Lucía Tello Díaz
Desde hace años, las cuestiones que realizan mis alumnos del Máster en Creación de Guiones se han convertido en punto menos que una revelación para mí. Damos por buenos muchos términos que, en verdad, resultan confusos para los neófitos. Por qué utilizar un concepto en lugar de otro; por qué se define de una determinada manera lo que, por lógica, podría ser denominado de otra forma.
Desde hace años, las cuestiones que realizan mis alumnos del Máster en Guion online se han convertido en punto menos que una revelación para mí, sobre todo las terminológicas. Quienes viven (vivimos) inmersos en la academia dan por buenos muchos términos que, en verdad, resultan confusos para los neófitos. Por qué utilizar un concepto en lugar de otro; por qué se define de una determinada manera lo que, por lógica, podría ser denominado de otra forma.
Lo que ellos no saben es que esto sucede siempre que un arte, una disciplina o un entorno son nuevos. Los contextos novedosos implican un constante reajuste, porque la redefinición forma parte de la realidad, siempre cambiante. Por ello mismo hay muchos términos que, en el pasado, se utilizaban sin dolor aparente, por ley consuetudinaria o pura costumbre. Una pulsera se denominaba “esclava” y nadie parecía consciente de lo atroz de aquella expresión. Se creía que ese tipo de conceptos estaban validados por haber pululado por nuestro vocabulario toda una vida; cómo iban a representar injusticias o a legitimar la tragedia.
Pioneros del cine
En el cine -por su corta, aunque intensa vida- sucede algo parecido. De hecho, hay aspectos que damos por buenos cuando, en realidad, son patentemente incorrectos. La representación de minorías a lo largo de los años es buen ejemplo de ello; por no decir que la imaginería de las mujeres, que no somos minoría precisamente, ha caído en los más variados despropósitos desde el comienzo del cinematógrafo.
Pero esto también se encuentra en un terreno cinematográfico que poco tiene que ver con la representación. En concreto, está vinculado con algo tan teórico como la terminología. En sus comienzos, el cine no gozaba de gran prestigio, es más, se consideraba el más bizarro de los instrumentos científicos, o lo que es lo mismo, el más refinado de los artilugios de feria. Ni arte ni ciencia, al final todos veían en él divertimento de material altamente inflamable.
Sin embargo, los pioneros del cine supieron ver más allá, como es el caso de D.W. Griffith, el mayor genio del cine de la etapa silente, autor de grandes obras como Intolerancia (1916) o la controvertida El nacimiento de una nación (1915).
Griffith, que había visto la obra de Edwin S. Porter, también quería contar la realidad con imágenes, y de aquel aprendió que, si deseaba narrar en sentido estricto, debía alejarse de los presupuestos teóricos del teatro. En sus inicios, la cámara no se movía lo suficiente y la cronología, demasiado apegada a la realidad en su devenir fílmico, se quedaba escasa para la ideación cinematográfica de Griffith.
Ni incompatibles ni excluyentes
Así que empleó el montaje paralelo que ya había instaurado Edwin S. Porter en Vida de un bombero americano (1903), dotándolo un sentido completamente nuevo. Porque Griffith ansiaba dar zancadas en el tiempo. Sin saberlo, quería proponer lo que en literatura ya llevaba siglos funcionando bajo el término de analepsis, y que no es más que poder saltar a otra dimensión dentro del continuo espacio-tiempo para luego regresar. Sin embargo, Griffith no inventó el flashback, creado por Ferdinand Zecca en 1901 con Historia de un crimen, sino el switchback, un término de su propia creación que definía el salto en el tiempo, efectivamente, pero a través de la rememoración de un sentir interno, un recuerdo, un estado psicológico, una evocación.
No es lo mismo recordar algo que efectivamente ha sucedido, que evocar una disposición psicológica, un pensamiento, una dimensión subjetiva que, por lo demás, ha podido suceder o no en el pasado. Flashback y switchback no son incompatibles ni mutuamente excluyentes, ambas son una explicación que va más allá de lo que se está viendo. De hecho, se suele denominar flashback a muchos giros del pasado que implican una dimensión personal.
Caído en el olvido
Recuerda, de Alfred Hitchcock, también rememora un sueño, algo que, en puridad, no es un hecho que aconteció realmente. No puede ser un flashback recordar una ensoñación, porque lo que sí ha ocurrido es el dormir, pero no el sueño; porque este no tiene una dimensión temporal y, a veces, ni siquiera espacial; es poco menos que un espejismo, una irrealidad.
Un ejemplo más podemos aportar del switchback, este más reciente. En Mentiras arriesgadas (1994, James Cameron), el personaje de Arnold Schwarzenegger compone en su mente un golpe maestro en el rostro de Bill Paxton, y el público incluso llega a creerlo cierto cuando ve su resolución; pero Cameron se apresura a desvelar el artificio: el golpe solo es una fantasía, una ficción, que no ha llegado a pasar de verdad.
Año tras año, el dilema entre flashback y switchback estimula a alumnos y profesora para hablar de Griffith, del arte cinematográfico y de un término que, de tan personal, ha caído en el olvido.
No está de más mencionarlo cada nuevo curso, haciendo honor a un director creativo como Griffith que, ante la ausencia de terminología cinematográfica, no tuvo más remedio que crear su propio vocabulario.