Alfred Sonnenfeld
Lutero es una persona de muchos contrastes. Al principio posee unos sentimientos místicos para renovar la Iglesia, pero después para ejecutar sus pensamientos no duda en acudir a la ayuda poderosa de los nobles germánicos, poniendo a los cristianos bajo el despotismo arbitrario de las autoridades civiles.
La pregunta central que movía a Lutero era: ¿cómo consigo un Dios misericordioso? Lutero no acababa de sentirse en paz con Dios, no conseguía esa paz y alegría interior que caracteriza al buen cristiano. Ni siquiera su antiguo confesor Juan Staupitz acertó en tranquilizarle. Lutero veía a Dios con miedo, como a un Señor justiciero y vengador, cuya ley le parecía imposible de cumplir. Así se entiende más fácilmente su perplejidad máxima cuando oía al predicador dominico Juan Tetzel que era posible ir directamente al cielo pagando para ello un dinero por las indulgencias.
Lutero se esfuerza por hallar la misericordia divina buscando ansiosamente la justificación con humildad amarga, llena de resentimientos, impregnada de pesimismo y sin amor filial. Suspiraba por la paz del alma, pero de ningún modo quería perder el temor de Dios y además desconfiaba profundamente del amor llegando incluso a afirmar: maledicta caritas…maldita caridad.
Al dudar del estado de su alma y temblar por su predestinación, quería estar cierto y seguro de su salvación eterna y, así decía, no llegó a encontrarla tampoco en sus conversaciones y confesiones con su director espiritual Staupitz esa paz en la confesión frecuente. Probablemente al faltarle el amor generoso y la humildad profunda no llegaba a tener contrición verdadera y él mismo dudaba si tenía dolor de los pecados: “Si he de aguardar –decía- a estar enteramente contrito, nunca llegaré al cielo”. Si se arrepentía no era porque le doliese haber ofendido a Dios, sino por miedo a incurrir en su ira.
En el año 1516 Lutero había tenido la famosa “experiencia de la torre” (Turmerlebnis) que él mismo relataba años más tarde como haber experimentado una luz especial para interpretar a su manera el comienzo de la carta a los Romanos en la que leemos: “El justo vivirá de la fe”. Esto lo interpreta Lutero afirmando que para ir al cielo no se necesita ningún tipo de obras, tan solo se necesita la fe.
Le repugna todo tipo de exteriorización de la piedad o de la fe. Todo ha de ocurrir en el interior de la persona. Y, efectivamente, esta intención de interiorizar nuestros actos es, qué duda cabe, muy loable porque además Lutero con su piedad profunda se daba cuenta de aquello que anhelaba la sociedad de su época. Sin embargo no deja de utilizar insistentemente expresiones zafias fuera de tono, muy fuertes, incluso verdaderas expresiones de odio hacia el Papa y la jerarquía eclesiástica.
Dicho esto pienso que hemos de preguntarnos ahora: ¿cómo es posible que en vez de la renovación de la Iglesia católica, que, sin duda alguna, era tan necesaria, tuvo lugar la separación de ella? O como afirmaba el ya fallecido teólogo luterano alemán Wolfhart Pannenberg: La aparición de la Iglesia Luterana no ha de verse como un éxito sino más bien como el fracaso rotundo de la Reforma.
No olvidemos que la Reforma no deja de ser un proceso muy complejo en el que las acusaciones sin matices obstaculizan e incluso impiden un buen discernimiento de la situación. Probablemente si se hubiese reaccionado haciendo penitencia y con las oportunas medidas de Reforma en vez de reaccionar con contestaciones polémicas y de condena, seguramente se hubiesen podido evitar por lo menos algunos de los tristes descalabros resultantes de la escisión de las Iglesias.
Cierto es que Lutero veía al Papa cada vez más como el anticristo, aquel anticristo que se menciona en la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (2,4), y además Lutero, con su conciencia apocalíptica, se veía como necesariamente involucrado en una lucha escatológica entre el Cristo y el anticristo. Esta postura es obviamente sumamente peligrosa ya que excluye toda posibilidad de diálogo. Pues: ¿quién quiere dialogar con el diablo?
