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¡Escriban bien! El valor de la educación

La educación va más allá que conocer el protocolo o saber hablar con corrección. La educación es lo que somos o, más importante, quiénes somos.

La educación nos define, nos enseña el camino previo y nos da herramientas para construir nuestro futuro. Sin educación estamos perdidos. Esta idea que parece vacua o incluso distraída es, en realidad, la fundamentación de toda una construcción ideológica. Si alguien desdeña la educación o la cultura, desconfíe.

Perdiendo la educación también se pierde la humanidad.

Hace una semana, mientras escribía un artículo para un medio de comunicación, me sucedió algo que jamás había experimentado. Antes de proceder a publicar el texto, emergió un mensaje automático que resultaba de lo más perturbador. Venía escrito en inglés, imagino que por defecto, pero el contenido era elocuente. La plataforma me indicaba que se había percatado de que mis frases eran largas y que las palabras que utilizaba eran complejas. A continuación, me instaba a escribir frases cortas utilizando un lenguaje menos ‘rebuscado’ a fin de mejorar las posibilidades de lectura del artículo. Me quedé espantada.

Este es el primer momento de la historia en el que se da más valor a la cualidad de “legibilidad lectora” que al de capacidad lectora. Cuando aprendí a leer, y por lo tanto a escribir, fui consciente de que era yo quien debía mejorar mis aptitudes para adaptarme a un mundo complejo e inasible que, por aquel entonces -con mis escasos experiencia y conocimiento- no era capaz de abarcar. Jamás se me ocurrió pensar que eran los escritores quienes debían rebajar el nivel de su discurso para adaptarlo a mi capacidad de entendimiento, mucho más parca, lenta y, dada mi condición infantil, limitada.

escritura

Por supuesto, existe literatura y narrativa (no obligatoriamente literaria) adaptada a públicos diferentes: No es lo mismo una lectora especializada en Proust que un niño que apenas sabe deletrear. Cada obra está dirigida a un público y, ahí sí, el proceso de adaptación debe ser total. Si soy conocedora de la mecánica cuántica y leo a Luis de Broglie, no me extrañará que este hable de los electrones entendidos como ondas y de la cualidad dual de la onda corpúsculo. Es decir, hay un pacto intrínseco entre autores y lectores, y no es otro que el conocimiento.

Jamás se me ocurriría acercarme con prepotencia a un volumen avanzado de “la ley de distribución de energía del espectro normal” de Planck dado que, lamentándolo mucho, no soy experta en la materia. Lo haré con humildad y, en la medida de lo posible, con un diccionario específico que me adentre en su campo de conocimiento para, entonces sí, intentar yo (y no él) estar a su altura.

No obstante, de un articulista de un medio divulgativo sin mayor pretensión espero que empleé el tiempo y el conocimiento suficientes para poder exponer la realidad de la forma más adecuada, cierta y, a poder ser, formalmente correcta que le sea posible.

Esto, que para mí es una obviedad, quizá sorprenda en estos tiempos que corren, en los que la informalidad parece un plus y, si me apuran, hasta un must para triunfar.

escritor

Soy de la opinión, y mis alumnos lo saben por lo reiterada y tercamente que insisto en este particular, de que la educación nos hace libres. Por eso, quienes quieren un poder absoluto se afanan en recortarla. La educación nos enseña, nos forma y conforma nuestra mente. En la aterradora 1984, de George Orwell, el sistema celebraba la pérdida de vocabulario, porque aquella merma del lenguaje también implicaba la pérdida del pensamiento. Al final, aplaudían, las respuestas eran binarias, un sí y un no; un ‘me gusta’ o un ‘no me gusta’. Cuanto más reducido es el lenguaje, más degradado queda el pensamiento, menos instrumentos poseemos para defender nuestra posición en el mundo y menor es nuestra individualidad.

Mi cruzada contra el lenguaje abreviado, empobrecido e infantilizado no ha hecho más que comenzar; de hecho, me temo que lleva siendo mi batalla personal desde hace años. Es una batalla incansable, me consta, pero también agradecida, porque en esta guerra al menos dispongo de vocabulario suficiente para poder defender mi pensamiento. No todo el mundo puede.

Por ello, ¡no sucumban! Por favor, ¡escriban! Pero escriban correctamente, escriban bien; tómense su tiempo, argumenten y háganlo con placer. No permitan que el lenguaje se estreche y, con él, también su pensamiento. Porque la vida es ininteligible, más que un ‘me gusta’ o ‘no me gusta’; y mucho más rigurosa que las frases cortas o un chat de WhatsApp.

Nosotros no somos simples, recuérdenlo. Que nuestro lenguaje tampoco lo sea.

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