María Andaluz Franco
Situada en los 84 años, la esperanza de vida en España es la más alta de Europa y una de las más elevadas del mundo. Un logro que lleva aparejados importantes retos relacionados con la salud y la atención a los mayores, y requiere cambios en el sistema político y social.
Cuando una persona mayor se expone a un evento que evalúa como una amenaza que excede sus recursos de afrontamiento (Folkman et al., 1986), ¿aumenta la probabilidad de generar una situación de vulnerabilidad y de mortalidad en dicha persona? Debido a factores como la edad, la salud mental y física, las habilidades, así como los recursos, las personas pueden ver mermada su capacidad para manejar los eventos que son percibidos como estresantes.
España es un país con una de las esperanzas de vida más elevadas del mundo y el que registra la mayor en la UE, 84 años de edad, por encima de la media europea, que se sitúa en los 81,5 años, según datos de Eurostat. Sin embargo, ello no significa que las personas alcancen edades más longevas con una buena salud, autonomía e independencia (Amarilla-Donoso et al., 2020).
Tanto en el ámbito nacional como global, el envejecimiento es un logro, ya que significa que las personas viven más tiempo. Pero también supone un reto, ya que conlleva cambios en el sistema político y social. Por ello, para poder optimizar las oportunidades de salud, participación y seguridad (del Barrio Truchado et al., 2020), los sistemas deberán poner el foco en adaptar los modelos de atención social y sanitaria (Zunzunegui y Béland, 2010).
“Adaptar implica mantener a la persona socialmente activa al mismo tiempo que percibe que su entorno le proporciona seguridad”.
Durante el proceso de implementación de dichas mejoras, es fundamental que las personas sigan siendo autónomas e independientes. ¿Con qué propósito? Básicamente, mantiene su capacidad de tomar decisiones propias (en función de su necesidad e intereses) y, teniendo en cuenta sus limitaciones, las permite valerse por sí mismas. Todo ello genera un impacto directo y positivo en su bienestar y en su calidad de vida (Ballmer y Gantschnig, 2024).
La salud de las personas mayores, ¿debería medirse en términos de enfermedad o de función? El estado de vulnerabilidad aumentada que experimentan algunas personas durante la vejez se debe a factores físicos (por ejemplo, la pérdida de la fuerza muscular, alteraciones de la movilidad y del equilibrio, etc.), psicosociales (tal como trastornos del estado de ánimo, deterioro en las funciones mentales, aislamiento, etc.) o a la combinación de ambos (Chenhuichen et al., 2024).
Los criterios de diagnóstico de la fragilidad más comunes están basados en los modelos físicos. Por su parte, el Modelo de Fenotipo (Fried et al., 2001) pone el foco en los síntomas manifestados (fenotipo). Mientras que el Modelo de Déficit Acumulativo (Rockwood, 2015) se centra en la acumulación de problemas de salud (déficits acumulativos) que presentan las personas mayores.
Ambos han sido muy útiles para identificar las características de las personas mayores vulnerables, pero obviando la idea que las personas mayores son consumidores de recursos sociales, sanitarios y comunitarios. Durante el proceso de envejecimiento o de enfermedad (crónica o terminal), las personas consumen más recursos sanitarios y sociales.
En otras palabras, durante las últimas etapas de la vida, las personas consumen la mayor parte de los recursos. ¿Qué razón subyace a este hecho? Básicamente, a medida que las personas envejecen es más común que presenten factores de riesgo para diversas enfermedades de carácter crónico. Dichas afecciones de larga duración no solo afectan la salud física, sino que también influyen en el proceso de deterioro funcional, en la discapacidad y en la fragilidad (Zunzunegui y Béland, 2010).
“El anciano frágil no es solo aquel que presenta una claudicación de la reserva biológica”.
Por lo tanto, la fragilidad no es un estado o situación estática, sino que la mejora o el empeoramiento a lo largo del tiempo se debe a factores como el acceso a servicios de la salud, el apoyo social, la capacidad económica, e incluso la medicación que la persona está consumiendo (Carcedo-Argüelles et al., 2024).
Pacientes polimedicados frágiles
El fenómeno de la polimedicación implica la administración simultánea de varios medicamentos. Si bien estos fármacos son necesarios para tratar diversas condiciones, también pueden generar efectos adversos, especialmente en personas frágiles. Tales efectos son la confusión, los estados de somnolencia, la hipotensión, la pérdida de la consciencia, la pérdida del tono y, por ende, las caídas.
A su vez, estas últimas generan complicaciones graves, como fracturas de cadera. En la mayoría de las ocasiones, conlleva la hospitalización (consumo de atención médica, hospitalaria y de rehabilitación), el desarrollo de estados de dependencia a causa de la inmovilidad prolongada, y el soporte social (Daunt et al., 2024).
Valoración multidimensional
Debido a que el consumo de recursos de las personas mayores frágiles es causado, principalmente, por la acumulación de enfermedades crónicas y al deterioro funcional, la valoración geriátrica integral (VGI) es esencial para estudiar de forma integral los múltiples factores que afectan a una persona mayor (Wilkinson y Harper, 2024).
No solo permite identificar las enfermedades crónicas (por ejemplo, la depresión o la diabetes), además permite evaluar los síndromes geriátricos (tal como las caídas, el delirium o la incontinencia) (Fernández-Montalbán et al., 2024).
La VGI permite planificar intervenciones personalizadas, dado que consigue detectar dichos problemas de forma estructurada y de manera amplia, es decir, en áreas como: la actividad física, la nutrición, el manejo de la polimedicación y la prevención de complicaciones (Fernández-Salido et al., 2024). Como consecuencia, se puede ayudar a prevenir o retrasar el deterioro funcional y la discapacidad, reduciendo el uso excesivo de recursos sanitarios en las etapas avanzadas de la vida (Fernández-Montalbán et al., 2024).
Esta perspectiva resalta la importancia de abordar al ser humano, en este caso a las personas mayores frágiles, en su totalidad, considerando todas y cada una de sus dimensiones (emocional, social, psicológica y física) (Fernández-Salido et al., 2024).
Por todo ello, la VGI es una herramienta central para optimizar el uso de recursos en las personas mayores al permitir un enfoque proactivo y personalizado en el manejo de la fragilidad y las enfermedades crónicas. Al tener en cuenta aquellos factores que contribuyen al deterioro funcional y la dependencia, no solo mejora el bienestar físico y mental de la persona, sino que también ayuda a gestionar de manera más eficaz los recursos sanitarios y sociales (Fernández-Salido et al., 2024).
(*) María Andaluz Franco es docente del Máster Universitario en Gerontología y Atención Centrada en la Persona y las Relaciones de UNIR, así como en los grados en Educación Social y en Trabajo Social y también en el Máster en Intervención Social en las Sociedades del Conocimiento. Es psicóloga clínica y cuenta con un máster en neuropsicología.
Bibliografía.
- Facultad de Ciencias de la Salud