Marta Santarén Rosell
El abuso sexual es una de las formas más graves de violencia contra la infancia y la adolescencia, y más si tenemos en cuenta que sólo el 15% de los casos llegan a denunciarse. Marta Santarén analiza este fenómeno terrible y relativamente frecuente.
Octubre se estrenaba con una noticia que copaba titulares en los todos medios de comunicación: un hombre de 25 años era arrestado tras la acusación de agredir sexualmente a su bebé, grabar las agresiones, compartirlas por internet y ofrecer a su hija, menor de un año a otros hombres.
El acusado, ya había sido detenido en 2021 por distribuir pornografía infantil. Un nuevo registro de la vivienda familiar en diciembre de 2022 permitía a la policía constatar las condiciones pésimas de salubridad en las que se encontraban la vivienda y la niña. Semanas después la bebé pasa a disposición de los servicios sociales.
Aquel registro de diciembre de 2022 permitió descubrir, meses más tarde, varios vídeos e imágenes en los que el padre aparecía abusando sexualmente de su hija en el domicilio familiar. En septiembre de este mismo año, tras un nuevo registro, se hallan más archivos de contenidos sexual. La madre de la bebé y pareja de este, también ha sido arrestada por distribución de pornografía infantil. Sin embargo, ya se encuentra en libertad tras haber sido exculpada por el juez.
Un día después de ser conocedores de esta noticia, una publicación de la ONG Save The Children no permite que olvidemos estos hechos. En su último informe ‘Por una justicia a la altura de la infancia‘, presenta el análisis de 400 sentencias judiciales sobre abusos sexuales a niños y niñas en España.
Este documento recalca que el abuso sexual es una de las formas más graves de violencia contra la infancia y la adolescencia, siendo además, una de las más invisibilizadas. Arroja datos como que, en la mayoría de los casos, la víctima es una niña (entre los 5-9 años y desde los 15 años las niñas representan más del 80% de los casos), de 11 años de edad media.
En la mayoría de los casos, la víctima es una niña de 11 años de edad de media.
En 9 de cada 10 casos la persona agresora es conocida y entre los espacios más comunes sigue destacando el entorno familiar. Este entorno conocido puede ampliarse a amigos o conocidos de la familia o víctima, o profesionales que trabajan con ellos. Dentro de la familia destacan el padre o la pareja de la madre.
En casi 7 de cada 10 casos, se trata de agresores sin antecedentes. Lo detallado en el citado informe es la punta del iceberg, ya que se estima que solo el 15% de los casos de abuso sexual llegan a denunciarse. En estos casos de denuncia, las principales personas que activan el proceso eran la víctima (20,9% de los casos) y la madre (28%). Respecto a las notificaciones en el ámbito educativo o sanitario está cerca del 2%.
El abuso sexual en la infancia es un fenómeno relativamente frecuente. Esta forma de violencia consiste en la imposición por parte de un adulto o de otro niño o adolescente de una actividad de carácter sexual a un menor aprovechando la desigualdad de poder para obtener una satisfacción sexual.
El consentimiento de los infantes no es válido cuando hablamos de relaciones con personas que les superan en edad o madurez. La víctima suele demorar la revelación del abuso sexual por temor a una reacción negativa de su entorno o por amenazas del abusador. Además, el abuso sexual infantil se lleva a cabo habitualmente en la intimidad, por lo que no hay testigos ni pruebas externas de lo ocurrido.
El psicólogo especializado en infancia y adolescencia que trabaja en casos de abuso sexual, también es espectador como ciudadano del tratamiento informativo de estos hechos. Informaciones cargadas de juicio social y de expresiones como las que podíamos leer hace unos días: miseria moral, depredador, delincuente depravado, monstruo de Lucero, comportamiento vomitivo.
El psicólogo no juzga, sino que trabaja para la construcción de una visión compleja y comprensiva de los diferentes miembros de la familia en la que aparece el abuso sexual infantil. Ha de trabajar con estas especificidades:
- El menor presenta lealtad al progenitor que es a su vez el abusador.
- El menor presenta un estado de dependencia de sus principales figuras de apego, de modo que cuando el adulto es incompetente, negligente o maltratador, el niño no puede leer adecuadamente este comportamiento y lo percibe como «un castigo que cree que merece», lo cual hace que no pida ayuda.
- La revelación se muestra como algo necesario en el proceso terapéutico, pero hay que analizar y pensar de forma minuciosa en qué momento y de qué manera, porque cabe el riesgo de una segunda victimización o desestabilización psíquica.
- Es muy importante que los profesionales de este ámbito estén preparados para recoger indicios físicos, comportamentales o alusiones indirectas en su discurso, porque lo esperable es que el niño no denuncie a sus padres o cuidadores y, en caso de hacerlo de forma casual, no espera que se le aleje o proteja de ellos.
- Es preciso ayudar a la víctima con la pérdida que se avecina, en algunos casos la familia no es recuperable y el camino se dirige a la búsqueda de una familia sustituta. Asimismo, muchas veces aparecen en el niño sentimientos de nostalgia hacia la relación interrumpida y rencor hacia el adulto protector que continúa a su lado.
- Adulto protector como paciente que a menudo presenta sintomatología traumática y que va a precisar muchos recursos, sesiones y tiempo de tratamiento.
Por lo expuesto anteriormente, podemos deducir que el trabajo con casos de abuso sexual requiere de una serie de competencias profesionales y humanas destinadas a la reinterpretación de la experiencia traumática, la reparación emocional hasta llegar a dar el alta con la consolidación del proceso elaborado.
Desde el Máster Universitario en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes se trabaja desde distintas técnicas y enfoques que permiten el establecimiento de un marco de trabajo relacional y sistémico entendiendo la necesidad de coordinación con otros agentes: pediatras, trabajadores y educadores sociales, así como distintas instituciones.
Por otro lado, el estudio de las teorías del apego, el análisis de la función del síntoma en trastornos asociados al abuso sexual como los trastornos del apego, trastornos del sueño, el trastorno negativista desafiante o el trastorno por estrés postraumático, hacen que esta formación dote a sus estudiantes de las más complejas herramientas de intervención al servicio de estos casos.
En último lugar, no se pierde de vista que los psicólogos especializados en infancia y adolescencia serán vectores fundamentales para la construcción de políticas educativas afectivo-sexuales como el camino más efectivo hacia la prevención para cualquier tipo de violencia sexual en la infancia y la adolescencia.
Marta Santarén Rosell es la coordinadora académica del Máster Universitario en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes de UNIR. Psicóloga y doctora en Neurociencias por la Universidad de Oviedo, es investigadora y profesora universitaria desde 2008.