Francisco Oleo
La directora del Máster en Intervención Psicológica en el Ámbito Educativo de UNIR entra de lleno en uno de los debates que más está dando que hablar en estos momentos. ¿Hay que prohibir o limitar el uso de los móviles a los menores?
“Quizás 18 años son muchos para retrasar hasta esa edad el uso de los móviles y sean más razonables los 16, pero en ningún caso deberían utilizarse antes. Pero si se usan con 14 o 15 años, siempre con controles parentales”, así se posiciona Rosa Blanco frente a un debate que gana en intensidad en la sociedad: la edad de acceso de los jóvenes a los móviles. Cada vez más expertos se suman a la tesis de que es necesario prohibir o limitar su uso, una misión que a priori parece imposible.
Esta especialista en comportamiento humano y formación, pedagoga y autora de cursos y obras sobre las personas en los entornos de trabajo, directora del Máster en Intervención Psicológica en el Ámbito Educativo de UNIR, asegura que es una realidad que el acceso a dispositivos digitales desde una edad temprana está generando bastantes dificultades y problemas en los preadolescentes y adolescentes. “Problemas que inciden en la salud mental de los menores principalmente y también en sus modos de comportamiento. El uso o la exposición masiva a pantallas durante la pandemia trajo consigo problemas de baja autoestima, ansiedad, estrés, etcétera, originados muchas veces por la tendencia a compararse con sus iguales, en un momento en el que la imagen personal es una señal de aceptación social”, afirma.
Rosa Blanco cita literalmente al experto en salud mental de niños y adolescentes Francisco Villar Cabeza, que lleva una década como coordinador del programa de atención a la conducta suicida del menor en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, para reforzar sus tesis sobre la prohibición o no por ley del uso de cualquier dispositivo móvil en menores de edad: “De igual forma que sacamos el carnet de conducir a partir de los 18 años, porque antes no se está preparado para poder responsabilizarse de conducir un coche, tampoco debemos dar un dispositivo móvil a un menor antes de los 16-18 años, dado que acceden a contenidos o aplicaciones para mayores de edad que, en la mayoría de los casos, pueden ser contraproducentes para los menores”.
Siguiendo con esta reflexión, la directora del máster de UNIR cree que “lamentablemente, además, el uso temprano del teléfono móvil expone a un mayor riesgo en caso de ciberacoso o amplía el acoso que a veces puede sufrir un adolescente en los últimos años de colegio o en el instituto, puesto que no acaba en el ámbito del centro escolar y continúa una vez que sale del mismo”. Sufrir ciberacoso a través de los grupos de WhatsApp, por ejemplo, con la difusión de ‘memes’ que ridiculizan a algunos menores, empieza a ser cada vez más habitual.
Otro de los problemas sobrevenidos que señala es que los menores buscan contenidos en internet y en las redes sociales a los que no encuentran respuesta desde los adultos, a veces simplemente porque les da vergüenza preguntar por temas que aún siguen siendo en parte tabú, como tratar la sexualidad desde una educación afectivo sexual no solo en los centros educativos, sino también en las familias. “Ante la búsqueda de respuestas, muchas veces acceden a páginas de contenido sexual para adultos, con las consiguientes consecuencias negativas que pueden tener para los menores al no tener un filtro adulto que les explique cómo deben ser esas relaciones, en un marco de respeto y amor por las dos partes”, afirma Rosa Blanco. Una situación que explica muchas veces los fenómenos de violaciones en grupo que se están dando en nuestros días por parte de grupos de adolescentes.
Buena parte de la solución a este problema pasa por tomar conciencia como sociedad. “Afortunadamente, ya existe un debate político y parlamentario sobre este asunto. El pasado mes de noviembre el grupo parlamentario Más Madrid planteó en la Asamblea de la Comunidad una iniciativa que regulará el uso de las pantallas en los menores de Madrid y fue aprobada por unanimidad por todos los grupos parlamentarios, algo inédito”, destaca Blanco. Este debate también ha llegado al Congreso de los Diputados, donde se está estudiando la manera de regular dichas pantallas y dispositivos móviles entre los menores de nuestro país.
Francisco Villar resumía en un reciente artículo de una forma muy clara las directrices necesarias para afrontar este problema. Primero, decía, jamás se deben usar pantallas por la mañana antes de ir al colegio, ni antes de acostarse, ni tampoco mientras se hacen otras tareas importantes como comer. Los móviles, nunca antes de los 16 años, y si no podemos evitar que nuestro hijo o hija tenga uno entre los 16 y los 18, pues entonces debemos ofrecer smartphones con estrictas medidas de control parental. Y por último: no más de una hora al día de navegación libre.
Llevo tiempo viendo como alumnos y alumnas pierden su capacidad de concentración y atención en las aulas; los móviles tienen un efecto anestésico sobre su cerebro.
Blanco comparte estas medidas y pone como probatoria su propia experiencia docente: “Trabajo como profesora de formación profesional en centros donde también tenemos enseñanza secundaria, y llevo tiempo viendo como alumnos y alumnas pierden su capacidad de concentración y atención en las aulas. Los móviles tienen un efecto anestésico sobre su cerebro; parece que atienden, pero al poco tiempo preguntan por algo que se acaba de dar en clase. También he podido ver directamente los problemas de convivencia que genera tener un móvil a una edad temprana”.
Y habla también de su trabajo de más de tres años en un centro de salud mental para adolescentes: “El móvil era una de las mayores adicciones que se podía ver allí; acarreaba siempre problemas tanto para los adolescentes como para sus familias”.
