Alfred Sonnenfeld
El próximo 9 de septiembre se lanzará al mercado el nuevo libro-entrevista a Benedicto XVI. El texto se titula 'Últimas conversaciones' y relata los momentos más importantes de la vida de Joseph Ratzinger, como las circunstancias que le llevaron a dejar la cátedra de Pedro.
Habla también de su sucesor, el Papa Francisco, en términos de “sorpresa” y “alegría”, de su fácil y eficaz comunicación con las multitudes, y de las diferencias entre “Francisco, el Papa” y Francisco como hombre.El próximo 9 de septiembre se lanzará al mercado el nuevo libro-entrevista a Benedicto XVI. El texto se titula Últimas conversaciones y relata los momentos más importantes de la vida de Joseph Ratzinger, como las circunstancias que le llevaron a dejar la cátedra de Pedro. Habla también de su sucesor, el Papa Francisco, en términos de “sorpresa” y “alegría”, de su fácil y eficaz comunicación con las multitudes, y de las diferencias entre “Francisco, el Papa” y “Francisco como hombre”.
El libro, explica el editor italiano Garzanti, es “el testamento espiritual, el legado íntimo y personal del Papa Benedicto XVI, que logró, más que nadie, atraer la atención, tanto de los fieles como de los incrédulos, sobre el papel de la Iglesia en el mundo actual. Inolvidable sigue siendo la opción de abandonar el papado y abandonar el poder, un gesto sin precedentes destinado a cambiar para siempre el curso de la historia”.
Tal y como se recordaba recientemente en la ciudad alemana de Bonn, fue el 24 de junio de 1959 cuando el joven teólogo de 32 años daba su conferencia inaugural, recién nombrado catedrático de Teología Fundamental en la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Bonn. El tema era El Dios de la fe y el Dios de los filósofos. Con esta clase magistral, Ratzinger hacía referencia a un tema que puede considerarse como hilo conductor en su obra teológica: “La fe cristiana ha de ser vista no en continuidad con las religiones anteriores sino más bien en continuidad con la filosofía, entendida esta como la victoria de la razón sobre la superstición”.
Fe y razón
La fe necesita por lo tanto de la razón así como también la razón necesita de la fe. De ahí la importancia del diálogo razón-fe, es decir, entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos. Solo así consiguió el Cristianismo desmitificarse de las potencias divinas en favor del único Dios. Se trata por tanto, resume Ratzinger, de “buscar la verdad sin paliativos, sin nada que atenúe o mitigue la capacidad crítica de la razón, es decir, su capacidad de “crisis”, entendida como “juicio” o “decisión” permanente para de este modo poder adentrarse en las profundidades de la verdad”.
Pero no podemos diluir el contenido del Cristianismo. En este sentido siempre le gustó a Ratzinger citar la frase de Tertuliano: “Cristo no se llamó a sí mismo costumbre sino verdad”. Con ello, así argumenta el teólogo, “el Cristianismo se pone decididamente de parte de la verdad y se distancia de una concepción de la religión que se reduce a un conjunto de ceremonias a las que, si se les busca una interpretación, al final se acaba encontrándoles un sentido, pero con frecuencia, a costa de diluir la verdad”.
Sin embargo es bien sabido que aquello que solo puede subsistir mediante la interpretación en realidad deja ya de existir. Se explica por tanto que el espíritu humano busque la verdad en cuanto tal y no lo que a través del método de la interpretación trata de compatibilizarse con la verdad, pero que en definitiva no es tal verdad. Un cristianismo interpretativo aniquila en definitiva el escándalo de lo propiamente cristiano y acaba dilapidando lo más valioso que tiene.
Un cristianismo interpretativo aniquila el escándalo de lo propiamente cristiano y acaba dilapidando lo más valioso que tiene
A esta triste posibilidad se refiere Ratzinger en el prólogo de la primera edición de su libro: Introducción al Cristianismo. Este libro nació de las conferencias que dio en Tubinga, en el verano de 1967, a los oyentes de todas las Facultades. Todavía hoy se acuerdan sus antiguos alumnos de su brillantez al exponer sus lecciones magistrales –“lo que decía se podía imprimir sin necesidad de ningún retoque complementario” – y a su modo de ser humilde, con paciencia infatigable, siempre dispuesto al diálogo. También era habitual verle acudir a la Facultad de Teología con una bicicleta muy antigua que había adquirido de segunda mano en la ciudad de Münster. Por contraste, su colega Hans Küng, la persona que más había insistido en la llamada de Ratzinger y en obtener el consenso de los otros colegas, acudía a las clases con su flamante Alfa Romeo.
