Román Rodríguez Curbelo
La seguridad clínica del paciente es una cuestión de cultura profesional que parte de tener siempre en cuenta a las personas para generar confianza. Así lo entiende Puerto, quien fue fundamental en su centro de trabajo durante la pandemia por contar con el Máster en Gestión de la Seguridad Clínica del Paciente de UNIR.
Los profesionales sanitarios tienen tan interiorizadas ciertas rutinas de seguridad dirigidas al paciente que a veces no son del todo conscientes de su importancia. Identificar al paciente por sus nombres y apellidos, etiquetar las muestras, lavarse regularmente las manos, usar guantes o revisar la temperatura o el estado de las neveras son asuntos cotidianos que, en el fondo, determinan un buen proceder médico.
Otras medidas, sin embargo, parecen al principio más extrañas y requieren realmente de un esfuerzo consciente para cumplirlas, como solicitar la Tarjeta Individual Sanitaria propia de una comunidad autónoma o el DNI personal para identificar al paciente.
En cualquier caso, Jon Ander Puerto tampoco olvida que las condiciones laborales de los trabajadores influyen en la calidad asistencial, en el tiempo empleado con cada persona y, por lo tanto, en la seguridad de quienes acuden a un hospital o a un centro de salud.
La sobrecarga asistencial entre los profesionales sanitarios es un problema que se agrava año tras año. Puerto entiende que este fenómeno obliga a acelerar los procedimientos en su trabajo, y en ocasiones casi les obliga a actuar “en modo piloto automático”, lo que puede ser perjudicial en la preservación de la seguridad del paciente.
La pandemia y los peores escenarios sanitarios
Más allá de las dificultades más o menos manejables presentes en el día a día, el enfermero observa: “Las situaciones que más eventos adversos provocan son las extremadamente complejas o las extremadamente sencillas”. Y ejemplifica con la pandemia de covid-19, un hecho histórico que sometió a los sistemas de salud de todo el mundo a un estrés inédito en casi un siglo.
“Los principales riesgos en la vacunación, por ejemplo, fueron que las vacunas debieran descongelarse para emplear en el día, diluirse, extraer varias dosis del mismo vial y que las dosis sucesivas tuviesen que administrarse con calendarios diferentes en base al contacto previo, el riesgo del paciente o el producto administrado”, explica.
Las situaciones que más eventos adversos provocan son las extremadamente complejas o las extremadamente sencillas
Evitar los contagios cruzados en el ámbito hospitalario, entre pacientes, entre profesionales y pacientes, y viceversa, se convirtió entonces en una de las grandes prioridades por la repercusión que tenía entre las personas y las plantillas sanitarias. Y, pese a todo, no pudieron evitarse brotes de coronavirus en varios centros.
Puerto es muy crítico con su gremio. Se sorprende de que seamos la denominada sociedad de la información y de que mediante un email o un clic consintamos grandes transacciones de dinero mediante una simple huella dactilar, pero luego los profesionales desconocen a quién tienen delante si éste no ha podido identificarse.
Parece una simpleza, pero Puerto recuerda que durante la pandemia de covid-19 hubo muchísimas confusiones de identidad. Se llegaron a comunicar fallecimientos de familiares a sus seres queridos cuando en algunos casos seguían vivos, o al contrario: se dieron esperanzas cuando ya no podía haberlas.
Desde hace mucho tiempo, pero sobre todo desde la aparición de aquel virus que paralizó y traumatizó al mundo, el sector sanitario trata de mejorar la seguridad en la atención al paciente ante las graves carencias expuestas desde 2020.
“Medidas como la prescripción guiada, el uso universal de las pulseras identificativas, la higiene de manos o el listado de verificación quirúrgica son esenciales para fortalecer la seguridad del paciente. Pero la medida principal es la cultura”, sentencia Jon Ander Puerto.
