Lucía Tello Díaz
Una de las asignaturas pendientes de los profesores de cine es la de transmitir a los alumnos la importancia de determinados aspectos fílmicos que, dándolos por sentado, pasan completamente inadvertidos. Fallo nuestro, sin ninguna duda: es deber de los docentes el lograr hacer visible lo invisible.
Una de las asignaturas pendientes de los profesores de cine es la de transmitir a los alumnos la importancia de determinados aspectos fílmicos que, dándolos por sentado, pasan completamente inadvertidos. Fallo nuestro, sin ninguna duda: es deber de los docentes el lograr hacer visible lo invisible.
No obstante, da la casualidad de que pasar desapercibidos es, precisamente, lo que buscan algunos movimientos cinematográficos, lo cual no da al traste, aunque algunos así lo perciban, con la intencionalidad de autoría, el arte o el sello de identidad autoral.
La ilusión de realidad
El cine de Hollywood en el período clásico, aquel comprendido entre 1940 y 1960, fue un estilo fuertemente comprometido con la dinámica industrial, como hemos indicado hasta el hartazgo en repetidas ocasiones. Esta edad de oro, de la que emergieron la generalidad de los títulos considerados clásicos, respondían a un mismo patrón y, sobre todo, al mismo sistema industrial: el de las majors.
El cine tenía que funcionar a pesar de los pesares y fallara quien fallara. Los directores eran sustituidos sin vacilar y la película, pese a ello, llegaba a buen puerto. Esto no era opcional, el negocio debía continuar.
Si a nivel industrial el cine era implacable, a nivel narrativo debía alcanzar el máximo público posible. Así que para ello, para contentar a todos los públicos, el cine debía ser, ante todo, naturalista. Esto no significa, en absoluto, que fuera real, no hablamos de cine documental ni tan siquiera realista, sino que diera la ilusión (qué término tan cinematográfico) de realidad. Entender este término es vital para comprender el cine clásico de Hollywood.
El mismo ADN
Esto se hace evidente por oposición, es decir, pensando en todo aquel que se alejaba de sus presupuestos teóricos. Pensemos, por ejemplo, en el expresionismo alemán. Sus formas estilizadas, su claroscuro marcado, lo barroco de su planteamiento y lo artístico de su aproximación estética impedían, en gran medida, la identificación de la situación como real. Era verosímil, sin ninguna duda, pero solo a nivel intelectivo, jamás visual.
El cine clásico de Hollywood, en contrapartida, era un cine fuertemente estructurado; pese a ello, no lo olvidemos, engendró películas tan dispares como El halcón maltés, La fiera de mi niña o Qué verde era mi valle. No es la aproximación estética, temática ni ideológica la que homogeneiza estas producciones de Huston, Hawks o Ford, sino el acercamiento sintáctico, es decir, su construcción narrativa. Es quizá este punto lo que más cuesta entender o, mejor dicho, lo que más cuesta explicar.
En qué se pueden parecer, pensarán los alumnos, el paradigma del cine noir, una comedia slapstick o un drama social. Es nuestra labor el explicarles que su concepción no es tan diferente, que en su código de ADN fluye una organización sintáctica idéntica, en la que la narración fluye de manera ininterrumpida dando la sensación de realidad. La verosimilitud (que no realismo) es la base de este tipo de cine y, por lo tanto, aproximarnos a su historia implica consumirla de forma ininterrumpida sin percatarnos del artificio fílmico.
La magia está servida
Su lógica narrativa, basada en la acción-reacción; su tiempo fílmico, siempre respetado a pesar de los posibles flashbacks o flashforwards, y la continuidad espacial, acatando las reglas de planificación básicas de los 180 grados y el fundamental plano-contraplano, contribuían a ofrecer un extracto de la vida codificado en términos fílmicos. El concepto fundamental para comprender esta etapa es, sin duda, el montaje en continuidad, el cual facilita la concepción de la película como un todo sin cortes, sin rupturas, sin que exista permeabilidad entre la dimensión fílmica y la real.
El espectador, en este aspecto, experimenta una inmersión en el mundo propuesto en la gran pantalla (o en la mediana, o en la pequeña, e incluso en la segunda pantalla). Por lo tanto, la vida transcurre sin percibirse la intencionalidad cinematográfica: la magia está servida.
Me decía hoy uno de mis alumnos del Máster en Guion online de UNIR que la historia del cine poco o nada podía ayudarle a mejorar en su labor como guionista. Quizá sea así, quién sabe, grandes personas han obtenido logros excelsos sin tener en cuenta el pasado. Sin embargo, conocer el devenir de este arte tan nuevo, y que al mismo tiempo es tan vetusto, nos puede ayudar a aumentar taxativamente nuestra eficacia.
Porque es importante saber que nuestros problemas actuales también lo fueron de quienes nos precedieron, y porque quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo.