La cinematografía japonesa es una fuente inagotable de erudición. A lo largo de las décadas, sus autores han firmado incalculables lecciones de buen quehacer cinematográfico.
Pocos nombres de la industria del cine han suscitado mayores suspicacias que David Wark Griffith (1875-1948). Pionero, genio y escándalo en iguales proporciones, Griffith es una figura ineludible en la historia del cine, a quien se le conoce por el apelativo de “padre del cine moderno” y quien, pese a ello, muestra muchas luces y algunas sombras.
Han pasado más de cuatro décadas desde que desapareció Howard Hawks, pero su cine se mantiene impertérrito en la mente de los espectadores, con filmes como Scarface, Hatari, El sueño eterno, Tener y no tener, Luna nueva, Los caballeros las prefieren rubias, Rio Bravo o El Dorado. En su camino se cruzó, para quedarse, un tal William Faulkner, un autor de Missouri desbordado por el glamour de Hollywood que supo, como ningún otro, poner letra a la imagen de Hawks.
"Hola, soy Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir" Niños y adultos de todo el mundo recuerdan la arenga de Mandy Patinkin en La princesa prometida (1987, Rob Reiner), una película basada en la novela homónima de William Goldman (1931-2018), adaptada al cine por el autor. Ahora que nos ha abandonado, es de recibo recompensar a uno de los grandes guionistas de Hollywood con un homenaje, en el cual demos cuenta de la calidad y hondura de este autor inigualable.
Aunque al genio del cómic Stan Lee. recientemente fallecido, debemos personajes como Hulk, Spider-Man, Iron Man y tantos otros, es de recibo señalar que su contribución al lenguaje cinematográfico va mucho más allá. Con ello no nos referimos exclusivamente a las innumerables versiones y diversiones en celuloide realizadas en torno a sus personajes, sino a las enseñanzas profundas con que su lenguaje ha enriquecido nuestra escritura.
En el cine el tiempo no existe, se crea; su cronología obedece a leyes distintas. Las escenas no suceden espontáneamente, sino que se ruedan, se modifican, se construyen y se reconstruyen. Todo debe seguir una continuidad que resulte lógica porque, cuando esas leyes se rompen de manera artificiosa, surge el fallo de raccord.
Nadie nace guionista, ni siquiera Izzy Diamond o David Mamet. Escribir es un proceso, un camino; no se llega a la meta sin pasar por la salida, del mismo modo que solo se alcanza a correr cuando el caminar está afianzado.
Es uno de los términos más utilizados en el mundo del guion y se refiere a ese concepto que está detrás de una película o una serie de televisión. Es la premisa o la idea capaz de resumir en pocas palabras el alma de una historia.
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