El 15 de junio del año 1520 el Papa León X publica la bula Exsurge Domine que significa Surge Señor para acusar a Lutero de hereje en caso de no retractarse en los 60 próximos días. En esta bula se hace hincapié en la superbia de Lutero, es decir en su soberbia como motivo principal para la redacción de esta bula. Sin embargo Lutero no solamente no piensa en una revocación de su postura sino que escribe Adversus execrabilem Antichristi bullam es decir escribe “Contra la execrable bula del Anticristo”. Con esta bula se cierra toda posibilidad de diplomacia.
Es más, Lutero afirma ahora que debería ser el Papa quien tendría que revocar su bula y el 10 de diciembre de 1520 lanza esos documentos a las llamas de la hoguera en Wittenberg con las palabras: Por haber eliminado lo sagrado del Señor, que ahora te eliminen las llamas del fuego. De este modo se había alcanzado una situación en la que toda comprensión por ambas partes quedaba obstruida. La división de la Iglesia estaba consumada. La consecuencia lógica de este proceso fue la excomunión de Lutero mediante la Bula papal Decet Romanum pontificem del 3 de enero de 1521.
Después de su excomunión, Lutero es citado por el recién nombrado emperador Carlos V a la Dieta de Worms, una asamblea en la que los príncipes que componían el conglomerado político del Sacro Imperio Romano Germánico se reunieron para debatir, entre otras cosas, las ideas de Martín Lutero.
Allí debía defenderse de las acusaciones de herejía. Sin embargo el 18 de abril de 1521 dice esas palabras que están ante el busto de Lutero en la plaza central de Worms: “Aquí estoy y no puedo de otro modo, Dios me ayudará”. De este modo da a entender su sinceridad ante su conciencia y como consecuencia de eso su imposibilidad de actuar de otro modo ante la autoridad jerárquica y ante la autoridad política.
El príncipe Federico de Sajonia ayuda después a Lutero a que se refugie en el castillo de Wartburg donde lleva a cabo la traducción de la Biblia al alemán. Sin embargo no deja de ser llamativo cómo Lutero acude siempre a la nobleza y no al pueblo para que le apoye en sus ideas, lo cual demuestra que el modo de pensar de Lutero seguía muy anclado en la Edad Media.
En 1524-1525 tuvo lugar una sublevación campesina, la más sangrienta del pueblo alemán y es considerada sin duda como un levantamiento muy social. Thomas Münzer era su líder, el líder de los campesinos y al principio gran amigo de Lutero, pero poco después ambos serán enemigos encarnizados. Lutero llegó incluso a escribir cartas atacando a los campesinos a quienes calificaba de hordas homicidas y rapaces. En otra ocasión los denominaba “miembros posesos del demonio, ladrones y homicidas que pretenden imponer al mundo un régimen no querido por Dios y contrario al gobierno legítimo de los príncipes”. La revolución campesina quedó aplastada y ahogada en sangre y muchos campesinos echaron la culpa a Lutero y una vez más nos sorprende Lutero porque en vez de excusarse afirmó: “Yo he dado muerte a todos los campesinos durante la revolución; toda su sangre cae sobre mí cabeza, pero yo se la echo a nuestro Señor Dios, quien me mandó hablar de ese modo”.
Nuevamente podemos constatar que Lutero es una persona de muchos contrastes. Al principio con unos sentimientos místicos pulsantes de deseos por renovar fallos de la Iglesia Católica y que presumía de no querer más que la religión de espíritu en una Iglesia ideal, sin jerarquías, ni autoridades, ni leyes puramente humanas, pero que para ejecutar sus pensamientos no duda en acudir a la ayuda poderosa de los nobles germánicos para intervenir en la transformación de la Iglesia, lo cual equivalía a sojuzgar a la misma Iglesia poniendo a los cristianos bajo el despotismo arbitrario de las autoridades civiles.
- Sociedad y Espíritu