Nuria Brufau Alvira
Homenaje a los profesionales lingüísticos y su contribución al establecimiento «de vínculos entre las naciones y la promoción de la paz, el entendimiento y el desarrollo».
La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró a través de la RES 71/288, de 24 de mayo de 2017, que el 30 de septiembre pasaba a ser el Día Internacional de la Traducción. ¿Por qué? Como forma de homenaje a los profesionales lingüísticos y su contribución al establecimiento «de vínculos entre las naciones y la promoción de la paz, el entendimiento y el desarrollo».
Es decir, la traducción, que solamente aparece en las portadas de la prensa cuando se producen errores con resultados cómicos o implicaciones graves para las personas o en el marco de las relaciones internacionales, queda así reconocida oficialmente como un instrumento para la concordia.
¿Y por qué se ha escogido ese día? Pues porque ese es el día del año 420 en que falleció San Jerónimo, figura respetadísima en Traductología por su labor de traducción de la Biblia y, desde el siglo XIV, patrón de los traductores
Este personaje encarna muchos de los valores que el Grado de Traducción e Interpretación de la UNIR aspira a potenciar en sus estudiantes y que es bueno recordar con motivo del Día Internacional de la Traducción:
- El deseo de formación constante en las lenguas de trabajo.
- La documentación exhaustiva y el rigor durante el proceso de traducción.
- La capacidad para argumentar las decisiones traductológicas adoptadas.
- El respeto por los encargos de traducción.
- El mimo en el tratamiento de los textos.
- La consideración del impacto que van a tener las traducciones finales.
Se trata de rasgos y actitudes que dignifican una profesión que tradicionalmente se ha tenido por secundaria, sin caer en la cuenta de que gracias a ella hoy, sin ir más lejos y por volver a San Jerónimo, podemos leer la Biblia, bien con ojos profanos, bien con mirada creyente, en miles de lenguas a lo largo y ancho del planeta.
Basta contemplar cualquiera de las imágenes que los distintos artistas nos han regalado a lo largo del tiempo para acercarse un poco a este santo. En ellas se hallan muchos de sus atributos tradicionales (los legajos y la pluma, la calavera del memento mori, el crucifijo, el entorno sencillo y/o rocoso, el aspecto demacrado, a veces la vestimenta cardenalicia, el león…). Y también se adivina a través de ellos la devoción con que se entrega a la tarea, la labor de cotejo de fuentes, la consciencia permanente de estar manejando un escrito original que él consideraba sagrado.
El de Estridón, pues allí nació, recibió el encargo del papa Dámaso de unificar las distintas versiones del Nuevo Testamento que circulaban por la Cristiandad: la vetus latina, la hispánica, la africana… El deseo del pontífice era asimismo que el latín en que se redactara fuera accesible. La labor de unificación y el latín empleado lograron, efectivamente, que con el tiempo la versión jeronimiana fuera expandiéndose e imponiéndose a las demás, hasta que en el Concilio de Trento (1545-1563) quedó declarada oficial en el seno de la Iglesia. Se la conoce como La Vulgata, y no perdería su preeminencia hasta la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965).
En su empeño por reescribir los textos, no solo comparó las distintas versiones en latín, sino que además consultó las fuentes originales en griego. Cuando el proyecto se amplió a otros libros del Antiguo Testamento, el traductor profundizó su conocimiento del hebreo para no depender únicamente de la Septuaginta (la traducción al griego que había entonces). Quería poder acceder a los originales en hebreo y arameo. Lo que él llamaba «el retorno a la verdad hebrea».
El Día Internacional de la Traducción ofrece la oportunidad de visitar y abrazar la figura del patrón de los traductores:
- Porque todo traductor sabe que los textos son intertextos, entiende que él quisiera conocer el viaje de significación de las palabras a través de las diferentes versiones y lenguas.
- Porque todo traductor conoce la importancia del contexto, entiende que él acudiera a Tierra Santa para afinar su comprensión de las Escrituras.
- Porque todo traductor ama las lenguas con las que trabaja y desea dominarlas, entiende que él viajara a Roma para perfeccionar su latín o estudiara con un rabino para mejorar su hebreo.
- Porque todo traductor se retira en soledad a su mesa de trabajo, entiende que él se trasladara a una cueva en sus últimos años con la intención de acabar la enorme meta que se había fijado.
- Porque todo traductor se considera autor, aunque acepta que pocos así lo vean, entiende que él aparezca siempre envuelto en un halo de humildad. Con todo, por la Vulgata, cientos de generaciones han escuchado o leído la Palabra de Dios en palabras de un tal Jerónimo.
- Porque todo traductor es consciente de que media y posibilita, de que tiende puentes, de que abre puertas, retira esclusas y rompe fronteras, entiende que la jeronimiana haya servido de base para posteriores traducciones a otras lenguas vulgares en la Edad Media, aunque esto les costara a sus traductores cárceles y hogueras.
No queda sino recordar las sabias palabras del traductor y académico de la Lengua, nuestro admirado Miguel Sáez, quien en su discurso de ingreso explicaba así por qué le gustaba más el título que le había dado a su texto: Servidumbre y grandeza de la traducción que el conocido orteguiano Miseria y esplendor de la traducción:
«Hay en él claras resonancias de la “Miseria y esplendor de la traducción” de José Ortega y Gasset, pero me gusta más el mío, porque la traducción es, en todas las acepciones de la palabra, una manera de servir y porque espero poder demostrar, antes de que mi discurso acabe, la certeza del conocido dicho, atribuido a José Saramago, de que, si los escritores hacen la literatura nacional, los traductores hacen la literatura universal».
Celebremos, pues, al patrón de los traductores.
Celebremos el Día Internacional de la Traducción,
un instrumento al servicio de la paz, el desarrollo y el entendimiento universal.