Juan el Afortunado
Pues bien, en el prólogo del ya citado libro Introducción al Cristianismo, Ratzinger se refiere a un cuento de los hermanos Grimm titulado Juan el Afortunado (“Hans im Glück”). Se trata de una antigua historia sobre un criado que, habiendo servido durante siete años a su amo, recibe como recompensa un lingote de oro tan grande como su cabeza. Pero, mientras Juan lleva el oro a su casa, comienza a resultarle demasiado pesado y, con el solo fin de andar más cómodo, cambia primero el oro por un caballo, después el caballo por una vaca, la vaca por un cerdo, el cerdo por una oca y la oca por una piedra de afilar que finalmente se le cae en el pozo. “Y con el corazón ligero –concluye el cuento- y libre de toda carga, salió corriendo y no paró hasta llegar a la casa de su madre”.
Ratzinger da un tono profundamente reticente a la última frase del cuento: “Con ello no solo no perdió mucho, sino que a cambio consiguió el don precioso de una total libertad, a la que siempre aspiró”. Es decir: Juan el Desdichado. Juan, que dilapida lo más valioso que posee. Así preguntaba el teólogo en 1967: “¿Acaso nuestra teología no ha discurrido a menudo en los últimos años por un camino semejante? ¿Acaso no ha ido rebajando gradualmente la reivindicación de la fe, que le parecía demasiado exigente, cada vez un poco más, de modo que no parecía perderse nada importante, pero siempre lo suficiente como para que, poco después, se pudiese dar un paso más en el mismo sentido?” Como por una cascada que desciende de interpretación en interpretación hasta que el tesoro de la fe cristiana queda difuminado y la identidad de lo católico se acaba volatilizando.
Ante este peligro inminente, Ratzinger siempre ha sido una ayuda considerable para comprender de nuevo la fe como lo que posibilita una verdadera existencia humana en nuestro mundo actual. Con su vida y sus obras completas nos ha ayudado a elevarnos al origen de la cascada, a remontarnos en sentido inverso a las degradaciones de Juan, hasta llegar al precioso oro. De este modo Juan, es decir el cristiano corriente en medio del mundo, podrá considerarse nuevamente como el gran afortunado por saber apreciar el oro puro que sostiene en sus manos, es decir su verdadera dignidad.
La fe posibilita una verdadera existencia humana en nuestro mundo actual
Para llegar a ese manantial de agua vivificante, Ratzinger nunca renunció a la poderosa ayuda de la razón crítica. Por el contrario, considera que la razón y la religión representan los elementos constitutivos en este proceso de purificación y de acercamiento a las verdades eternas.
Con Habermas
En el famoso debate mantenido con el filósofo Jürgen Habermas en enero de 2004 en la Academia Católica de Baviera, Ratzinger comparte con el prominente representante de la escuela de Frankfurt y uno de los fundadores más importantes de la Ética del discurso, la necesidad del diálogo razón-fe, entre otras cosas para que no descarrile la secularización.
“Los padres de la Iglesia”, así se expresaba Ratzinger, “enseñan ya hace muchos años, que la razón y la fe son complementarias”. Además, queda claro que la razón tiene sus patologías, no menores ni menos mortíferas de las que la religión sufrió en el pasado. Para evitar posibles desastres, religión y razón deberían permanecer relacionadas entre sí. Del mismo modo se expresaba Jürgen Habermas: “La religión y la razón secular deberían tomarse en serio mutuamente en un proceso de aprendizaje complementario que nunca se acaba”.
Habermas: “La religión y la razón secular deberían tomarse en serio mutuamente en un proceso de aprendizaje complementario que nunca se acaba”
Habermas que se define a sí mismo como indiferente, “sin oído musical para la religión”, insistió en ese debate en la necesidad de contar con la fe para sostener la debilitada vitalidad de la conciencia democrática. Un sistema político, explicó el autor del libro El pensamiento posmetafísico, no puede nutrirse del puro conocimiento o de la sola trasparencia argumental en los debates. Sin anclajes “prepolíticos”, es decir, sin motores trascendentales más profundos, difícilmente alguien iría a la guerra ó renunciaría a ganancias en aras de la igualdad. Un Estado no puede prescindir de valores altruistas ni tampoco imponerlos jurídicamente. La modernización, con su individualismo y su frialdad ante lo trascendente, puede llegar a disolver el cemento de la sociedad.
Por lo que acabamos de ver, los buenos frutos que nacen de la relación entre el discurso racional y la especulación teológica, se deduce la importancia para remontarnos a la verdad eterna. Ese diálogo fecundo entre razón y fe puede verse como un desafío cognitivo necesario, no sólo para que no descarrile la razón moderna, sino también para que las formas de fe cobren conciencia de su lugar. Debido al hecho de que en Alemania las Facultades de Teología están integradas en el sistema universitario general, el diálogo con las otras Facultades se hace más urgente. Es en este contexto donde salen nombres como Schleiermacher, Barth, Bultmann, Jeremias, Guardini, Maier, Söhngen, Pascher, Altaner, von Balthasar, Adam, Schlier o el propio Ratzinger.
La Escuela de Humanidades y el Grado de Humanidades de UNIR aspira también, entre otros fines, a ese debate fructífero en el que salgan a relucir argumentos enriquecedores que nos hagan reflexionar y profundizar sobre los contenidos de la fe.
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