Román Rodríguez Curbelo
Los niños y los adolescentes no están exentos de padecer trastornos psicológicos que popular y erróneamente solo se asocian a los adultos.
La doctora en Psicología y docente en el Máster Universitario en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes de UNIR Lucía Oñate repasa los orígenes y los riesgos de estas patologías, pero también la esperanza que suponen unas complejas intervenciones y terapias que deben ajustarse a las particularidades de este segmento de la población.
Los trastornos de ansiedad son los más frecuentes entre los niños y los adolescentes, especialmente la ansiedad generalizada, la ansiedad por separación y las fobias. Los adolescentes también sufren bastante ansiedad social.
Lucía Oñate afirma que los trastornos ansiosos producen malestar emocional o miedo, entre otros síntomas, hasta el punto de condicionar sus funcionamientos habituales. Pero ¿qué diferencias existen entre cada una de estas afecciones?
Ansiedad: tipos y síntomas
Preocupaciones recurrentes sobre múltiples ámbitos de la vida y ansiedad excesiva caracterizan el trastorno de ansiedad generalizada. El menor puede presentar síntomas como irritabilidad, inquietud, fatiga, dificultades de concentración, problemas para conciliar el sueño o demasiada tensión muscular.
En el caso del trastorno de ansiedad por separación, los niños sufren un miedo excesivo e inapropiado para su desarrollo cuando se aleja de las personas con las que convive o con las que mantiene un mayor apego sentimental, como padres, cuidadores o personal de hogar. Debe persistir durante al menos cuatro semanas para diagnosticarse como tal. Al niño le duele el estómago o la cabeza, y experimenta náuseas y vómitos, según Oñate.
La fobia específica, una ansiedad o miedo intensos frente a objetos o situaciones específicas, es más concreta y puede manifestarse con rabietas, llantos o parálisis, además de aferramientos.
En cuanto a la ansiedad social, surge ante una determinada interacción, normalmente ante iguales, y se manifiesta igualmente con rabietas, llantos, retraimiento, aferramientos o parálisis.
Las pediatras Gemma Ochando y Sergio Peris establecen que la característica principal de los trastornos de ansiedad es una evitación, siempre manifiesta. Pero puede adoptar formas más sutiles, como indecisión, incertidumbre, retraimiento o actividades ritualizadas.
Estos comportamientos son relativamente consistentes en todos los trastornos, pero la diferencia clave entre los trastornos específicos es el detonante de esta evitación, que va generalmente acompañada de temor, angustia o timidez. Algunos niños, especialmente los más jóvenes, pueden presentar dificultades para verbalizar estas emociones.
Factores de riesgo
Lucía Oñate explica que existen diferentes factores de riesgo que pueden predisponer al desarrollo de un trastorno de ansiedad.
“Se ha comprobado que aquellos menores cuyos padres padecen algún trastorno de ansiedad tienen mayores probabilidades de presentar ansiedad. El ambiente familiar o sus creencias tendrán un peso importante en la adquisición de este tipo de trastornos. Y estilos parentales de mucha sobreprotección o muy punitivos predisponen igualmente a este tipo de trastornos”, explica la psicóloga.
Los individuos infanto-juveniles pueden también estar condicionados por transmisión genética. Una excesiva inhibición, la timidez, la introversión, el mutismo o el neuroticismo, entre otros, forman parte de los factores temperamentales.
Y luego, el entorno. Eventos vitales estresantes y ambientes sociales desfavorables pueden predisponer a la ansiedad: climas de inseguridad permanente, preocupaciones externas o sucesos algo más concretos, como la separación de los padres o la muerte de un ser cercano.
Intervenciones que ayudan
La terapia cognitivo-conductual (TCC) ha sido habitualmente la intervención más empleada en el tratamiento de estos trastornos. Se centra en el entendimiento de la forma de actuar y de pensar del menor, y en cómo estos pueden afectar a su forma de sentirse.
Pero aparte de esta “conocida y eficaz” TCC, apunta Oñate, existen otras terapias más actuales que pueden ser muy beneficiosas para trabajar con menores, como las llamadas “de tercera generación”: terapia de aceptación y compromiso, terapia analítico-funcional o mindfulness.
Sin embargo, aunque muchos principios terapéuticos son idénticos, las intervenciones infantiles y juveniles son especialmente complejas, avisa la docente.
Ronald M. Rapee observa en su artículo “Trastornos de ansiedad en niños y adolescentes: naturaleza, desarrollo, tratamiento y prevención” que se tiende a examinar los trastornos ansiosos en los niños de forma relativamente amplia y, en muchos casos, a examinarlos como un todo.
Esto contrasta con la investigación de los trastornos internalizantes (depresión, ansiedad, retraimiento social y problemas físicos o somáticos) en adultos, en la que se tiende a dividir los trastornos de manera muy específica.
“Será especialmente importante adaptar las sesiones a las características del menor e intervenir en sus diferentes entornos, como la familia y el centro educativo”, añade Oñate en esa línea. Una labor en la que también resulta fundamental la coordinación con otros profesionales y con sus familias.
Es necesario adaptar las sesiones a las características de los menores
Ochando y Peris coinciden en que la ansiedad durante la infancia y la adolescencia constituye el primer diagnóstico psiquiátrico a estas edades, muy por encima de los trastornos de conducta o de la depresión.
Se asocia a dificultades académicas y sociales, a la propia depresión, a tentativas autolíticas o al posterior abuso de sustancias en la edad adulta.
Por otra parte, consideran frecuente la conjunción de varios trastornos de ansiedad en un mismo paciente. Un 33% de los niños y adolescentes con trastornos de ansiedad cumplen criterios para dos o más trastornos de ansiedad. Y detectan comorbilidad o morbilidad asociada con otros trastornos psiquiátricos, fundamentalmente con depresión, en rangos que varían entre el 28% y el 68%.
Además, estudios epidemiológicos citados por Oñate estiman que entre el 1% y el 4% de los niños y adolescentes presentan un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). La intervención más estudiada y la que ofrece unos resultados más eficaces contra esta patología es también la cognitiva-conductual. Aunque se puede incluir otras más específicas contra el TOC como la exposición con prevención de respuesta.
“El paciente aprende con esta técnica a enfrentarse al pensamiento o a la situación temida, tanto en la imaginación como de forma real”, apostilla Oñate.
Particularidades
¿Los psicólogos están preparados para tratar a este tipo de pacientes? Por supuesto que pueden: la revisión de estudios científicos actuales y el aprendizaje continuo son fundamentales para una buena intervención en estos pacientes. “Es importante estar actualizados y dotarse de conocimientos sobre este tema”, insiste la psicóloga.
Porque, aunque un psicólogo infanto-juvenil debe dominar los criterios, los diagnósticos y las técnicas de evaluación e intervención más generales, también necesita manejar conocimientos más específicos.
Por un lado, ha de conocer profundamente las etapas y características del desarrollo del menor, cómo trabajar con el menor en cada etapa o cómo son su lenguaje, su capacidad de expresión y comprensión, su gestión emocional o su memoria.
A los psicólogos infanto-juveniles les corresponde disponer de una actitud abierta y flexible para adaptar cada evaluación e intervención a las características del menor a tratar y de su familia.
Además, tiene que estar interesado en conocer los temas e intereses de actualidad en estas etapas (series, personajes, canciones, tendencias…) para establecer así un mayor vínculo con el menor.
El Máster Universitario en Intervención Psicológica en Niños y Adolescentes aporta estos conocimientos y estas herramientas más específicas del mundo infanto-juvenil con las que mejorar las vidas de sus pacientes y de los seres queridos que los rodean.