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Pese a tratarse de una enfermedad poco común, existen diferentes pruebas para el diagnóstico de miastenia gravis, como la exploración neurológica.
Para el diagnóstico de miastenia gravis existen diferentes pruebas, entre las que se encuentran las analíticas de anticuerpos, la electromiografía y otras pruebas adicionales. Antes de entrar más en detalle en cada una, veamos qué caracteriza a esta enfermedad poco común.
Se trata de una enfermedad crónica, catalogada de baja prevalencia, que se caracteriza por debilidad muscular episódica y fatiga de los distintos grupos musculares. Es causada por la destrucción de los receptores de acetilcolina, mediada por la destrucción de anticuerpos y células. Las personas con esta enfermedad tienen afectados los músculos oculares, bulbares y faciales, así como los respiratorios.
La primera prueba de diagnóstico de miastenia gravis es la exploración neurológica, con tal de realizar un examen físico y crear la historia clínica. Esta se basa en comprobar reflejos, fuerza y tono muscular, coordinación, equilibrio y sentido del tacto y de la vista.
Si el paciente muestra ptosis, se le realizará la prueba de la bolsa de hielo, que consiste en aplicar una bolsa de hielo en los ojos cerrados durante dos minutos. Luego, se retira y, si el párpado mejora, significa que el diagnóstico en miastenia gravis es positivo, ya que el enfriamiento mejora la debilidad muscular causada por esta enfermedad.
Aunque la prueba dé positivo, se realizan otras pruebas para confirmar el diagnóstico, como las analíticas de anticuerpos o la electromiografía. La primera consiste en una analítica de sangre para buscar niveles séricos de anticuerpos AChR, que presentan de un 80 a un 90 % de los pacientes con miastenia gravis. Por otro lado, la electromiografía (EMG) es una prueba que mide las señales eléctricas utilizando estímulos repetitivos de los músculos cuando están en reposo o trabajando.
Una vez diagnosticada la miastenia gravis, se realizan pruebas adicionales, como la resonancia magnética o la tomografía computarizada, para descartar otras enfermedades como hiperplasia tímica y timoma. Asimismo, se llevan a cabo pruebas de función pulmonar, para medir la respiración y el funcionamiento pulmonar.
Síntomas de la miastenia gravis
Algunos de los síntomas más comunes que pueden ayudar a diagnosticar la miastenia gravis son:
- Ptosis: es la caída del párpado superior del ojo, causada por la disfunción del músculo elevador.
- Debilidad muscular: es el síntoma más característico de la miastenia gravis y se refiere a la condición en la que la fuerza ejercida por los músculos es menor de la esperada.
- Diplopía: es una alteración visual que consiste en la visión doble.
- Alteraciones cognitivas explicadas por la fatiga física y la lentitud visual, que puede evaluar un profesional formado con un Máster en Neuropsicología Clínica. Su trabajo consistirá en realizar una evaluación de las diferentes funciones cognitivas, así como de la existencia de sintomatología emocional, como la depresión.
El neuropsicólogo podrá llevar a cabo la evaluación mediante la administración de pruebas que tengan en cuenta las siguientes limitaciones: el compromiso en la velocidad de procesamiento de la información, el control motor y la precisión ocular, que son características de la enfermedad.
En definitiva, tras el diagnóstico de miastenia gravis, existen diferentes tratamientos para esta enfermedad, pero el que resulta fundamental para la sintomatología y para la reacción autoinmunitaria es el farmacológico.
Sin olvidar el tratamiento médico, es importante que la enfermedad se trate de manera multidisciplinar, es decir, a través de un logopeda para trabajar la debilidad muscular de garganta y cara, y con la ayuda de un profesional formado con un Grado en Psicología para realizar una terapia psicológica y un seguimiento médico.
En relación con esto último, el papel del psicólogo es crucial, ya que los pacientes con miastenia gravis tienen un riesgo importante de sufrir ansiedad o depresión. Por tanto, un psicólogo podrá tratar los problemas derivados de esta enfermedad, como los sociales (baja autoestima y aislamiento), laborales (readaptación y bajo rendimiento), familiares (conflictos) y problemas para aceptar la enfermedad.