Pedro Fuentes Rueda
El pasado 25 de febrero se celebró la última edición de los premios Oscar. La película Green Book cumplió un gran papel. Se llevó nada menos que el premio a mejor película y desbancando a Roma, de Alfonso Cuarón, que aparecía como favorita en todas las quinielas.
El pasado 25 de febrero se celebró la última edición de los premios Oscar. Tal y como vaticinó Lucia Tello, nuestra compañera y profesora en el Master de guion audiovisual de UNIR, la película Green Book cumplió un gran papel. Se llevó nada menos que el premio a mejor película y desbancando a Roma, de Alfonso Cuarón, que aparecía como favorita en todas las quinielas.
Esta noticia, que pudiera parecer baladí, y que no es mas que el resultado de unos premios algo devaluados (todo hay que decirlo), suponen la metáfora perfecta de la guerra sin cuartel que se está librando en el panorama audiovisual en la actualidad.
Los dos grandes contendientes de esta conflagración son Hollywood por un lado, y plataformas de streaming por otro (Netflix, HBO y compañía), o lo que es lo mismo: cine versus televisión.
La crisis del cine
De todos es sabido que el cine comercial está viviendo una etapa de profunda crisis. Las razones son múltiples y entre ellas aparecen como más importantes el precio de las entradas, la mejora de los equipos audiovisuales en las casas, la desaparición de las salas de exhibición de los centros de las ciudades, etc.
El cine es un negocio muy caro y necesita rentabilidad para seguir adelante. ¿Cuál ha sido la estrategia de los grandes estudios? Asegurarse los beneficios de las películas por medio de la producción de remakes de antiguos éxitos, de múltiples secuelas y de la proliferación de efectos especiales cada vez más perfectos que impactan la primera vez, pero que cada vez sorprenden menos.
El objetivo es ganar por goleada el primer fin de semana de exhibición, asegurarse el ganar un montón de pasta mientras dure el efecto del último tráiler emitido y antes de que el público sepa que, en realidad, no había mucho más contar que esos dos minutos de efectismo genial.
El auge de la televisión
Sin embargo, y tal y como hicieron los bárbaros en el asalto al Imperio Romano, un jugador no previsto apareció en el tablero; alguien que atacó por la retaguardia y que, sin hacer mucho ruido, se fue haciendo con la victoria. Hablamos de la televisión, un medio denostado y sin prestigio pero que poco a poco fue atrayendo la atención con un recurso que nadie esperaba: las buenas historias.
Es cierto que la llegada del cable primero y de las plataformas de streaming después, ayudaron mucho al fenómeno, porque liberaron a los productos de televisión de la tiranía de las audiencias, de tener que contentar a todos los target, incluida la famosa Señora de Cuenca. El éxito se encontró en el riesgo, en atrapar al espectador con ficciones que emocionaban, que narraban historias interesantes, con personajes creíbles y poliédricos.
Series como The Wire o The Sopranos pusieron las bases de lo que hoy conocemos como Edad de Oro de la televisión, y son precursoras de los grandes éxitos de los últimos años como Breaking Bad, Mad Men, True Detective, The Handmaid’s Tale, Game of Thrones o The Marvellous Mrs Maisel.
En esta contienda audiovisual, no solo están peleando los modelos de distribución, también hay una guerra con los formatos. Las series están ganando la batalla a las películas. Es mucho más fácil consumir un capítulo de 45 minutos para acabar tranquilamente el día, que embarcarse en un visionado de casi dos horas. También está el efecto enganche que provoca una serie y, por supuesto, el placer de profundizar en historias y personajes a los que acabamos adoptando en la familia.
Roma, un título premonitorio
En cualquier caso, no todo son series en las plataformas, también hay películas y Roma es una de ellas, una de las mejores. Una gran historia contada con un tempo y un punto de vista que difícilmente habría tenido éxito en el circuito comercial y que, sin embargo, ha conseguido llegar a un gran público gracias a Netflix.
Así pues, volvamos a la contienda de los Oscar. Si analizamos lo ocurrido tomando como referencia la mencionada caída del imperio romano, quizá podamos entender por qué una película que solo se diferencia de otras en sus vías de distribución, no haya podido ganar el Oscar a mejor película. Quizá tampoco sea casualidad que el premio haya ido a parar a un filme maravilloso, sí, pero producido por una major como Dreamworks Pictures y distribuido por Universal.
Hollywood ha ganado este envite. Roma no ha conseguido cruzar el Rubicón de vuelta, pero tras este título vienen muchos más y, sin ninguna duda, alguno de ellos conseguirá traspasar los muros del Imperio y hacerse con la victoria gracias al arma más poderosa de todas: un buen guion.