907), los expedicionarios no alcanzaron el Polo Sur (se quedaron a 180 km), pero llegaron al punto más al sur pisado entonces por el ser humano y hollaron el cráter del monte Erebus (4.057 m).
En 1911, Amundsen llegó al Polo Sur. Shackleton se había quedado sin objetivo, pero pronto tuvo una idea: cruzar a pie el continente antártico, del mar de Weddell al de Ross. El ‘Endurance’ abandonó el Támesis el 1 de agosto de 1914, cuando ya había empezado la I Guerra Mundial. De ahí a Buenos Aires, y luego al sur extremo. El 5 de diciembre zarpó de Georgia del Sur hacia la Antártida. Pero la ferocidad de aquellas aguas iba a convertir la aventura en epopeya. El 18 de enero, el barco quedó atrapado en el hielo. De febrero a octubre de 1915, en el invierno austral, fue una presa inane en la banquisa. El 24 de abril de 1916, Shackleton tomó junto a cinco de sus hombres un pequeño bote para ir de isla Elefante a isla San Pedro (Georgia del Sur) en busca de auxilio.
Sebastián Álvaro, el histórico director de la serie documental ‘Al filo de lo imposible’ de RTVE, ha estado seis veces en la Antártida, dos de ellas –2003 y 2013– para seguir los pasos de Shackleton. Ahora habla con entusiasmo del «viaje en bote más arriesgado de la historia», el que siguió durante 19 días aquel pequeño grupo. Fueron unos 1.400 km hasta un lugar aislado en Georgia del Sur. Desde allí fueron a pie, 35 km en línea recta, por un itinerario imposible de grietas traicioneras y levantamientos rocosos, hasta la estación ballenera de Grytviken. Eran seis fantasmas en un horizonte blanco.
«De cincuenta veces que lo hicieran morirían 49 –afirma Álvaro–, pero se unieron una serie de factores: eran valientes, y Frank Worsley era un navegante extraordinario». Hasta agosto –unos meses de angustia– no pudo regresar en busca de sus compañeros, que se habían quedado bajo el mando de Frank Wild. Cuando volvió, todos estaban vivos.
El líder total
La expedición que pretendía cruzar a pie la Antártida fue, objetivamente, un fracaso, pero Sebastián Álvaro y otros exploradores la recuerdan como extraordinaria. «Shackleton –afirma Álvaro– demuestra que puede haber otra clase de liderazgo más allá del autoritario de Scott y Amundsen. Dicen que Shackleton se limitaba a dejar hacer, pero en realidad nada se hacía que no quisiera. Raymond Priestley, geólogo y explorador, sentenció: si quieres hacer una carrera polar, elige a Amundsen; para una expedición científica, elige a Scott, pero cuando estés en medio de la dificultad ponte de rodillas y reza para que envíen a Shackleton».
El escritor y científico Javier Cacho, autor de ‘El indomable’ sobre la figura del explorador, es uno de los mayores expertos españoles en la Antártida. «Siempre he sentido que no fuera Shackleton el primer hombre en pisar el Polo Sur. Se lo merecía tanto como Amundsen o Scott. Después de aquello, ¿qué podía hacer en la Antártida? Cruzarla. Era una hazaña más grande que llegar al Polo Sur. Una distancia parecida, pero más difícil en cuanto a logística. Hacía falta más equipo para continuar al mar de Ross. Cuando vio que el barco quedó atrapado, cambió su plan, una capacidad de adaptación muy suya. Se dedicó a salvar la vida de sus hombres».
Cacho recuerda que a Shackleton se le estudia en Harvard y en muchas escuelas de negocios. Él mismo ha dictado más de una conferencia a ejecutivos sobre su figura. «Tenía más carisma de líder que Amundsen y Scott, más que Nansen. Y supo mantener la esperanza de que iban a salir de ese trance. Creía en el optimismo como un valor moral. Es lo primero que buscó al reclutar a sus hombres. Pensaba que el optimista sale de todo, mientras que el fuerte siempre puede hundirse. También era generoso. Se sacrificaba por sus compañeros. Cuando abandonaron el barco sortearon los sacos de dormir. Tras el sorteo, todos se dieron cuenta de que les había engañado, porque a todos sus hombres de confianza les habían tocado sacos de lana mientras los marineros tenían los buenos, los de piel de reno».
Un gran barco
El Endurance era un gran barco, un bergantín de tres palos en el que cada uno de los maderos procedía de un tronco entero de roble. Las piezas de su quilla eran cuatro maderos sobrepuestos. Y los costados también eran de robles y abetos nobles de Noruega, recubiertos por ‘greenheart’, una madera casi tan dura como el acero, según la descripción de Jorge Berguño en ‘Las 22 vidas de Shackleton’. Shackleton lo compró por 67.000 dólares. Solo el Fram, el barco de Amundsen, parecía entonces mejor.
Opina Sebastián Álvaro que ninguno de aquellos exploradores tuvo gloria ni dinero, quizá víctimas colaterales de la guerra. Sus hazañas se valoraron más con el paso de las décadas, hasta ahora mismo, cuando el Endurance es un objetivo de primer orden, aunque solo sea para fotografiarlo ahí abajo, porque poco más aportaría su hallazgo. Se sabe la zona aproximada del naufragio, gracias a la medición con sextante del capitán Frank Worsley, que anotó las coordenadas del lugar del hundimiento: 68°39’ 30”S, 52°26’30”W. Solo el helado mar de Weddell puede impedir el éxito de la ‘caza’.
Enlace a la noticia de referencia: Un barco mítico y una historia de supervivencia que aprenden los ejecutivos
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