Lucía Tello Díaz
En el Hollywood clásico, el establecimiento de arquetipos resultaba cardinal, y uno de los representantes más alegóricos de esa configuración es Gary Cooper.
Ser o no ser. Esa es la cuestión. No se trata de la pregunta retórica de un personaje shakespeariano llamado Hamlet, sino de un cuestionamiento imprescindible para cualquier guionista: Cómo es mi personaje. Quién es realmente. Esa sí es la cuestión.
A lo largo de los años, en ese crescendo irrefrenable de la complejidad de los personajes de ficción, se ha tendido a demonizar el término de “arquetipo”, aquel que Carl Gustav Jung defendió a ultranza y que elevó a categoría de genialidad conceptual; el arquetipo no es más que una construcción psicológica que, dentro del inconsciente colectivo, otorgamos carta de naturaleza como modelo social.
Los arquetipos en el cine
Partiendo de la imaginería clásica (imposible no recordar los clásicos en cuanto a creación de personajes), Jung estableció doce categorías de arquetipos, cuyos objetivos vitales se definían según los distintos tipos de personalidad de cada uno de ellos. Aplicados a la creación de ficción cinematográfica, cada arquetipo se define por una meta, una fortaleza y una debilidad. En ese sentido, según Jung, los arquetipos serían los de héroe, inocente, amigo, cuidador, explorador, rebelde, amante (no en términos románticos, sino quienes desean complacer a cualquier precio), creador, bufón, sabio, mago y gobernante.
A lo largo de los años, el cine ha generado sus propios arquetipos, con intérpretes que se han especializado en roles muy específicos. Esto ha sido admirado de largo, el propio Charles Chaplin se reivindicó a sí mismo como “bufón”, revelando la dificultad que entraña configurar una carrera consistente para la creación de una tipología interpretativa. Otros actores como Marlon Brando se desmarcaron de sus comienzos, derivando en otra creación arquetípica diferente (de rebelde a mago, por ejemplo, e incluso a gobernante), lo cual implica un replanteamiento trascendental de su propia interpretación.
En el Hollywood clásico, el establecimiento de arquetipos resultaba cardinal, y uno de los representantes más alegóricos de esa configuración es Gary Cooper. Con motivo de la publicación de El Universo de Gary Cooper, un exhaustivo trabajo en el que hemos participado una veintena de autores (entre ellos Espido Freire, Gerardo Sánchez, José Luis Sánchez Noriega, Juan Luis Álvarez o Moisés Rodríguez), y en el que incluso colabora Maria Cooper Janis, hija de Gary Cooper, no está de más el profundizar en la figura de uno de los actores más respetados, queridos y emblemáticos de la edad de oro de Hollywood.
El éxito del héroe
Gary Cooper fue un actor que, en esencia, decidió interpretar el mismo perfil de personajes. Preocupado siempre por su imagen pública, declinó actuar en un sinfín de filmes por no desvirtuar la percepción social que se tenía de él. Incluso en el caso de Ariane, de Billy Wilder, se preocupó sobremanera por la imagen que podía entregar al enamorar, de manera hartera, a una Audrey Hepburn de veinte años.
Porque Gary Cooper siempre fue el héroe, y así le vemos; el individuo casi siempre derrotado por la sociedad que, a pesar de las trabas, alcanza su objetivo vital. Es el hombre de a pie que va contra el sistema (Juan Nadie), el jugador de béisbol que lucha contra su enfermedad (El orgullo de los Yankees), el arquitecto objetor de conciencia que, negándose a realizar una obra contra sus principios, prefiere trabajar en una cantera (El manantial), el cuáquero de puntería infalible que prefiere morir antes que la matar (La gran prueba), o el sheriff íntegro que espera a una banda de forajidos solo consigo mismo (Solo ante el peligro).
La adscripción a un arquetipo, en el caso de Gary Cooper, no fue en absoluto un handicap en su carrera; al contrario, resultó ser una herramienta de eficacia imbatible, obteniendo por ello tres premios Oscar, uno por su interpretación en El sargento York (1943), otro por High Noon (1952), y el último honorífico al conjunto de su obra interpretativa.
La empatía sin palabras
El apelar a una determinada tipología arquetípica no supone, aunque así se sospeche, prescindir de la riqueza de roles o de personajes; ya hemos constatado que los papeles de Cooper abarcan todo tipo de etapas, profesiones, edades y países. La asunción de un determinado tipo de personaje implica, por el contrario, la identificación por parte del público, su rápida empatía, amén de la comprensión, sin palabras, de la situación que plantea la película (una acción nada baladí teniendo en cuenta que el cine vive de los recursos paralingüísticos).
De no ser así, nadie pensaría en Gary Cooper del modo en que lo hacemos, ni cineastas como Pilar Miró habrían entonado una oración herética invocando al intérprete in extremis en su Gary Cooper que estás en los cielos.
Porque es el héroe (o heroína), en última instancia, a quien recurrimos en tiempos inciertos. Y no ha habido tiempo más incierto (y más idóneo) que el actual, para recurrir a un héroe como Gary Cooper.