Una cultura que motive a los profesionales, que les involucre y les mantenga activos en aquellas acciones más sensibles de su trabajo, y que les facilite su colaboración en el análisis de los incidentes de seguridad. Además, la idea fundamental es tener siempre en cuenta al paciente, la única persona que irónicamente ha estado presente en todas sus intervenciones, que mejor puede por ello contribuir a identificar situaciones de riesgo o incidencias, y la que, en última instancia está más interesada en su propia seguridad.
Comunicación y formación
En un mundo tan sujeto a errores como el sanitario, resulta vital comunicar a todos los niveles y de todas las maneras. No solo para informar de forma clara y comprensible para generar tranquilidad, sino también para crear y mantener una confianza en la persona.
Frases como “yo no he sido” o “esas explicaciones pídaselas a otro”, entre otras, son habituales en el día a día de un pasillo de hospital, pero Puerto entiende que deben erradicarse, porque los pacientes necesitan sentir y comprobar la seguridad que transmite un profesional dispuesto a revertir con rapidez las posibles consecuencias de un problema previamente bien detectado. Excusarse o culpabilizar a otros únicamente contribuye a generar desconfianza entre el paciente y el sistema. Aumenta la crispación y la sensación de malestar del paciente, lo vuelve desconfiado e incluso agresivo.
El saber estar de un profesional sanitario va más allá de un uniforme sin manchas
“El saber estar es una de esas competencias que han quedado relegadas al uniforme y la indumentaria, pero van más allá de llevar el uniforme sin manchas”, observa Puerto. “Además, debemos modular las expectativas de los estudiantes sobre sus capacidades reales. Deben entender que, aun dando siempre su 100%, no están libres de riesgos: cometerán errores de los que aprenderán, y que han de compartir para que otros aprendan y los eviten”.
La mejor formación para el peor momento
Tras ser parte de la última promoción de la diplomatura en Enfermería, Jon Ander Puerto (Barakaldo, 1991) continuó sus estudios de posgrado en la enseñanza pública. Ya se había consolidado en su trabajo y acababa de comprarse una vivienda cuando quiso continuar sus estudios para satisfacer su curiosidad por la gestión sanitaria. Comprendió que no podía trabajar por las mañanas y desplazarse muchos kilómetros cada tarde para acudir a clase.
“Necesitaba una formación de calidad online”, recuerda. Y añade, divertido: “Además, veraneo en La Rioja y tengo muchos amigos que habían estudiado en la UNIR, por lo que conocía la universidad y tenía muy buenas referencias”. Finalizó el posgrado de UNIR en 2018.
Cuando dos años después llegó el tsunami de la pandemia era el único profesional con formación específica en calidad asistencial y seguridad del paciente en su trabajo. Lo reclutaron desde la gerencia para colaborar en la gestión de los dispositivos extraordinarios cuando arreciaba lo peor del coronavirus (centros de vacunación o puntos de realización de PCR, por ejemplo).
El Máster en Gestión de la Seguridad Clínica del Paciente de UNIR le ayudó a comprender aspectos de la gestión a los que, de otro modo, no habría tenido acceso. De hecho, Puerto reconoce que accedió a su actual puesto de trabajo en la Unidad de Calidad e Innovación en OSI Barakaldo-Sestao gracias “en gran parte” a esta formación superior.
En aquel posgrado descubrió la sabiduría de Jesús María Aranaz, director del Máster y jefe del Servicio de Medicina Preventiva y Salud Pública del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, una eminencia nacional en este ámbito, cuyas clases eran un lujo. También con docentes de varios países que enriquecían su visión académica y le aportaban una perspectiva amplia y completa. Y la metodología, como en un principio esperaba, se adaptó perfectamente a sus necesidades vitales gracias, entre otros muchos aspectos, a una tutorización personalizada y continua.
- Biosanitaria
- Máster Universitario en Gestión de la Seguridad Clínica del Paciente y Calidad de la Atención Sanitaria