Alfred Sonnenfeld
La persona se viste para proteger su intimidad. El vestido contribuye a saber quién soy, a identificarme como persona. Allí donde desaparece el misterio a favor de la total exposición y de la plena desnudez, comienza la pornografía. El filósofo coreano Byung-Chul Han apunta que antiguamente el mundo era considerado como un teatro, un lugar para expresar sentimientos objetivos que eran representados y no expuestos. Pero hoy, el mundo ya no es ningún teatro en el que se representen y lean acciones y sentimientos, sino un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. El teatro es un lugar de representación, mientras que el mercado es un lugar de exposición.
La persona se viste para proteger su intimidad. El vestido contribuye a saber quién soy, a identificarme como persona. La personalidad se refleja también en el modo de vestir. «No es ninguna casualidad ─apunta Wendy Shalit─, que tanto los casos de acoso sexual como las violaciones hayan aumentado desde que hemos tomado la decisión de dejar que todo esté a la vista» (1).
Precisamente allí donde desaparece el misterio a favor de la total exposición y de la plena desnudez, comienza la pornografía. Como bien apunta, con cierta ironía, el filósofo coreano Byung-Chul Han (2), antiguamente el mundo era considerado como un teatro, un lugar para expresar sentimientos objetivos que eran representados y no expuestos. Pero hoy, el mundo ya no es ningún teatro en el que se representen y lean acciones y sentimientos, sino un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. El teatro es un lugar de representación, mientras que el mercado es un lugar de exposición. Hoy, la representación teatral cede el puesto a la exposición pornográfica (3).
No solamente la desnudez, sino también los intentos frecuentes de eliminar las diferencias entre la mujer y el hombre han incrementado el malestar social. A pesar de que se afirme con frecuencia, por estar de moda, que las mujeres son tan fuertes y tan competitivas como los hombres, las agresiones sexuales nunca afectan por igual a los dos sexos. Las mujeres casi siempre llevan las de perder. Al querer promover una sociedad «unisexual» en la que se niega que los hombres sean físicamente más fuertes que las mujeres, se ha conseguido que tantos oportunistas tengan más posibilidades de aprovecharse de ellas, con total desprecio de sus sentimientos. Esta nivelación «unisex» facilita que se abuse de las mujeres, de modo que son víctimas de acoso sexual, malos tratos y asesinatos con más facilidad.
Como afirmaba el gran filósofo ruso Vladimir Soloviov (4), el sentimiento de pudor constituye una diferencia absoluta del hombre respecto de la naturaleza inferior de los animales por la capacidad, propia del ser humano, de avergonzarse. Este hecho fundamental de la antropología y de la historia es mencionado ya en el comienzo de la Biblia. «Entonces se les abrieron los ojos y conocieron que estaban desnudos, entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Y cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, el hombre y la mujer se ocultaron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: ¿dónde estás? Este contestó: oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo, por eso me oculté. Dios le preguntó: ¿quién te ha indicado que estabas desnudo?» (Génesis 3,7-11).
En el momento de la caída resuena en la profundidad del ser humano una voz de lo alto que pregunta: «¿Dónde estás?, ¿dónde está tu dignidad moral? Hombre, dueño de la naturaleza e imagen de Dios, ¿existes aún?». Y allí mismo se oye una respuesta: «He escuchado la voz de Dios y he tenido miedo a la excitación y al descubrimiento de mi naturaleza inferior: me avergüenzo, luego existo, no solo existo físicamente, sino también moralmente, me avergüenzo de mi propia animalidad, por lo tanto, todavía existo como hombre» (5).
El pudor es un sentimiento reflejo que se despierta de manera natural para ayudar al ser humano a proteger sus ilusiones y guiarlo hasta su plenitud. También la falta de pudor tiene que ver con la prontitud con la que los jóvenes se inician en las relaciones sexuales. Hoy en día, retrasar la relación, ser capaces de posponerla en virtud de un bien mayor (en definitiva, autogobernarse), no está de moda. El pudor contribuía a que las mujeres pudieran elegir hombres que les fueran fieles, al mantener vivo el deseo del varón, la «ilusión», trasformando la atracción sexual en amor.
¿Es la falta de pudor también una de las razones de la alta tasa de infidelidad (y divorcios) entre las parejas en la sociedad contemporánea?
(1) Wendy Shalit, Retorno al pudor, Madrid, 2012, p. 71.
(2) Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Barcelona, 2013, pp. 67-71.
(3) Ibidem, p. 68.
(4) Vladimir Soloviov, La justificación del bien. Ensayo de filosofía moral, Salamanca, 2012, pp. 59-95.
(5) Ibidem, p. 64.
- Sociedad y Espíritu