Román Rodríguez Curbelo
Los protocolos de uso de los EPI han cobrado especial relevancia por la pandemia, pero deben realizarse correctamente para prevenir la Covid-19 y otras enfermedades infecciosas.
El Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST) define a los equipos de protección individual (EPI) como cualquier equipo destinado a ser llevado o sujetado por el trabajador para que le proteja de cualquier riesgo que pueda amenazar su seguridad o su salud en el trabajo.
Por lo tanto, unos guantes o una mascarilla usados para proteger al paciente no son considerados EPI al no resguardar al trabajador, ni tampoco elementos aislantes como mamparas o banquetas, entre otros, por no ser portados, según cuenta el docente en el Máster en Dirección y Gestión de Unidades de Enfermería de UNIR, Francisco José Duque.
Los protocolos tampoco se aplican sobre los propios EPI, sino a las situaciones en que éstos son necesarios. Durante la pandemia, por ejemplo, no cambiaron demasiado desde un primer momento y tampoco difieren de los empleados en otras patologías respiratorias altamente infectivas. En cualquier caso, se actualizan en función de la causa por la que son necesarios o de avances científicos y tecnológicos.
Cuestión de protección
Las pantallas faciales protegen a las mucosas (ojos, nariz o boca) de salpicaduras. Las mascarillas salvaguardan de posibles transmisiones por vía aérea, y su uso depende del tipo de transmisión: las quirúrgicas protegen esencialmente a los que rodean al portador, y algo menos a quien la lleva.
Las tipo FFP2 son capaces de resguardar de transmisiones por vía aérea de gotitas o suspensiones de hasta cinco micras de diámetro. Y las FFP3 pueden bloquear el contagio con las partículas de los aerosoles, aún más pequeñas que las capturadas por las FFP2, explica Duque.
Los guantes protegen contra la transmisión a través de la piel, o al tocar con las manos posteriormente las mucosas. Las batas preservan de salpicaduras y contagios por vía aérea desde la ropa, dependiendo del tipo de tejido.
Calzas, gorros, gafas y otros tipos de equipamiento aíslan al profesional de la fuente de contagio. Y la frecuente higiene de manos o la distancia de seguridad son también importantes medidas de prevención.
“Todo esto no servirá para nada si no los usamos adecuadamente, ni recordamos para qué se usan o cómo se ponen. O un aspecto fundamental: cómo se quitan”, advierte Duque.
La pandemia de Covid-19 ha proporcionado un especial protagonismo a estos EPI, y también a una premisa esencial: protección individual para proteger al resto de la sociedad. El experto hace hincapié en que la población ha respondido en su mayoría de forma responsable y cívica, a pesar de que no siempre ha tenido el material suficiente para ello”.
En cuanto a los profesionales sanitarios, Duque lamenta que no estuvieran preparados. No parecieron servir las experiencias de pandemias anteriores, algunas de ellas por coronavirus parecidos al SARS-CoV-2 y surgidos de lugares semejantes y mediante mecanismos parecidos. Ni tenían equipamiento ni conocimientos adecuados para afrontar la situación.
“La sensación de miedo y angustia por nuestra seguridad y por la de los demás perjudicó todo. Pero el tiempo, la profesionalidad y la dedicación del personal sanitario hicieron posible que, dadas las circunstancias, la respuesta fuera la mejor posible”, reconoce.
La gestión de los centros y los efectos de la pandemia
Más allá de los EPI, un centro sanitario público de atención especializada está dirigido por una Dirección Gerente, que los interesados pueden estudiar en UNIR con el Máster en Dirección y Gestión Sanitaria. Justo después, hay otras tres direcciones al mismo nivel: Medicina, Enfermería y Gestión. La Dirección de Enfermería generalmente gestiona al colectivo más numeroso del centro y consume la mayor cantidad de recursos.
Los ajustes en estos recursos afectan a las unidades de enfermería “como a cualquier economía”, sostiene Duque. “La sensación de que los proyectos no tienen tiempo suficiente para desarrollarse, el uso político de los indicadores sanitarios y la dependencia de determinados profesionales para la actividad provocan que los ajustes económicos sean más lesivos de lo que deberían ser”.
Insiste además en que existen otros condicionantes igualmente importantes, como la gestión no profesionalizada de centros y organismos sanitarios públicos con enormes presupuestos, la sensación entre los ciudadanos de que el derecho a la salud no conlleva costes económicos y ciertas políticas de gestión de personas poco motivantes y tendentes al conformismo.
Y en ese contexto explotó la pandemia. Todos los profesionales sanitarios afrontaron entonces el miedo a contagiarse, la incorporación a nuevas unidades surgidas prácticamente “de la nada”, condiciones laborales distintas a las habituales, las ausencias por enfermedad de muchos compañeros o la angustia de sus familias.
“Debieron aprender de inmediato cómo actuar frente a lo desconocido”, reconoce Duque. Optimizaron al máximo los recursos disponibles. Adoptaron decisiones difíciles sin apenas tiempo para reflexionarlas. “Adaptarse para vivir y para cuidar”, asegura.
“Todo el mundo se ha visto desbordado por esta pandemia. Pero los enfermeros hemos sido capaces de reinventarnos y adaptarnos a la nueva situación”, destaca el docente de UNIR. Son estos profesionales quienes tratan con mayor cercanía a los pacientes y a las familias, una labor que durante la pandemia ha resultado mucho más complicada.
Aunque la esencia de su labor es la misma, y de hecho ha sido más necesaria que nunca, las formas sí que han variado. Pero, pese a todo, gracias al personal de enfermería la gente no ha echado de menos “una mano experta, una cara amable tras la mascarilla y una entrega total en los peores momentos”, asegura Duque.
Los estudiantes del máster de UNIR interiorizarán estas competencias, aplicarán información y técnicas de investigación en términos de eficiencia y podrán dirigir, planificar y gestionar unidades de enfermería y centros sanitarios.
- Gestión Sanitaria