Román Rodríguez Curbelo
Se acelera o desacelera el crecimiento, cambia la fisonomía corporal y maduran las gónadas, los órganos reproductores y los caracteres sexuales secundarios. Estamos en la adolescencia.
La directora del Máster en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes de UNIR, Lilia Hernández, asegura que la adolescencia abarca normalmente de los 10 a los 21 años: las personas van de la adolescencia temprana (de 10 a 13 años), a la media (14 a 17) y a la tardía (18 a 21 años).
“Sin embargo, los adolescentes no forman un grupo homogéneo y no se dispone de un esquema del desarrollo que pueda describir de manera precisa a cada uno de ellos”, advierte Hernández del Castillo.
De la infancia a la madurez
La adolescencia es una etapa de transición entre la niñez y la edad adulta. Varios sistemas hormonales hasta ahora inactivos empiezan a moverse y a interactuar. Las personas sufren durante esos años cambios determinantes, y les rodean normalmente ciertas expectativas que, por desgracia, pueden derivar en ansiedad.
Porque durante estos tiempos de cambios también varía el modo de pensar. Lilia Hernández explica que el individuo comienza a abandonar los razonamientos propios de un niño y, poco a poco, piensa, siente y actúa como un adulto.
Construyen su identidad, sus suposiciones sobre el yo, sus razonamientos abstractos, su conciencia social, los planes a largo plazo. Y arranca la autoconcepción. Es decir, las personas ya perciben su propia imagen corporal. “Adquieren una consciencia plena”, subraya Lilia Hernández. Sobre esta autoimagen influyen necesariamente las interacciones sociales, las experiencias vitales propias y las opiniones de los demás.
“La impresión del resto afecta a los adolescentes de manera relevante”, añade Lucía Oñate, profesora del Máster en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes de UNIR. De hecho, una opinión ajena positiva hará que se sientan reforzados y contribuirá a una buena autoestima.
La influencia del entorno
“Los roles sociales y de género van a tener también un papel importantísimo en esta época. Durante la formación plena de la identidad, el entorno determina qué se espera socialmente de una persona, qué se espera que haga éste u otro individuo, cómo se ha de comportar, y se inician las exigencias sociales y académicas. Todo esto tendrá mucho peso en la creación de la identidad del adolescente”, subraya Oñate.
Una construcción personal en la que el colectivo al que se pertenezca o su concepción de los roles sociales y de género van a condicionar ese proceso: el grupo condiciona a sus miembros. “Los valores en los que nos criamos y que compartimos con un nuevo círculo de amigos resultarán determinantes para el futuro”, agrega.
¿Y las madres y los padres? La familia no deja de ser importante, como comúnmente se piensa. Lilia Hernández asegura que las figuras paternas y maternas siguen siendo fundamentales en esta etapa. No obstante, para la docente de UNIR es innegable que las personas en estas edades comienzan a pasar mucho más tiempo con sus iguales que con sus familiares, comparten nuevas experiencias con otra gente y experimentan vivencias sociales hasta ahora inéditas. Responden así a nuevas necesidades dentro de su desarrollo.
Pero, ¿hasta qué punto la infancia previa condiciona la adolescencia? En los casos más difíciles de infancias traumáticas, ¿hay posibilidad de recuperación durante la adolescencia?
“Las personas tenemos capacidad de cambio y de transformación. Por supuesto que todo lo que vivimos, especialmente en la infancia, será importante. Pero con el apoyo y las herramientas necesarias podremos establecer patrones de funcionamiento más seguros y saludables”, recalca Oñate.
Dificultades por el camino
Los cambios propios de la adolescencia no son fáciles de sobrellevar. Puede haber, por ejemplo, profundas discrepancias entre lo que se espera social y familiarmente de un adolescente y lo que en el fondo cada uno de ellos espera de sí mismo.
“Por todo ello, dentro de los problemas de salud mental más frecuentes se encuentran los trastornos de ansiedad, como la generalizada o la social. También pueden aparecer otros trastornos como los de conducta alimentaria, el uso de ciertas sustancias o algunos problemas de conducta”, enumera la psicóloga.
La ansiedad generalizada está caracterizada por preocupaciones recurrentes sobre múltiples ámbitos de la vida, mostradas en irritabilidad, inquietud, cansancio, incapacidad de concentración o problemas de conciliación del sueño.
Pero también surgen otros trastornos, como la ansiedad por separación, las fobias y la ansiedad social.
Como profesional del área, Hernández destaca que los psicólogos deben conocer las peculiaridades de esta etapa. Un adolescente puede padecer un momento complicado y estar bajo mucho sufrimiento, y mostrar todo lo contrario. El pensamiento adolescente presenta ciertas características inmaduras y de desconfianza, cuenta Lucía Oñate, y por ello es importante generar “espacios de calidez y confianza” con la persona, y dedicar un tiempo importante a establecer una buena alianza terapéutica.
Con el Máster en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes de UNIR podrás adquirir éstas y otras competencias fundamentales para tratar con garantías a pacientes de estas edades.