No podemos olvidar que un móvil es una ventana abierta al mundo, que te permite abordar todo tipo de escenarios y situaciones de una forma directa y absorbente. Algo fantástico en el caso de los adultos, pero ya no tanto, si hablamos de menores. “Es como si hubiésemos borrado de nuestra mente que los niños y niñas también tienen que aburrirse, que deben dejar correr el tiempo, que es bueno que se distraigan con cosas muy básicas, que divaguen o simplemente puedan contemplar el entorno”, subraya esta psicóloga especialista.
Porque el móvil se ha convertido para algunos padres en un elemento de liberación frente a sus hijos, y para estos, en un mundo propio y la mejor herramienta para relacionarse con otros. “Pues por ahí es por donde no podemos seguir yendo”, advierte Blanco, que considera que es muy importante que los niños y adolescentes tengan un espacio de aburrimiento. “Eso permite no solo un descanso mental y físico, sino también que piensen o divaguen sobre cosas que les suceden en el día a día. También les permite desarrollar y fomentar su creatividad”.
Es entonces, en ese momento y sin pantalla a la vista, es cuando surge el milagro y empiezan a jugar con juguetes que tienen olvidados, con juegos de mesa, leen, pintan, cantan, bailan y cuentan hasta historias. “Es importante que tengan estos momentos para su desarrollo emocional, para el propio descanso, y también para compartir momentos con su familia y fomentar así la comunicación en el hogar”.
Es muy importante que los niños y adolescentes tengan un espacio de aburrimiento, porque permite un descanso mental y físico, y fomenta su creatividad.
Si el debate sobre el uso de las pantallas en la vida privada de los menores gana enteros, también lo hace como herramientas para la labor docente en las aulas. Rosa Blanco no es en este tema partidaria de un sí o un no rotundo. “Como docente las pantallas en clase nos permiten llegar más lejos con los alumnos o desarrollar actividades que de otra manera no tendrían tanta interactividad. Pero también creo que hay que hacer un compendio de los diferentes tipos de actividades en el aula, con momentos en los que hay que dar clase, y otros para dedicar al trabajo en grupo y también al trabajo individual. Las tecnologías pueden ser un recurso más dentro del aula, que ayudan a ejemplificar las actividades y las teorías que se van viendo en clase”. Blanco defiende que no hay que eliminarlas, sino hacer un uso seguro adecuado a la edad y a la asignatura.
Aunque los móviles no son los causantes únicos de las múltiples patologías que padecen muchos menores, sí intervienen decisivamente en ellas y las empeoran. Su influencia, por ejemplo, en fenómenos como el acoso escolar es especialmente grave. “Al final, los jóvenes buscan en las redes y a través de los dispositivos móviles respuestas a cosas que quizás no se atreven a preguntar a los adultos. Y la sensación de vacío y de frustración que muchos tienen viene por la tendencia a compararse con otros jóvenes que están publicando continuamente lo que hacen, dónde están, cómo son sus casas, etcétera, etcétera. Es algo que comprobé durante la pandemia al hacer un estudio sobre el estado de la salud mental en los adolescentes”, apunta.
“Por muchos vídeos que les mostremos a los adolescentes o que ellos busquen en las redes para solucionar sus problemas, realmente no van a saber afrontarlos si no practican antes en sus propias vidas. La tecnología fomenta la necesidad de inmediatez, pero la madurez y saber hacer las cosas necesita su tiempo y su práctica. Y eso es lo que hay que enseñarles, lo que necesitan saber y aprender para, a base de practicar y de ver y de volver a practicar, llegarán a hacerse adultos. Está permitido equivocarse, pues es la manera de aprender y de hacerse competente en algo”.
Como sostienen el propio Villar u otros reconocidos expertos como Michel Desmurget, las pantallas antes de los 6 años no tienen ningún beneficio literal para el menor. Quizás sí lo tiene para los padres o las personas adultas que están con ellos y que a veces se lo dejan simplemente para que dejen de pedir cosas o puedan estar en un sitio tranquilamente relajados. “En este caso, si tienen esa necesidad, debe hacerse durante un tiempo controlado y con contenidos adecuados para esa edad. Es decir, principalmente dibujos animados educativos o algún juego que pudieran manejar a esa edad. Pero nunca más allá. Si los niños se saturan de pantalla desde esas edades, anestesiamos su mente, dejándoles casi sin capacidad para la absorción e interpretación de otros estímulos”, comenta Rosa Blanco.
Luego están los padres que son reacios a dar el móvil a sus hijos, pero que soportan una enorme presión social, que empieza en sus propios hijos, y al final ceden y regalan un móvil. A esos padres, Blanco les pide que no decaigan, que sigan intentando no ceder: “Es entendible que puedan darle en algún momento puntual el móvil para que el chico o chica no queden apartados de sus grupos de referencia, pero deben controlar el tiempo y los contenidos a los que se exponen los menores, comentando con ellos aquellas cosas o contenidos que creamos que debemos explicarles o ampliarles algo más, para su propia educación y la formación de su personalidad”.
Se habla mucho de prohibir, pero esta especialista prefiere siempre razonar con ellos dónde están los límites en cada situación. Prefiere que se les explique por qué no les damos un móvil hasta cierta edad, cuáles son los peligros a los que se exponen si los usan a una edad muy temprana, qué tipo de consecuencias puede tener en ellos mismos y con otros, etcétera. “Educar conlleva establecer límites, pero siempre desde el afecto y dedicando tiempo a explicar motivos y razones”.