Clara Colinas
Voz cristalizada en músicas de la canción española, voz elegantísima y de gran tesitura, apasionada, que conectó con un público multitudinario.
Al conocer la noticia del fallecimiento de María Dolores Pradera, me ha asaltado una primera imagen: la que conservaba desde que supe de sus inicios, de cómo en los años de escasez que trajo la Guerra Civil, una joven que tenía buena voz descubría el agradecimiento de sus vecinos, que colmaban sus manos de puñaditos “de arroz y lentejas”, declaró en su día la artista. Ahí, en aquellos días tan grises, ella intuyó que la canción podía ser su destino.
La anécdota me causó una impresión especial, por dos motivos: porque María Dolores llegó a ser una gran mujer de fama mundial, que pisaría importantes escenarios internacionales; y el segundo motivo, más personal, porque aquella mujer había nacido el mismo año (1926) que otra hermosa y sensible mujer, mi abuela materna, que también vivió en primera persona aquella cruda Guerra; como mi abuela, que fue testigo de bombardeos y llantos de sus hermanos: “en la casa en la que yo vivía, caían obuses a mansalva”.
Pero de aquellos días grises María Dolores Pradera salió gracias a su talento artístico; comenzó en la década de los años 40, en el mundo del teatro y el cine, si bien su voz logró eclipsar aquella primera vocación de actriz, en la que navegó durante dos décadas; le daría relevo, ya en los años 60, su voz muy honda.
Voz cristalizada en músicas de la canción española, voz elegantísima y de gran tesitura, apasionada, que conectó con un público multitudinario, que empatizó de lleno con su dulzura dramática, que también puso voz a versos únicos (como el “Se equivocó la paloma”, de Alberti, con música de Carlos Guastavino).
Sus interpretaciones de grandes autores del bolero, la copla o el fado, abrieron con su singular voz un camino inagotable
Sus interpretaciones de grandes autores del bolero, la copla o el fado, abrieron con su singular voz un camino inagotable. Con aquellas sonoridades de la música popular española y americana, navegó por escenarios internacionales, publicó 40 discos y ganó, entre otras distinciones, la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, el Premio Nacional de Teatro, o el Grammy Latino a la Excelencia Musical.
Su voz nos conecta directamente con sonoridades de otros tiempos; su versatilidad y ese arraigo tan latente, provenían de su etapa primera en el teatro, gracias a esa serenidad y esa fuerza que genera el pisar un escenario. Escenarios como el del Teatro María Guerrero, fueron testigos del intenso aplauso que recibió; es más, fue la primera cantante de nuestro país que actuó en el Albert Hall de Londres.
Antes, en su etapa de juventud, tuvo la ocasión de interpretar obras de Miguel de Unamuno (La difunta o su Soledad), Lorca (Mariana Pineda) o de Chéjov (El jardín de los cerezos), o creaciones emblemáticas como El rinoceronte de Ionesco o Todos eran mis hijos, de Arthur Miller. Y no digamos, el bagaje que trajo consigo tras pasar por la dirección teatral de José Luis Alonso Mañes o Fernán Gomez, o los filmes de José Mª Forqué y José Luis Borau, entre otros muchos.
Los críticos de la época ya elogiaron su carga emotiva, su calidez y expresividad, la riqueza sugestiva de su voz, su “estilo vaporoso” sobre los escenarios, diría Luis Calvo, que elogió su “dicción pura” y los registros de voz “vibrantes”.
A mis alumnos de Producción de Eventos y de Empresas Cultuales a menudo les hablo de la aportación personal de todos y cada uno de esos profesionales que logran que la creación artística, sobreviva y se articule cada día.
Vivimos un tiempo en el que los gustos más populares se vinculan con productos mediáticos donde la vulgaridad y lo banal están a la orden del día, donde el cotilleo y lo fugaz supera al trabajo de fondo, a la profundidad y calado que traen consigo las artes. Ciertas manifestaciones que nacen del esfuerzo, de décadas de dedicación, de Lágrimas negras; recordemos la canción: “en mis sueños te colmo de bendiciones” (…) “sufro la inmensa pena de tu extravío, tiene lágrimas negras como mi vida” (reza el conocido bolero de Miguel Matamoros).
“Yo a veces estoy cantando y oigo mi corazón” dijo en una entrevista
En esta época podríamos considerar un éxito doble el que alcanzó María Dolores Pradera: acercar la música de un modo noble, con 30 “discos de oro”, y hacerlo con una carrera que daba la espalda a las modas. En una entrevista, declaraba: “sigue siendo un experimento de amor al público, a las canciones, a la música, pero muy fuerte. Yo a veces estoy cantando y oigo mi corazón”, le decía a Marta Robles, para La Razón.
Relacionamos también su voz con esos grandes consejos capturados, entre líneas, en canciones que interpretó: palabras tejidas como las de Tu nombre me sabe a hierba de Serrat; o palabras como ese “conviene entrar penúltimo en la meta”, “la vida no es un bloc cuadriculado sino una golondrina en movimiento” del conocido Jugar por jugar, de Joaquín Sabina, que prosigue: “se aconseja dormir a pierna suelta, lejos de tentaciones de diseño”; o aquel otro, ya eterno, Gracias a la vida de Violeta Parra: “madre, amigo, hermano, y luz alumbrando, la ruta del alma, la que estoy amando”, “cuando miro al fondo de tus ojos claros”, “así yo distingo risa de quebranto”.
Aquellas músicas no acompañaron a una generación sino a cinco generaciones seguidas; algunos de sus últimos trabajos le llevarían a colaborar con otros grandes: José Carreras (La vida a veces) Joaquín Sabina (La flor de la canela, que dice “aroma de mixtura que en el pecho llevaba”), Aute (No volveré) o Los Secretos (Que te vaya bonito).
También, se subió a los escenarios con otros compositores o músicos más jóvenes, con nuevas versiones: como ese conocido bolero, No sé por qué te quiero (en su día, acompañada por Víctor Manuel), con Pablo Alborán “te me desbordas lleno del pecho” (…) “me miento tanto, que me lo creo”), o como la colaboración con Pasión Vega en las Habaneras. También recordaremos aquellas otras con Enrique Bunbury, con Ana Torroja, o aquel Procuro olvidarte desgarrador, rescatado en dúo con Sergio Dalma.
Sería imposible referirnos a todas aquellas letras, a todas las escenas que fueron testigo de su paso; pero sí nos queda su ejemplo de vida, su inconfundible voz y su hondura, que ya perduran, como reza una de sus canciones más célebres, para “toda una vida”.